Grito de Independencia, que según la historia dio el cura Miguel Hidalgo y Costilla en el pueblo de Dolores, Guanajuato, rasgó el cielo e hizo que estallara el movimiento de Independencia.
Los ideales independentistas del cura Hidalgo, cuyo cabello blanco reconocemos en los murales de Orozco, Siqueiros, Diego Rivera y todos los libros de texto, se oyó a partir de 1808 y resonó en nuestro amado país. Antes, Hidalgo había participado en conjuras, reuniones secretas disfrazadas de tertulias literarias en la casa del Corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, que presidía su notable mujer, doña Josefa Ortiz de Domínguez, quien tuvo la inteligencia de reunir a los personajes más patriotas, abogados, comerciantes y hasta militares (hoy, que los militares en la punta final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador vuelven a aparecer en la escena pública).
En 1896, Porfirio Díaz, presidente de México, ordenó que se trasladara la campana usada por Hidalgo a la Ciudad de México para devolverle su papel principalísimo y ponerla a repicar de nuevo con la Independencia, convirtiendo a septiembre en el mes de la patria con un desfile y la colocación de la campana en el balcón principal de Palacio Nacional. Ese fue el punto de arranque de las campanadas, y hace años tuve el privilegio no sé cómo ni por qué, de oírlas repicar en el cielo del corazón de México en una casa de la calle de Uruguay, con mi abuela Elena, mis padres, mis dos hermanos y otros niños de la familia que recordaríamos como un momento muy importante de nuestra vida. Por cierto, nuestro héroe era El Pípila, que con su piedra en la espalda desfundó la puerta de la Alhóndiga de Granaditas, un héroe descubierto en la primaria, al que considero que nunca se ha hecho el caso que tanto merece y que entronicé desde mi infancia entre los grandes héroes, los más anónimos y los más conmovedores.
Aunque el 16 de septiembre es la fecha oficial en que se celebra la Independencia de México, desde 1896 se han comenzado los festejos la noche del día 15 con una ceremonia impactante y única en mi memoria, que recuerda el famoso Grito de Independencia y, sobre todo, admira al Hombre Araña, un joven muy pobre y heroico que subía hasta el campanario. Varias veces, mi hermana y yo nos congregamos en el Zócalo con amigos y el grito del presidente de México nos hizo recordar a los héroes que encabezaron la libertad de este México que siempre ha sido nuestro país, a pesar de que mi madre se casó con un francés, un héroe de la Segura Guerra Mundial, un Poniatowski (que los taxistas llamaban don Juanito), quien escogió vivir y morir en México.
Mi amiga, la fotógrafa Áurea Hernández, quien cuida a su padre mayor de 90 años como la perla de toda su existencia, me dice: “Fui al Grito del 15 de septiembre. Le cuento que junto con unos amigos nos fuimos al Zócalo a gritar Viva México con nuestro Presidente. Consideramos que debíamos estar ahí con él, en su último grito como mandatario.
“Fue toda una divertida odisea, pues dejamos el auto en una estación del Metro y en éste nos fuimos cuatro estaciones, y de ahí a caminar hasta el Zócalo.
“Llegamos a las 8 de la noche, y eso estaba abarrotado, igualmente las calles aledañas. Tratamos de meternos un poco por Pino Suárez y no pudimos; nos fuimos por 20 de noviembre y logramos meternos un poco, por lo menos hasta donde podíamos ver una de las pantallas y escuchar mejor.
“Todo esto bajo un aguacero, pero nadie se movía de su lugar, (pues era difícil conseguir un pequeño espacio para estar de pie), así estuvimos las casi tres horas, mojándonos, apretaditos, pero se sentía la alegría y buena energía de la gente, mientras cantábamos al son de un excelente mariachi, y luego de una banda mexicana que se veía encantaba a la mayoría que se sabía sus canciones. Había gente de todas las clases y edades.
“Por arte de magia, poco antes de iniciar la ceremonia se quitó la lluvia. Lo estoy escribiendo y aún me da escalofrío del griterío de todos cuando Andrés Manuel y Beatriz salieron al balcón. Y ni qué decir cuando empezó con los vivas. Nos quedamos un ratito a ver los fuegos artificiales
“Ay, Elenita, en verdad fue una verdadera fiesta de emociones y escuchar todas las consignas que retumbaban: ‘¡AMLO, no te vayas!’ ‘¡Presidente!’ ‘¡Es un honor estar con Obrador’! Ahora quiero volver a llorar. Qué increíble que un hombre tenga ese poder de convocatoria y de cariño.
Después hicimos nuestra misma odisea, caminar, caminar, Metro, auto y al final nos comimos un merecido pozole platicando lo que cada uno vio y sintió, y compartiéndonos fotos del magno evento, en el cual una vez más participamos en vivo con nuestro querido presidente.
Recuerdo que un gran amigo y maestro mío, Alberto Beltrán, se emocionaba mucho con el Grito. Al lado de Leopoldo Méndez, Pablo O’ Higgins, Mariana Yampolsky, Fanny Rabel y Andrea Gómez, el Taller de Grafica Popular tapizó las calles del Centro con grabados de nuestros héroes nacionales, que mucho hicieron por incendiar el patriotismo de niños y jóvenes que los contemplábamos con la misma emoción que provoca la Noche del Grito.