No escribiré sobre el sainete del señor Pedro Sánchez, palafrenero del rey cuyo único mérito para serlo es que su padre es aquel corrupto al que impuso Francisco Franco: suscribo este editorial (https://www. jornada.com.mx/2024/09/25/index. php?section=edito). Sí recordaré que el rey no puede pedir perdón a las naciones originarias, porque “la invasión española a América –seguida de la bestial guerra de exterminio y ocupación y del posterior establecimiento de un sistema explotador colonial sin ambages– constituye la clave de la cultura, la sociedad, la política y la identidad de los españoles” (https://www.jornada.com. mx/2023/05/16/opinion/014a1pol).
Fincan su identidad en el orgullo imperial: guerras de conquista y saqueo, picas en Flandes y galeras en Lepanto (por el control de Europa y el Mediterráneo)… y como héroes simbólicos: Colón y Cortés. No importa que la mayoría de los españoles descienda de siervos, campesinos y trabajadores: demasiados han comprado el discurso de sus gobernantes. Y no parece haber diálogo posible, porque para ese discurso nunca hubo invasión, genocidio, colonialismo ni extracción, por más que estén irrefutablemente documentados. No: llegaron a civilizar, a salvar… porque (aunque a veces lo escondan) creen que salvaron las inmortales almas de los indios trayéndoles la única y verdadera religión. A este orgullo imperial (y religioso) le siguió una monarquía cada vez más esperpéntica en los siglos XIX y XX; el colonialismo que quiso continuar a costa de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Marruecos; la esclavitud que se abolió en 1870 en España y hasta 1886 en Cuba. Y sólo hay dos grandes momentos de insurrección popular en las discusiones y la gran literatura española: 1808-1812 y 1936-1939. El problema de la primera –en términos de su discurso identitario– es que tomó como símbolo a un cobarde tradicionalista, Fernando VII. El problema de la segunda es que la actual monarquía surge del cuartelazo militar, conservador y fascista, respaldado por Alemania nazi e Italia fascista, que ahogó en sangre esa revolución social. Y no es una figura: el corrupto rey Juan Carlos lo fue por decisión del dictador Francisco Franco. Dicen que se hizo un referéndum y se votó la monarquía: sí, una vez, bajo las armas de la dictadura y hace casi medio siglo.
¿Cómo se construyó nuestro discurso histórico? Aunque la derecha conservadora añora a Iturbide y Maximiliano (y a Zedillo, duque de Acteal y marqués de Fobaproa), aunque aman a Porfirio Díaz, aunque leen (los pocos que leen y no se guían por youtuberos) a Vasconcelos, que escribió un manual de historia pensado para hacer propaganda nazi, el discurso se construyó por otro lado: arranca con el nacionalismo del siglo XVIII (el jarocho Clavijero, el regiomontano Servando de Mier, el guanajuatense Hidalgo) y desde entonces se eligió reivindicar a México-Tenochtitlan como origen y a Cuauhtémoc como héroe, y si bien he insistido en que fue un error construir a Tenochtitlan como la raíz de la nación, sí es interesante analizar por qué se eligió a Cuauhtémoc: no es la soberbia militarista de un Ahuízotl ni cobardía entreguista de Motecuzoma (aunque hemos demostrado que eso no ocurrió)… no, se eligió a Cuauhtémoc porque es quien resiste a la adversidad, al destino, a una invasión impulsada por el afán de oro y dominio (en su Segunda carta de Relación, Cortés escribe la palabra “oro” más de 50 veces y “esclavos” o sus variantes más de 20).
Y tras ello, se monta nuestro discurso historiográfico: la resistencia y luego la lucha por la libertad, la igualdad y la justicia encarnada en Hidalgo y Morelos. Y con los grandes románticos (Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano) los insurgentes y los chinacos alcanzaron estatura de gigantes. Luego, el porfiriato, y el PRI con mayor eficacia, se robaron esa historia, pero los mexicanos la recuperamos en las calles y las trincheras.
La derecha repite que los mexicanos estamos “acomplejados” y “resentidos”. Respondo en primera persona: es un orgullo fincar mi identidad en la resistencia contra la opresión, la lucha contra el colonialismo, la guerra contra el imperialismo, la rebeldía, la revolución. Es un orgullo descender de mixtecos y nahuas, andaluces y vascos, moros y cristianos, africanos esclavizados, libaneses, nicaragüenses y hasta algún pirata inglés. Y a este mosaico pluricultural agrego los combatientes antifascistas a los que abrimos la puerta y se fundieron con México por amor: judíos europeos, españoles republicanos, sudamericanos fugados de dictaduras genocidas...
El mío es el México de las mujeres tlatelolcas que enfrentaron a los españoles en agosto de 1521; cimarrones de Veracruz; pames y mixes, que nunca aceptaron el yugo colonial; la “horda de Hidalgo”, soldados de Morelos; las mujeres que en Pénjamo desafiaron a Iturbide; los pintos de las montañas del sur; los indios de Tetela, los Lanceros de la Libertad y los Cazadores de Galeana que hicieron morder el polvo al francés; mayas y yaquis que nunca se doblaron; obreros de Río Blanco y Cananea; las Violetas del Anáhuac; magonistas, coronelas zapatistas, dorados de Villa; las mujeres del primer Congreso Feminista; muralistas, maestras rurales de la década de 1920, petroleros de 1938, ferrocarrileros de 1958, estudiantes de 1968-1986-1999; la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, las madres del Comité Eureka, las señoras de San Miguel Teotongo, las costureras del 19 de septiembre, zapatistas de Chiapas, maestras que durmieron en el Monumento a la Revolución en 2013, madres y padres de los 43… y los 36 millones que votamos por Claudia Sheinbaum, y el 79 por ciento que respaldamos su actitud ante el rey y su palafrenero Sánchez.