En los últimos meses, algunos personajes de la oposición se empeñaron en señalar que el ex presidente López Obrador empantanó una sucesión que estaba llamada a realizarse sin sobresaltos. Desde la comodidad de la prensa corporativa, estas voces no cesaron en descalificar la iniciativa de reforma al Poder Judicial y quisieron hacer pasar como intransigente la llamada de atención que el ex titular del Ejecutivo envió al embajador de Estados Unidos, Ken Salazar. Por si fuera poco, en clara muestra de desmemoria, se aventuraron a comparar la pasada transición de gobierno con las suscitadas en 1982 y 1994.
A propósito de esta última, en 2024 se cumplen 30 años de la compleja sucesión presidencial de 1994. Salvo algunas excepciones, sorprende que esta importante fecha haya pasado inadvertida. En el contexto de la pasada transición, conviene recordarla y de esta manera demostrar que no existe comparación con la que se experimentó el pasado 1º de octubre.
Como casi todas las fechas emblemáticas, 1994 comenzó desde un año atrás, en 1993, cuando el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari eligió a Luis Donaldo Colosio Murrieta candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia. Contrariamente a los pronósticos, Salinas no se decantó por el que entonces era el precandidato favorito, Manuel Camacho Solís, sino por el secretario de Desarrollo Social, Colosio; si bien es cierto que fue figura sobresaliente en la generación de jóvenes políticos educados en universidades extranjeras, política y mediáticamente era limitado frente a las habilidades y la trayectoria política de Camacho Solís.
Como se recordará, este famoso dedazo fue todo menos terso, pues Camacho Solís no aceptó la decisión de Salinas, contradiciéndolo públicamente, lo cual para aquellos años resultaba una afrenta inadmisible para el todopoderoso Presidente de la República y las reglas no escritas de la cultura política priísta, dejando un ambiente tenso en el seno de la familia llamada “revolucionaria”.
La segunda singularidad que se vivió en 1994 fue la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) precisamente el día en que entraba en vigor lo que iba ser el supuesto mayor legado salinista, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Estados Unidos y Canadá.
Como han señalado los especialistas del zapatismo, la irrupción del EZLN provocó dos fenómenos que se encontraban fuera del cálculo oficialista: por una parte, destruyó el mito de la supuesta transición de México hacia el llamado Primer Mundo, discurso que Salinas construyó esmeradamente con el apoyo de los medios de comunicación y los intelectuales hegemónicos de aquella época (sin olvidar, también, de la cooptación política y la represión selectiva). Y, por otra parte, que el zapatismo logró concentrar la simpatía de la mayoría de la opinión pública tanto nacional como internacional convirtiendo al EZLN en el interlocutor más importante en la agenda pública de 1994 y de los años siguientes.
Y aquí llegamos a otra diferencia con la pasada transición: producto de las turbulencias y el enrarecimiento de la agenda nacional, el sistema político nacional se estremeció con el asesinato del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, así como el del presidente del Comité Ejecutivo Nacional del mismo partido, José Francisco Ruiz Massieu. Como era de esperarse, estos hechos dieron lugar a numerosas especulaciones. Sin embargo, quedó la sensación dentro de la opinión pública de que estos magnicidios obedecieron a la serie de tensiones y contradicciones suscitadas dentro del sistema político mexicano, que ese año se vio amenazado seriamente de resquebrajarse.
Finalmente, otra diferencia fundamental respecto a la actualidad, es que a finales de 1994 y principios de 1995 México atravesó una de las peores crisis financieras del siglo XX: el llamado “error de diciembre”. Crisis de enormes repercusiones no sólo en el plano económico y social, sino también el financiero, pues cabe recordar que después de que el sistema bancario mexicano fue liquidado, entre otros factores por esta crisis, la clase política neoliberal lo rescató con recursos públicos a través del famoso Fondo para la Protección al Ahorro Bancario (Fobaproa) posteriormente IPAB (Instituto para la Protección del Ahorro Bancario).
De manera similar a fechas emblemáticas en la historia reciente de nuestro país, 1994 (como 1968, 1988 o 2006) dio lugar a la aparición de una memoria colectiva cuyo principal recuerdo es que en ese año estuvo a punto de desaparecer la otrora poderosa hegemonía priísta.
También, 1994 mostró que pese a los peligros a que estuvo expuesto el proyecto salinista, el neoliberalismo continuó conquistando el Estado mexicano bajo el liderazgo, la obstinación y el fanatismo de otros presidentes (Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto).
Quizá por estas razones, cada vez que se habla de 1994 lo primero que viene a la mente de la gente sea la derrota del príncipe del neoliberalismo mexicano. De ahí que la imagen que aparezca en nuestra memoria sea la máscara de un ex presidente que pretendía gobernar, él sí, perpetuamente.
@vivangm