En sus primeros días como titular del Ejecutivo federal, Claudia Sheinbaum ha enviado mensajes claros e inequívocos: por una parte, su determinación de mantener la esencia del proyecto político, económico, ético y social que empezó a aplicarse en el sexenio recién pasado; por la otra, el propósito fehaciente de dar a tal proyecto un acento propio: feminista, garantista, amplificador de derechos y ambientalista, un acento en el que resuena la trayectoria académica y política de la propia mandataria. No hay sorpresas entre sus actos iniciales, sus compromisos de campaña y sus mensajes como presidenta electa.
Ni ruptura con su antecesor, como desean y hasta exigen las vocerías de la oligarquía doblemente derrotada, ni marioneta de éste, según las profecías difamatorias propaladas por ese mismo sector.
El talante antidemocrático de tales expresiones queda claramente exhibido en la demanda misma de un deslinde entre Sheinbaum y López Obrador, toda vez que lo que se pide, en el fondo, es que la primera traicione el mandato popular que la llevó al cargo, expresión electoral de un movimiento ampliamente mayoritario que se unificó en torno a la figura del ex presidente, sí, pero que está sustentado por un proyecto de nación que es el que hoy está representado por la primera mujer que preside el Estado mexicano. Pero ella no es un clon, ni un sosias, ni una mandadera de AMLO, como afirman los críticos, aún incapaces de concebir que una mujer pueda ejercer la independencia y la soberanía personales; ocurre, simplemente, que comparte plenamente su ideario.
Ante la claridad, la contundencia y la eficacia con la que la nueva mandataria ha empezado a llenar el espacio presidencial, la sempiterna conspiración reaccionaria está tomando como núcleo los descarados planes golpistas de la mafia que controla la mayoría en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y que tras la promulgación de la reforma judicial se ha arrogado la facultad de determinar, para expresarlo en toda la dimensión de su absurdo, si la Constitución es constitucional o no lo es. Este nuevo capítulo de la rebelión de los togados representa, sin duda, un riesgo de inestabilidad institucional derivado de un choque entre los poderes de la unión pero, sobre todo, es un intento por abrir un espacio a una guerra propagandística: obligar al Legislativo a emprender juicios políticos contra los ministros sediciosos para que el aparato mediático –nacional y extranjero– de la reacción pueda graznar “¡dictadura!”
Con todo, no parece ser éste el principal desafío para el segundo piso de la Cuarta Transformación.
El peligro principal, tanto para el gobierno como para el país en general, estriba en la integración y la vecindad de 3 mil kilómetros con la superpotencia que es al mismo tiempo el mayor narcoestado del mundo y que, según todos los indicios, se está cayendo a pedazos. Y es que los pronósticos sombríos de la elección de noviembre próximo en Estados Unidos no mejoraron con la ligerísima delantera que la demócrata Kamala Harris logró sobre el republicano Donald Trump: un triunfo de la primera puede ser el pretexto para una rebelión mucho más grave y extendida que la que tuvo lugar en enero de 2021, cuando el magnate neoyorquino azuzó a sus huestes para que incursionaran con violencia en el Capitolio, en tanto que un triunfo del segundo abriría el paso a un gobierno de instintos primarios y cavernarios.
Ambos escenarios dan por resultado una crisis política y económica que afectaría a México en una magnitud desconocida, pero de manera inevitable. Por lo demás, sea cual sea el bando que termine por imponerse, puede darse por descontado que la derecha oligárquica mexicana irá con el triunfador a implorar la injerencia de Washington en los asuntos nacionales. A fin de cuentas, esa ha sido su acción refleja cada vez que sale derrotada, y tal tradición viene del siglo antepasado.
Ninguno de esos peligros, sin embargo, parece ser tan serio como para desviar el camino trazado por la presidenta Sheinbaum para su gestión. Para desconsuelo de los nostálgicos del neoliberalismo, no habrá transformación en la transformación; será, en todo caso, una expansión, una profundización, una reafirmación, un enriquecimiento y un perfeccionamiento de lo logrado entre 2018 y 2024. No puede haber un segundo piso sin un primero, y éste que ha empezado a construirse será, como ocurre en las construcciones, más soleado, más aireado y más cálido que la construcción en la que se basa.