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Un café con parroquianos de San Sebastián / Elena Poniatowska

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La narradora Elena Poniatowska durante una entrevista con ‘La Jornada’, el 11 de junio de 2018. Foto María Luisa Severiano
15 de septiembre de 2024 08:34
Vivo en la de Plaza Chimalistac, a un lado de la capilla de San Sebastián Mártir; hace tiempo, y aunque ahora esté muerta por la pandemia, los parroquianos tocaban a mi puerta y siempre les ofrecía un café en olor de santidad. Con la pandemia, el diálogo cesó, pero recuerdo que dos jóvenes sacerdotes altos y guapos (uno de ellos respondía al nombre de José Mendoza) tocaron a mi puerta con una sonrisa alentadora:

–Pasen. ¿Les ofrezco un café?

–Maestra –me dijo José Mendoza–, ¿ha estado alguna vez en las universidades que creó el presidente Andrés Manuel cuando fue jefe de gobierno? Él fundó mi plantel en Cuautepec, muy cerca del Reclusorio Norte, y ahí se imparte la carrera de creación literaria con muy buenos resultados: buenos maestros y compañeros muy talentosos, que se aficionaron a la lectura….

–Sí, he ido a alguna conferencia y me deslumbró lo bien que se expresan los estudiantes.

–Tuvimos un maestro de literatura que seguramente conoce, el escritor Hugo Hiriart.

–Sí, es un hombre de fe, Hugo Hiriart. Imparte talleres que están al alcance de todos. Es muy fácil comprenderlo, porque habla despacito, aunque por su edad tiene que utilizar un micrófono, pero sus clases son de verdad muy entretenidas, muy seductoras. También fue mi profesora Mónica Lavín, excelente y más puntual para llegar a su clase que Hiriart.

(De pronto, el sacerdote hurga en su mochila.)

–Le traje un detalle, maestra. Es un escapulario que representa el Sagrado Corazón de Jesús hecho a mano por un grupo de religiosas. Bueno, es una armadura contra el enemigo y la oración dice así: Detente, enemigo, que el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo, y se lo entrego con mucho amor para usted, maestra. ¿Quiere que se lo abra?

–Puedo hacerlo despacito porque veo mal.

–Ahora estoy sumamente nervioso y me impone usted mucho.

–No se haga, yo no le impongo a nadie, soy del tamaño de un perro sentado… ¿Es usted sacerdote?

–Sí. Llegué hace casi nueve años a una comunidad y me dedico a la enseñanza.

–¿Y usted también? –pregunto al otro joven, que por modestia no me da su nombre.

–No, no, yo soy laico. Usted estudió con unas monjas en Estados Unidos, ¿verdad? Lo leí en alguna entrevista.

–Sí, el Sacred Heart Convent, cuyo edificio de altos muros formaba parte de un pueblito llamado Torresdale, en el estado de Pensilvania: las monjas del Sagrado Corazón tenían mucho sentido del humor. Pensándolo ahora, casi vivíamos en la capilla, nos arrodillábamos mil veces al día. Incluso para que el equipo de nuestra escuela ganara un partido de hockey contra otra escuela, también del Sagrado Corazón, por ejemplo la de Kenwood; nos arrodillábamos sobre piedritas de hormiguero.

–¿Y a usted nunca le llamó la atención la vida religiosa, maestra?

–¡Ah, claro que sí! En el convento, las maestras vestidas con hábito eran muy persuasivas y nos hacían coco wash. Hice méritos para ser banda verdebanda azulHija de María, pero fui más mañosa que piadosa. Como soy muy chaparrita, me tocaba entrar a la capilla con las niñas de primaria, y como las primeras de la clase eran las primeras en entrar, hice todo por sacar 10, así que mi razón resultó pedestre e interesada, pero no tan piadosa. Mi hermana, quien tiene más carácter que yo, no aguantó la vida conventual, el agua helada a las seis de la mañana y se negó a cursar el tercer año de high school. Regresó a México a bailar y luego a casarse con Pablo Aspe.

–¿Y las monjas no lograron convencerla de ser religiosa?

–Sí, al principio sí. Pensé en regresar como postulante al Colegio Manhattanville, en Nueva York, pero en México hubo una devaluación del peso en 1949, en el sexenio de Miguel Alemán Valdés, y bajó mucho frente al dólar, a pesar de que se hablaba del milagro mexicano. Al sexenio de Miguel Alemán Valdés le fue mejor, pero recuerdo que cuando preguntaron a Luz Aspe cómo vestir para un baile de disfraces en el Jockey Club, respondió: ¿Por qué no se visten como Alí Babá y los 40 ladrones?

“Por tanto, en tiempos de Miguel Alemán mis padres ya no pudieron pagar ni el viaje en avión, así que aprendí taquimecanografía en una academia en San Juan de Letrán (hoy Lázaro Cárdenas). Extrañé la visita a la capilla de Eden Hall tres veces al día, y mi padre me dijo que podría ser secretaria en tres idiomas.

–Pero tengo entendido que la emperatriz de Rumania hizo una gira por Estados Unidos para conseguir dinero para salvar a su país en los años 40.

–Sí, las monjas nos escogieron a mi hermana y a mí para entregar un ramo de flores a la emperatriz Zita: Ustedes van a abordarla gracias a que tienen un título y saben hacer bien la reverencia.

“Esa emperatriz húngara hacía un tour por todos los conventos del Sagrado Corazón de Estados Unidos, con el fin de pedir dinero para sacar a Hungría de su pésima situación. La emperatriz, ya medio viejita, se presentaba cubierta de velos negros, con un traje negro hasta el tobillo, y echaba su rollo triste con una voz más triste aún desde el gran Study Hall. La Reverenda Madre nos pidió (diciéndonos que era un máximo honor que mi hermana y yo nos acercáramos a la emperatriz Zita de Borbón Parma de Rumania, le hiciéramos una gran reverencia (para la que se tiene que doblar las rodillas casi hasta el piso) y la ofreciéramos el ramo de flores sin cambiar de postura y con la cabeza baja.”

–Sí, maestra, pero leí después que usted escribió: La emperatriz recibe el ramo de flores que le tendemos mi hermana y yo sin sonreír. Flaca, enjuta, lo aprieta en sus manos huesudas. Después toma la palabra para disertar sobre lo horrible que es ser emperatriz y asegurarnos a todas que no hay peor asiento sobre la faz de la Tierra que un trono. Escribe usted: “… sólo quedan velos que la siguen como su sombra; la emperatriz Zita viaja de Rumania para contar sus miserias, que no alcanzo yo a entender ni a aceptar”. ¿No cree que, por ejemplo, hay quienes siguen lucrando con el tema de la violencia?

–Por lo visto, José Manuel, a usted le interesa más la monarquía que a mí, pero podremos reunirnos en una próxima ocasión y le prometo que me encontrará usted más al día…

–Sí, claro. Todavía existe esa parte de ser mercenario en cuanto a lucrar con el dolor.

–Hay quienes siguen imponiendo esta visión de que entre más mal le vaya al país, a los demás, más ganancia tienen ellos.

–Sí. Creo que está difícil salir de ese estado de ánimo que podemos llamar depresión hasta lograr ascender socialmente. Mientras haya esos bloqueos, la depresión y la tristeza van a permanecer. Mientras siga la manipulación de la información, como no todos tenemos acceso a una biblioteca o a un periódico, entonces nos agarramos de lo primero que nos dicen y nos quedamos con esa información negativa que en nada ayuda.

–¿Es muy difícil salir de lo establecido?

–Sí, es difícil salir de lo que ya nos establecieron, porque es lo que la mayoría cree. No lo creo imposible, sí muy complicado de lograr. Para retomar un poco el trabajo de esta administración, ya empezaron a sentar bases para que cambie la situación. Soy de la idea de que esos cambios no se van a ver en un sexenio ni en dos. Son muchísimos años para que un cambio así se vea reflejado a escala social. Para que, en efecto, sean primero los pobres, cuántos años tienen que pasar, cuántas modificaciones, cuántas reformas grandísimas tienen que suceder para que realmente los pobres estén en primer lugar, para que ya no estemos lucrando con el dolor, no estar viendo fotos en redes sociales de: Ay, mira, me encontré un niñito en la calle, me tomé una foto con él ayúdenlo. Si realmente quieres ayudar a alguien, lo haces y no lo estás divulgando.

–Sí, desde la posición religiosa, Jesús lo dice, lo que haga tu mano derecha, que no lo sepa la izquierda. A los políticos les encanta; lucran con el dolor, hasta la misma religión, a veces. Por ejemplo, el lenguaje inclusivo, no a los ministros de culto público nos cuesta un poco de trabajo hablar de la inclusión, ¿no?

–He oído decir que han bajado muchísimo las vocaciones. Tlalpan antes era un seminario tras otro, un convento tras otro.

–En México está el seminario conciliar de México y algunos otros grupos de otras órdenes religiosas, y es que sí ha bajado mucho la vocación sacerdotal, querer servir. Por ejemplo, yo le participaba que donde estoy a 20 minutos de la capital de Puebla y, al no ser una iglesia católica romana, sino una comunidad católica independiente, pues hay una persecución hasta cierto punto. Hace unos días, circuló la nota de que unos católicos romanos expulsaron a un grupo de evangélicos en Oaxaca, atentando contra el principio de Jesús de amar al prójimo como a sí mismo. Cuando llegué a ese pueblo, hace casi nueve años, empezamos un festival cultural para llevar a la comunidad arte, música, teatro. Llevamos a la Banda de Tlayacapan por primera vez, para inaugurar nuestro festival. Nos costó mucho trabajo que las personas fueran a disfrutar estas actividades y alejar a los jóvenes de la violencia.

 

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