Traer luz desde la oscuridad es la labor del artista Raúl Pineda, quien con el don de la memoria fotográfica y excesiva persistencia con la técnica antigua de grabado a mezzotinta retrata el horror desencajado de la violencia en México.
En una de sus obras, la consternación es un gesto de la exclamación sonora que se apodera de una cara, los ojos cerrados con fuerza, pétalos y tallos alrededor. La pieza se llama Corté estas flores para ti, y dibuja el momento de una madre buscadora, a quien Raúl pidió que evocara cuando tocaron a la puerta de su casa y le entregaron la cabeza de su hijo en una caja: “entonces le salió ese grito”.
Desde la infancia, en su natal Cuernavaca, vio a su alrededor estos hechos de horror y tragedia. Ya adulto, ha recorrido otros lugares del país, como Guerrero, Michoacán o Zacatecas, para investigar sobre el tema. “Muchas veces son sólo un número más en la cifra de muertos. Por eso retrato la crudeza, porque en el arte no todo es bello. También nos mueve otras cosas”.
El joven de 29 años utiliza la antigua técnica de grabado en hueco surgida en el siglo XVIII que logra reproducir matices y claroscuros. Cuando estudiaba la carrera, su maestro Pavel Mora le mostró la mezzotinta o grabado la manera oscura, “muy tardada y compleja”, explica Pineda en entrevista.
“Tienes que granear una placa de metal, es un grabado calcográfico no químico. Graneas en varias direcciones hasta llegar a un negro profundo; ahí, con una punta de metal empiezas a rayar la luz. Como concepto es sacar la luz: tú eres el foco para ver la escena”.
El dibujo se descubre una vez que se imprime el grabado, el cual debe hacerse en un punto exacto. Se requiere de minuciosidad y paciencia, pues una placa pequeña toma un día de trabajo para imprimir; dibujarla y trabajarla, hasta cuatro meses. En el taller Pasado Meridiano, en Morelos, “hemos llevado la mezzotinta a su estado más puro. Hay que destacar el trabajo de los maestros impresores. Te da estos negros profundos, aterciopelados, pero también blanco intenso”.
Un día, cuando jugaba futbol en la calle, llegaron sujetos en unas motos y mataron a un amigo. Después de correr regresaron junto al cuerpo tendido. De ese momento le queda el recuerdo del sonido de la respiración ahogada por la sangre.
“Esas cosas me motivaron a reivindicar a las víctimas de la violencia en México”, relata. Cuando Felipe Calderón era presidente e inició la “guerra contra el narco”, Raúl era un niño, pero comenzó a notar lo que pasaba a su alrededor y a cuestionarse. “Se me ocurrió empezar a dibujar, retener la imagen del vecino que desapareció, el amigo al que mataron. Era una guerra silenciosa que se hacía cotidiana”.
A él y a su hermano les gustaba el grafiti, pero como no le quedaban las letras, empezó una especie de diario visual, “a retratar esos rostros de mi entorno. Ahí se inició el pulido de esto que se convirtió en hablar de la situación actual del país, por ejemplo, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, estandarte de la desaparición forzada, del Estado y la represión”.
Acercarse a colectivos de buscadoras es una constante en su trayectoria. “Quería llevar esas historias a museos y salas donde se conjuga el arte y hablar de la realidad de lo que puede pasar a cualquiera”.
En la galería Epifanía (Londres 161, interior 50), en la bulliciosa Zona Rosa, se ubica la exposición Fuego cruzado, que conjunta las visiones de la violencia de los artistas Gustavo Monroy (1959), Guillermo Mollinedo (1979) y Raúl Pineda (1995).
“¿Todavía hay quienes se sientan ajenos al hablar de la violencia y sus efectos? ¿Acaso hay personas que tranquilamente puedan decir: en mi círculo cercano nadie ha sido víctima de la delincuencia organizada en sus múltiples formatos?”, se cuestiona en esta muestra transgeneracional, que estará abierta por un mes.
“En Epifanía concebimos el arte como un medio para reconstruir nuestra historia, rota por las masacres y los constantes atropellos a la humanidad del otro. Pensamos posible configurar una atmósfera de restauración social; para ello, es necesario tejer y reconstruir la memoria viviente que nos ha sido arrebatada por gobiernos que dan la espalda a la barbarie con un silencio ensordecedor”.
En la exposición, entre los coloridos autorretratos decapitados de Monroy, óleos con píldoras y cabezas embolsadas de Mollinedo, hay un cuadro de un joven con la camiseta de los 43, una de las piezas de Pineda. En otro, en el muro del fondo hay una impresión de gran formato que desde la tiniebla deja ver la cabeza servida sobre un plato. Fácilmente, se podría pensar que es una obra de siglos atrás.
Pineda, el autor, comenta que siempre ha tenido influencia del barroco, en especial de Caravaggio.
Los rostros de la violencia y de los desaparecidos y asesinados surgen con luz desde la oscuridad, “en una imagen que no es amarillista. El arte puede ser grotesco y bonito al mismo tiempo; es la ambivalencia entre lo divino y lo grotesco. Mucho de mi obra es sobre hacer sentir”.