El pasado día 11, en las instalaciones de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, convocados por el Consejo Supremo Indígena de Michoacán, y con el apoyo de diversas instituciones de educación superior, se llevó a cabo un seminario sobre pueblos indígenas y guerrilla. Desde muy temprano comenzaron a llegar hombres y mujeres que participaron de los movimientos armados de los años 70, con la finalidad de dar su testimonio; con ellos arribaron sus familiares y amigos, así como investigadores e investigadoras interesados en la temática.
Los presentes llegaron de Oaxaca, de Guerrero, de la Ciudad de México y del mismo estado anfitrión. El interés en el evento fue singular, pues era la primera ocasión en la historia del país en la que este tipo de fenómenos se analizaba desde la mirada de los pueblos, no sólo de los individuos que participaron directamente en la lucha armada por transformar al país.
Desde la inauguración del evento se marcaron las líneas que daban singularidad al acto: aunque todas las organizaciones guerrilleras de esa época se declaraban marxistas-leninistas, o maoístas, en la práctica, su ideología se combinaba con la historia de México, recuperando las enseñanzas de las gestas de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana y en gran parte las prácticas conforme a los valores comunitarios de los pueblos.
Otro tanto sucedía con la estructura organizativa: aunque todas las agrupaciones guerrilleras, por su carácter militar asumían una estructura vertical en la que participaban miembros de pueblos indígenas, algunas de sus decisiones se tomaban de manera asamblearia y se ejercían de manera horizontal. Esto, naturalmente, generó problemas al interior de las organizaciones guerrilleras, pues aunque la mayoría se pronunciaban por seguir las teorías revolucionarias en boga, había quienes se inclinaban por la voluntad popular.
Los testimonios presentados fueron de diversa naturaleza. La mayoría de ellos señalando cómo no se ha dado la importancia que tiene a la participación de los pueblos en los procesos revolucionarios, sólo porque no estuvieron en los frentes de batalla, aunque sin su actividad, aquella no hubiera sido posible.
Se habló de la relevancia de los pueblos para crear casas de seguridad, dotar de alimentos a los guerrilleros, servir de correos, incluso como mecanismos de inteligencia y contrainteligencia. En estas actividades –se dijo– participaban por igual mujeres y hombres, adultos y niños. Por el mismo motivo, la represión que éstos sufrieron por las fuerzas represivas, salvo casos de extrema brutalidad, han sido ignorados a la hora de contar las afectaciones. Se ignora también que, cuando los hombres se fueron a la guerra, las mujeres se hicieron cargo de la familia; cuando fueron heridos, ellas los curaron, cuando los desaparecieron, ellas comenzaron a buscarlos.
Durante los debates, dos elementos resaltaron porque cruzaban todas las intervenciones. El primero: la participación de los miembros de los pueblos indígenas o los pueblos mismos en la guerrilla no se dio porque fueran indígenas, sino porque, al igual que el resto de los oprimidos del país, eran explotados, aunque a diferencia de otros sectores sociales, éstos imprimían sus conocimientos a la práctica de las organizaciones en las que militaban.
El segundo: en la búsqueda de los desaparecidos, víctimas de la guerra sucia, las instituciones gubernamentales se han centrado en los individuos, dejando de lado la participación de los pueblos indígenas. “Sólo abren la herida y no hacen nada concreto por resolver el problema”, se dijo. Lo anterior se puede ver tanto en las investigaciones que en su momento realizó la Comisión Nacional de Derechos Humanos, como la de Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado o la Comisión de la Verdad.
Un aspecto importante que deriva de lo expuesto en el seminario, y que por lo mismo es deseable que no se olvide, es que si se reconoce la participación de los pueblos indígenas, como pueblos, no a través de sus miembros, en los movimientos armados del siglo pasado, también se les debería reconocer como víctimas, lo que transformaría sustancialmente la óptica con la que se reclama el castigo a los responsables de la guerra sucia, incluida la reparación del daño.
En los casos en los que la afectación a los pueblos es evidente se podría, por ejemplo, reclamar la comisión de etnocidio; lo mismo en los casos en los que los líderes eran hablantes de alguna lengua indígena, su desaparición ha generado la extinción de su lengua originaria, como algunos ya reclaman. La reparación del daño, por su lado, no sería sólo a los individuos, sino también a los pueblos. De ese tamaño es la importancia de este reconocimiento.