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Cuadernos de La Habana

28 de septiembre de 2024 08:57
Encuentro en mis cuadernos varias referencias al asalto al Cuartel Moncada. Quizá deba empezar por los preparativos y cómo se decidió llevarlo a cabo ese 26 de julio.

Para entender esos días busco declaraciones de Fidel Castro: Reuní a los compañeros y les dije que había llegado al momento de elaborar nuestro propio plan y asumir la responsabilidad de hacer la revolución. Había transcurrido alrededor de un año del golpe de Estado cuando elaboré de nuevo una estrategia revolucionaria para la conquista del poder. Fue en marzo de 1953 cuando ya teníamos una fuerza superior a la de todos los demás grupos revolucionarios juntos.

Dice Fidel en otro momento que era tal la represión de la dictadura de Fulgencio Batista, que desechó la idea de una insurrección en la capital porque vio que no existían ni las más remotas condiciones objetivas ni subjetivas de sobrevivencia. Para dar una sorpresa total, se requería de gran cantidad de armas y recursos de los que no disponían. Fue cuando elaboré la idea, afirma Fidel, la esencia de lo que hicimos después: atacar el Cuartel Moncada, sublevar la ciudad de Santiago de Cuba, vencer la resistencia, decretar la huelga general de todo el país, lanzar el programa revolucionario.

En otro momento, confirma Fidel: Hoy puedo decir que la idea era buena, era perfecta, empezar allá, con la alternativa de ocupar todas las armas, y si no podíamos derrocar a Batista, marchar a la sierra con mil 500 o 2 mil hombres armados. Era perfecta, salvo que quizá pudimos haberla hecho un poco más segura, quizá no tan ambiciosa. Toda una revelación.

Una cuestión que no hay que olvidar es que frente a los asesinatos y persecución generalizada de Batista, la idea era crear una guerrilla en la sierra. Había ya más de 100 células y había competencia y capacidad entre los llamados por Fidel.

Continúa Fidel señalando los avances de estos meses: Ya en abril viajé a Santiago de Cuba para estudiar el terreno, con la idea de saber cómo íbamos a llevar a cabo el ataque.

A menudo en mis notas aparece la provincia de Artemisa como cantera de valiosos jóvenes para sumarlos y entrenarlos para el movimiento. La idea era que no fueran rebeldes de Santiago, que fueran ajenos al lugar por atacar. Muchos habían pasado por enseñanzas martianas y existía un ambiente propicio para el reclutamiento.

Apunta Fidel: sé que Ramiro Valdez fue de los primeros en integrarse junto con otros jóvenes con enseñanzas martianas que se habían calado y motivado para el movimiento.

Cada célula tenía un jefe, había algunas como las de Artemisa, en la que el grupo fue más numeroso; participaban varias provincias en la red en formación de este nuevo movimiento revolucionario.

Todos los grupos de conspiradores que pensaban levantarse en ese momento se movían en el ámbito de la capital, por lo que los grupos de provincias eran muy buenos, discretos y eficaces. Ya se tenían más o menos mil 200 hombres, y los distintos cuadros. Había diversos lugares de entrenamiento, en el sur de La Habana, en el este, por todos lados.

En general, no se conocían unos con otros, podrían haber coincidido en la universidad, dos o tres células, o en los entrenamientos, pero nadie conocía cómo era el aparato, ni cómo estaba constituida la dirección. Una característica que narra Fidel es que trabajaban en condiciones de rigurosa clandestinidad, con métodos muy estrictos.

En diciembre de 1952, con Batista en el gobierno, Fidel tuvo que justificar o enmascarar sus movimientos con actividades legales. Desde entonces ya conspiraban. Se emplearon en la oficina de un despacho Batistiano, lugar que les sirvió de excelente camuflaje. Fidel oficiaba de abogado: no ejercía ninguna abogacía, era camuflaje.

Para entonces ya no se exhibían, no andaban en manifestaciones. Todo lo fueron preparando para el momento adecuado. Eran más y más rigurosos. Cada mes que pasaba había más cuadros formados, gente disciplinada en la que se podía confiar.

Rescata Fidel el ánimo del movimiento: En nuestra organización no existía ningún papel, nada formal, sino pura alma. Eran relaciones muy íntimas, muy familiares, sin ningún formalismo, serias, y sobre la base de lo que impulsaba a la gente: el deseo de luchar contra Batista.

Mientras tanto, durante esos meses, en Estocolmo, el embajador Gilberto Bosques preparaba las actividades culturales que se había propuesto.

Se acercaba el día en que coincidirían los dos destinos.

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