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Iglesias territoriales y derechos de las minorías

18 de septiembre de 2024 00:02

México fue colonizado en el siglo XVI por la principal potencia enemiga de la reforma religiosa que sucedía en Europa. Los monarcas españoles consideraban un mandato divino defender los territorios bajo su dominio ante la herejía protestante. En el proyecto de salvaguarda jugó un papel muy importante el llamado Nuevo Mundo, particularmente una de sus joyas: la Nueva España.

Al mismo tiempo que Martín Lutero comparecía en la Dieta de Worms en abril de 1521, lo que ahora es México comenzaba a ser colonizado por España, defensora a ultranza del catolicismo romano. Meses después de que Lutero se negó a retractarse de sus ideas ante el emperador Carlos V y representantes del papa León X, caía la Gran Tenochtitlan (13 de agosto) en poder de las fuerzas españolas y sus aliados.

La corona española y sus enviados al Nuevo Mundo vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto providencial. Conceptualizaron la conquista como una restitución divina por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad luterana” en Europa. De ahí procede la imagen de los 12 apóstoles franciscanos que hace 500 años, a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los naturales como el antídoto perfecto al hereje que removía los cimientos del catolicismo europeo. Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba”.

Por distintos factores el modelo reinante en el continente europeo del siglo XVI fue el de las iglesias territoriales. Éstas eran las oficiales y consideradas por los gobernantes como las únicas lícitas, excluyendo por convicciones religiosas y preservación de la unidad política a todas las demás. Así, en España y sus posesiones fueron prohibidas las iglesias protestantes, mientras en Inglaterra, partes de Alemania y Suiza el objetivo de la veda fue el catolicismo romano.

El modelo territorial fue retado por el movimiento anabautista, que no reconocía fronteras para propagar sus creencias. La consecuencia fue la cruenta persecución en su contra tanto por autoridades católicas como por protestantes. El modelo de iglesia territorial estuvo vigente en México por casi tres siglos y medio, de 1521 a 1860. Terminó legalmente con la Ley de Libertad de Cultos, promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre. Dicha ley dio certeza legal a la disidencia religiosa, no la originó. De facto ya existían disidentes de la religiosidad tradicional, los que estaban construyendo vías para expresar públicamente una identidad religiosa elegida y distinta a la heredada del periodo colonial. Por otra parte, en diversas zonas del país continuó el dominio del modelo de iglesia territorial, el cual hasta hoy tiene presencia en algunas (pocas, hay que decirlo) regiones del país.

El pretendido monolitismo religioso de las iglesias territoriales, paulatinamente y desde adentro, es cuestionado por quienes no aceptan ya que sea el Estado, el gobierno en turno, la comunidad, el consenso a mano alzada o la tradición sean instituciones que rigen la libertad de conciencia. Es aquí donde surge otro paradigma, el de la iglesia de creyentes, conformada por personas que consciente y voluntariamente eligen una identidad religiosa divergente de la que domina un determinado territorio y no permite la expresión de otras creencias.

En las comunidades tradicionales tiene lugar la simbiosis entre una religión y la organización política, económica y social. No hay diferenciación de espacios, sino que éstos conforman un solo terreno en el que todo está imbricado. En una realidad así construida no hay espacio religioso y espacio secular, ambos se funden y quienes retan la unidad religiosa territorial están, sin proponérselo, “atentando” contra el orden político/cívico.

Donde todavía existe la tradición (en la vertiente simbiótica que antes ha sido mencionada), sucede que aquélla no está preparada para enfrentar la diversidad que va surgiendo en su seno. Una constante histórica, en términos de diversificación religiosa, es que la diversidad es incontenible, si no se usa contra ella violencia sistemática y extrema. El monolitismo religioso es como una gran presa supuestamente capaz de contener todas las aguas. Y no, siempre hay una mínima fisura que acaba por desbordarla. Si la diversidad es impetuosa, si no hay maneras de congelarla definitivamente, entonces la opción es aprender a convivir con ella en todos los terrenos de la vida social.

El asunto de las iglesias territoriales y su intolerancia consustancial no es nada más de interés académico. Es, también, tema que resurge con casos como el de los chinantecos evangélicos de Cerro Cajón, municipio de San Juan Lalana, Oaxaca. Fueron violentamente despojados de bienes y orillados a salir de la ranchería, acusados de romper la unidad del pueblo. Las autoridades municipales y estatales en lugar de proteger derechos humanos y constitucionales de los agredidos han dedicado esfuerzos para revictimizarlos y dejar hacer a los victimarios. ¿Conocerán la Ley de Libertad de Cultos del indígena oaxaqueño Benito Juárez?



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