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Resiste la Gran Muralla China asedio de millones de turistas

15 de septiembre de 2024 11:50

Pekín. ¿Cuánto falta?, ahogan en una súplica los rostros conocidos que se encuentran en el camino con el perfil hacia el cenit, como en un rezo para que la respuesta sea cercana a la brevedad. Casi nada. Tal vez unos 15 a 20 minutos más, viene la respuesta que después se comprobará fraudulenta, falsa, mentirosa o tal vez optimista, porque esos 15 o 20 minutos dependen de muchas cosas.

Primero de la anatomía/condición del cuerpo. Es una prueba de cómo están las rodillas, cómo está el corazón, cómo los pulmones. Pero también esos 15 a 20 minutos dependen de algo mucho más personal que los achaques cuasi comunes; vienen de la percepción del tiempo cuando ya se lleva a cuestas más de una hora de cardio en ascenso.

La falta de aliento ya dejó de ser retórica sobre el asombro –se está en una de las llamadas siete maravillas del mundo moderno– para volverse un requerimiento biológico. Entre la necesidad de agua y sombra, la de aire predomina para llegar al punto más alto de la fortificación en uno de sus tramos abiertos a visitantes.

Foto Dora Villanueva

La Gran Muralla es apenas un trazo serpenteante en un territorio de 9 millones 596 mil 961 kilómetros cuadrados, pero es el principal símbolo turístico de China, país que luego de la pandemia de coronavirus –y los cierres que le siguieron– está en medio de una apuesta por impulsar el número de visitantes.

Construida por tramos durante más de 2 mil años, que se iniciaron con una reunificación en 220 aC, la Muralla remite a las dinastías Qin, Han y Ming, que la erigieron como cerco defensivo frente a invasores del norte. Ahora el muro de ladrillo, piedra y tierra se extiende a lo largo de 21 mil 200 kilómetros, algunos de los cuáles son tan transitados por el turismo que han obligado a medidas de remediación y conservación en el espacio que desde 1987 es Patrimonio de la Humanidad reconocido por la Unesco.

Las estadísticas en realidad son aproximaciones. En promedio 10 millones de personas visitan la Muralla China cada año, de acuerdo con medios locales. Sin embargo, la pandemia de coronavirus redujo este número a menos de 3 millones durante 2020 y en adelante se ha registrado una recuperación que primero fue impulsada por el turismo nacional y ahora también por visitantes extranjeros.

Foto Dora Villanueva

Sólo en Badaling, la zona más frecuentada de la Muralla, el número de visitantes extranjeros aumentó 81 por ciento en la primera mitad de 2024 respecto al año pasado. A este tramo –que pasados algunos de los meses de la pandemia escenificó fotos de multitudes de rostros enmascarados– llegaron 147 mil turistas foráneos hasta junio de este año, informó el Grupo de Cultura y Turismo de Badaling.

En el Paso de Juyongguan, un jueves por la mañana, no hay multitudes. El punto de la muralla más cercano a Pekín –alrededor de 60 kilómetros– no está vacío, pero el tránsito puede hacerse lento si no se tienen las rodillas y el bombeo cardiaco suficiente para continuar. Los mismos peldaños en la vertical defienden al tramo del turismo. Incluso el ancho de las escaleras se vuelve un embudo entre más se sube.

En medio del sol de fines de verano en Pekín –en el que domina una humedad de playa sin brisa– algunos suben entre resuellos, lamentos y sudor. Se aferran a llegar al punto más alto del tramo como una manda. ¿Se ve diferente?, ¿hay algún dragón, símbolo imperial o ser mitológico al que se deba llegar?, preguntan. Algunos, muy pocos en realidad, suman un cubrebocas a su penitencia.

Foto Dora Villanueva

El bochorno sólo se calma en las torres de defensa; su nombre es literal en la antigüedad y actualmente. Antes, como cuarteles militares y aduanas en lo que era la Ruta de la Seda, ahora como baluartes en los que la corriente de aire permite refrescarse. Desde ahí se observa la muralla sobre la muralla: un valle verde atravesado por una brecha serpenteante en el que pequeños puntitos avanzan a tumbos.

De ida es el aliento; de regreso las rodillas. Ya no importa el sol. De cerca se pueden leer los rostros con cierto terror a caer por una falla en la articulación. Descender la escalinata requiere tanto tiempo y paciencia como subirla, se había advertido antes del ascenso. Parte de esos avisos llegaron a oídos sordos.

Más tarde algunos visitantes experimentan ese karma en carne propia. Una temblorina se vuelve inoperancia. Algo me tronó, exclama uno de ellos. Dejarse llevar por la falla en la rodilla y rodar para llegar a tiempo antes de que partan los transportes que fijan una hora para volver a Pekín no parece tan mala idea.

Shàng shān róng yì xià shān nán, Subir la montaña es fácil; descenderla, difícil, sueltan a coro un par de jóvenes chinas. Un antiguo dicho de este país.

Foto Dora Villanueva

 



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