El traspaso de la banda presidencial de uno a otro gobernante de un mismo partido, con afinidades ideológicas y promesas de continuidad, no siempre se ha traducido en una transición tersa en América Latina en las últimas décadas. Más aun, en algunos casos la imagen de un mandatario saliente levantando el brazo de su sucesor o sucesora en señal de triunfo se llegó a tornar, a la vuelta de pocos meses, en un cisma, un divorcio político o una lucha interna feroz.
Con la transición de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador a Claudia Sheinbaum Pardo como telón de fondo, cabe hacer un rápido recuento de algunos de los momentos más significativos de estos recambios presidenciales latinoamericanos del siglo 21: Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil y Colombia.
Correa vrs Moreno
Quizá el caso mas virulento sea el de Ecuador y la persecución que lanzó Lenín Moreno contra su antecesor de Rafael Correa. La fotografía de ambos políticos el día de la toma de posesión de Moreno, con Correa de pie al lado de la silla de ruedas del presidente entrante, abrazándolo con afecto, no duró mucho en la historia.
Durante la década en la que Correa despachó en el Palacio de Carondelet de 2007 a 2017 Ecuador transitó un periodo de estabilidad que no había conocido desde los ochenta. Con la política económica concebida por Correa, que llamó “post-neoliberal”, los sectores populares experimentaron un periodo de crecimiento que incluso revirtió el proceso de fuertes migraciones que se produjeron a raíz de la dolarización.
Pero el viejo aliado y correligionario del partido Alianza País tardó poco en dar un viraje brusco y lanzarse contra todo el correísmo y lo que implicaba su Revolución Ciudadana. Empezó eliminando subsidios a los energéticos, reduciendo el gasto social, endeudando de nuevo al país y purgando a la administración pública de “correístas”. Emprendió juicios y todo un mecanismo de lawfare contra varios de ellos, empezando por el propio exmandatario que vive desde entonces en el exilio en Bélgica (país de origen de su esposa) y encarcelando a su vicepresidente Jorge Glas.
En abril de 2019, por órdenes de Moreno, la embajada ecuatoriana en Londres permitió ilegalmente el ingreso de la policía británica a su sede para detener al periodista Julian Assange, creador de Wikileaks, que se había refugiado ahí para eludir la venganza del poder judicial estadunidense. Washington pretendía lograr su extradición y condenarlo a cadena perpetua. Assange había esperado siete años el salvoconducto de Gran Bretaña, que nunca le fue concedido. En lugar de ello pasó otros cinco años en una prisión de máxima inglesa hasta que fue liberado este año.
El periodo morenista volvió a generar un empobrecimiento de la población, lo que trajo finalmente como consecuencia el retorno de la ultraderecha al poder con la figura del heredero millonario Daniel Noboa.
Muchos académicos consideran a Ecuador como un “caso de estudio” de “cuando las líneas ideológicas sucumben ante el pragmatismo y provocan un giro político radical”.
Morales vrs Luis Arce
No menos virulento ha sido el conflicto entre otros correligionarios, el expresidente Evo Morales y el actual mandatario Luis Arce Catacora, a pesar de que pertenecen al mismo partido, Movimiento Al Socialismo.
En 2006 Evo Morales, indígena aymara, ganó las elecciones a una presidencia que siempre había sido detentada por una oligarquía blanca. Su liderazgo abrió un período histórico que por primera vez pusieron a los indígenas, campesinos y trabajadores en el centro de la atención. La ganancia de la exportación de recursos naturales –principalmente el gas—se invirtieron en gasto público. El llamado “milagro económico” logró el mayor crecimiento del PIB en Latinoamérica, redujo sensiblemente la pobreza y la UNESCO nombró a Bolivia “país libre de analfabetismo”.
Morales se reeligió tres veces, hasta 2019. Pero la Constitución le prohibía una cuarta reelección. Convocó a un referéndum y pese a que la mayoría votó “no” a una cuarta postulación, Evo se presentó. Ganó por pequeño margen, pero la oposición, respaldada por la OEA, alentó un golpe de Estado. Evo Morales huyó de un atentado contra su vida con ayuda de México y finalmente se exilió en Argentina hasta la caída de la presidenta golpista Jeanine Áñez.
Para las elecciones de 2020, Morales respaldó la candidatura de quien había sido su ministro de Economía durante 12 años, Luis Arce, quien ganó por amplio margen. Pero ya de regreso en Bolivia, el expresidente intentó interferir en la gestión de Arce, presionando para que ejecutara cambios de gabinete e impulsara leyes. Movilizó a legisladores afines para que boicotearan iniciativas del presidente, aliándose incluso con los partidos de derecha. Lo descalificó como artífice de lo que había sido su modelo económico diciendo que solamente había sido “su cajero”.
De cara a las elecciones de 2025, Evo pretende ser nuevamente candidato. Alega que ser electo es su derecho humano. Cuando el Tribunal Constitucional dictaminó que sería ilegal su postulación, Morales declaró que “será presidente por la buena o por la mala”.
El conflicto subió de tono en junio de este año, cuando hubo un intento de alzamiento militar que fue conjurado a las pocas horas. Arce y Morales se acusan mutuamente de haberlo orquestado.
Fernández vrs Fernández
La debacle argentina que llevó a la presidencia al neofascista Javier Milei pudo tener su origen en la falta de entendimiento entre el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, líder de referencia del peronismo, durante el periodo que ambos despacharon en la Casa Rosada entre 2019 y 2023.
Las elecciones de mayo de 2019 en Argentina se presentaron frente al reto de derrotar el macrismo que había hecho retroceder todos los logros del periodo kirchnerista (tanto del presidente Néstor como el de su esposa, de 2007 a 2015). Varios procesos judiciales en curso impedían a la influyente expresidenta postularse para jefa del ejecutivo, por lo que ella misma propuso la fórmula que llevaría como candidato presidencial a Alberto Fernández y a ella como vicepresidenta.
La estrategia sirvió para ganar los comicios con la alianza Frente de Todos, pero no para consolidar la continuidad del proyecto.
Dos años después y después de sortear la pandemia con altas y bajas (como casi todas las naciones) el gobierno estaba nuevamente en hiperinflación y con desempleo de dos dígitos. El mandatario y su vicepresidenta chocaban en público y en privado, se dejaban de hablar durante semanas. Cristina Fernández llegó a decir: “Hay funcionarios que no funcionan”, refiriéndose a su jefe. Los ataques verbales también llegaban desde la oficina presidencial y un día de marzo de 2022 llegaron en forma de pedradas que causaron destrozos en el escritorio de la señora de Kirchner.
El divorcio se hizo más que visible cuando en las elecciones primarias (las PASO) de ese año el peronismo fue derrotado por la alianza de Mauricio Macri.
Las fuerzas progresistas ya no pudieron remontar esa tendencia en las elecciones de 2024 cuando la irracionalidad de la propuesta de Milei se apoderó de la imaginación del electorado.
Lula y Dilma
La fotografía de la toma de posesión de Dilma Rousseff, la sucesora del exitoso periodo de Luiz Ignacio da Silva, Lula, el primero de junio, muestra a una elegante presidenta, primera mujer en su país, con la banda verde e amarela. A su izquierda, Lula feliz le levanta el brazo. Señal de una transferencia de poder que sí fue tersa, entre aliados. Pero a su derecha está su vicepresidente, Michel Temer. Es una señal ominosa.
Rousseff inició su primer periodo con el objetivo expreso de “consolidar la obra” de su antecesor. Contaba con apoyo en el Congreso y pronto pudo profundizar ciertos programas sociales. En sus primeros 100 días de gobierno ella superaba los 73 puntos de aprobación popular según el Instituto Brasileño de Opinión Pública.
Algunos rasgos marcaron su diferencia. Entre otros, su decisión de esclarecer hechos de violencia del ejército del pasado, con la creación de una Comisión de la Verdad. Habiendo sido de joven presa política y torturada, decidió andar caminos que Lula no había querido recorrer.
Logró su reelección para un segundo periodo, pero ya con un margen mínimo. Y pronto los problemas financieros, la animosidad sembrada por un poder mediático poderoso y adverso empezaron a socavar su poder hasta que en 2016 fue destituida mediante un golpe de Estado parlamentario. Y Temer asumió la presidencia. Ese mismo año Lula fue apresado por un caso de corrupción que no fue comprobada.
De inmediato empezó la tarea de demolición del legado de Lula y Dilma: organizó un gabinete masculino, de políticos blancos, mayores y oligarcas, abrió la puerta del poder a los militares, regresó la jornada laboral de 12 horas y en las elecciones siguientes la derecha extrema se consolidó con Jair Bolsonaro.
En 2023 el veterano sindicalista de Sao Paulo, a sus 78 años, volvió a ganar las elecciones y regresó a Brasilia. Para subrayar su aprecio y continuada alianza con Dilma la nombró presidenta del Banco de Desarrollo de los BRICS.
Uribe vrs Santos vrs Duque
Álvaro Uribe, ex gobernador de Antioquia, llegó a la Casa de Nariño en 2002. Anteriormente liberal, fundó su partido, Primero Colombia, de marcada agenda derechista. Durante los dos periodos que ejerció la presidencia implementó una implacable política contrainsurgente que pretendió acabar con las poderosas fuerzas guerrilleras de la época atacando, de paso, a todo el movimiento social y popular y alentando y financiando la formación de fuerzas paramilitares que ponto se constituyeron en un poder paralelo. En esa primera década del siglo la guerra se recrudeció en todos sus frentes y sus formas. Es el periodo de las grandes masacres y la llamada “parapolítica”. Su ministro de Defensa Juan Manuel Santos fue parte de esa estrategia.
Uribe pretendió presentarse a un tercer periodo presidencial, pero la Corte Constitucional declaró ilegal su pretensión. Entonces Santos presentó su candidatura como sucesor. Al día siguiente de su investidura empezó a gestarse su ruptura con Uribe: restableció relaciones con el presidente de Venezuela Hugo Chávez, a quien el antioqueño consideraba su peor enemigo.
Pronto varios funcionarios del uribismo ligados al narcotráfico empezaron a ser investigados por corrupción. Y Santos anunció que negociaría con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), anatema del uribismo. En 2016 esas negociaciones en La Habana culminaron con los históricos acuerdos de paz.
A Santos lo sucedió en la presidencia otro correligionario suyo, Iván Duque, a quien el en ese momento senador Uribe utilizó para hostigar a Santos. Duque reforzó un sistema judicial que garantizara la impunidad de los aliados de Uribe, congeló y desmontó las piezas más importantes para la implementación de los acuerdos de paz e impulsó medidas antipopulares que en 2022, en plena pandemia, provocaron en varias ciudades estallidos de descontento, sobre todo entre los jóvenes. Esas protestas espontáneas devinieron en el actual movimiento de juventudes de “Primera Línea”. La virulencia de la represión de Duque le costó a la derecha la presidencia en junio de 2022. Por primera vez, en Colombia llegó la izquierda a la presidencia.
Y así, con esta ruptura radical, empezó una nueva historia para Colombia.