En 2003 una afamada sicóloga conductista proveniente de un país hermano declaró que Marilyn Monroe era una imbécil. Esa sicóloga antifreudiana confundía a Marilyn con los papeles de rubia tonta que interpretaba. No sólo eso: en un “churro” olvidable Marilyn se presentaba como la defensora ardiente del modo de vida americano y aparecía al lado de Richard Widmark.
Desde su temprana infancia la actriz de Una Eva y dos Adanes conocía varios barrios de mexicanos y compartía no pocas de sus vivencias con nuestros compatriotas. Ya en el pináculo de su fama, Marilyn no sólo vino a la Ciudad de México, sino que se disfrazaba como una respetable señora para arribar a Chapala, donde se ponía en contacto con un matrimonio de personas expulsadas de Estados Unidos por la represión macartista. La actriz de Los caballeros las prefieren rubias se sentía muy atraída por la diversidad cultural de nuestro país y según me contó el crítico de cine Emilio García Riera, ya fenecido, quería filmar una película en que interpretaría un papel semejante al elaborado por la inolvidable actriz y científica sin título profesional Hedy Lamarr en una cinta basada en una novela de John Steinbeck que se realizaba en un escenario mexicano.
Ese gusto por lo mexicano de esa notable actriz rubia nunca fue del gusto de los supremacistas blancos, que además veían con mucho recelo la cercanía de Marilyn con intelectuales izquierdistas que trataban de ocultar sus simpatías políticas debido al macartismo; ya en los años 60 Marilyn ya no era el prototipo de las chicas estadunidenses de escaso talento, sino una partidaria del multiculturalismo. En 1962 los medios de comunicación anunciaron un supuesto suicidio de Marilyn, y en el día de hoy se ha comprobado que eso fue una falacia.
El archibelicista político estadunidense Henry Kissinger declaró que la globalización era una norteamericanización. Para él, en el siglo XXI todos debemos ser subyanquis o infragringos. Ya un amigo chicano, Tomás Ybarra Fraustro, me decía que en un futuro próximo todos los mexicanos seremos unos viles “pochos” pero sucede algo que no se esperaba: el sueño monocultural americano está desvaneciéndose y el Tío Sam empieza a vestirse de charro o de samurái japonés; la patria de Lincoln se está multiculturalizando y en ese marco los mexicanos jugamos un papel esencial. En el seminario de estudios chicanos y de fronteras del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) calculamos que laboran en Estados Unidos más de 15 millones de compatriotas (los estadígrafos de allá calculan menos) y generan grandes utilidades a las empresas por sus rendimientos y altas tasas de plusvalía. Otros grupos étnicos y nacionales están contribuyendo a la grandeza futura del país vecino y asentando las bases de una democracia real en ese país. El famoso magnate y acosador sexual Donald Trump empieza a sentir nostalgia por una angloamérica, racista, xenófoba y antimexicana, pero sus delirios etnocentristas se van difuminando y su temor al multiculturalismo ya no es en gran medida soporte de la conducta de muchos estadunidenses.
Por otra parte, no se trata de idealizar a la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, ya que sería muy ingenuo suponer que ella abandonará la política imperialista y no hay que olvidar, por ejemplo, que Joseph Biden ha apoyado el genocidio que se comete en Palestina por parte del gobierno de Israel.
En el próximo noviembre habrá elecciones presidenciales en Estados Unidos y en esa primera semana, del 5 al 8 de noviembre, varias dependencias del INAH patrocinarán el tercer coloquio El impacto de las migraciones en el mundo globalizado, que será transmitido por INAH Tv, en el que se tratarán varios fenómenos que muestran las relaciones de los flujos migratorios con los cambios culturales en este planeta.