En el umbral de sus 80 años, que cumplirá el 12 de noviembre, así como 60 de trayectoria, la pintora y escultora Carmen Parra se define como una loca furiosa
que ha tenido la fortuna de vivir de su trabajo.
Aunque milagrosamente, porque me he mantenido sin galería; sólo hace muchos años estuve en la Arvil y en la de Lourdes Chumacero. Las galerías son cárceles
, afirma.
Afable y muy vital en el trato, la también antropóloga, escenógrafa y música (con estudios de piano y flauta), faceta ésta poco conocida, cuenta que gracias a Damien Hirst, el artista más cotizado de nuestra época en el mundo, pudo empaparse en Inglaterra de ese delirio del arte contemporáneo
, que nada tiene que ver con la realidad mexicana ni latinoamericana.
Las europeas, sostiene, “son sociedades saciadas de ellas mismas y tienen mucho dinero. La última vez que consulté el capital de Damien era de 300 millones de libras esterlinas; entonces, fue muy interesante que él me enseñara un mundo para mí completamente desconocido, el de las galerías de arte contemporáneo, que ahora son básicamente bancos, una locura de dinero y quizá de lavado de capital.
“Prefiero comer chiles en nogada que vivir en ese delirium tremens del éxito y el dinero. El éxito es mortal, despoja de la vida. Como dijo Octavio Paz: los mexicanos llegamos siempre atrás en la puerta de la historia, porque ahora todo mundo quiere ser el Damien Hirst de los artistas en México; no entienden que él viene de otra realidad.”
Carmen Parra conoce al creador inglés porque eran vecinos en un pueblo cercano a Zihuatanejo, Guerrero, donde ella vive desde hace tres décadas la mitad del año, y convivieron cerca de un decenio.
La artista, reconocida por su larga trayectoria en temas relacionados con los patrimonios cultural y natural de México, asume que siempre ha ido a contracorriente. He sido una rebelde total y, ¡claro que he tenido que pagar facturas!; todo tiene precio en la pinche vida, y el más alto que he pagado es el mayor que tiene el ser humano: la libertad. No soy de grupos, ando sola
.
Un mural en proceso
Carmen Parra recibe a La Jornada en su estudio en San Ángel. Es una amplia e iluminada habitación donde destaca un imponente collage fotográfico con imágenes de ella en diferentes épocas; muchas de su hijo, Emiliano Gironella; de varios de sus amigos ya fallecidos, entre ellos la escritora María Luisa La China Mendoza, así como un retrato en blanco y negro de Franz Kafka.
Hay también en los muros, obras enmarcadas de su autoría, y en uno de los rincones sobresalen un caballete con un lienzo, así como un mural en proceso. Es la obra en la que actualmente trabaja la maestra, destinada a la Fundación del Conde de la Valenciana. A la par, prosigue con sus pinturas de ángeles y mariposas monarcas, dice, así como con una serie de esculturas de cocodrilos y tortugas.
Mi idea es hacer 100 tortugas más grandes que las reales; estoy en una campaña, porque vivo en un pueblito turístico donde llegan a ovar, pero a la gente le vale madres. Entonces, quiero concientizarla.
En la charla, la artista alude a la gran curiosidad que ha tenido desde niña, etapa en la que su papá, el arquitecto Manuel Parra, la llevó a todos los altares barrocos, iglesias, pirámides, comunidades indígenas, mercados populares
del país. Situación que, reconoce, marcó para siempre su interés por el patrimonio cultural, en específico por el novohispano.
Se considera a sí misma el eslabón perdido
entre la generación de los maestros de la Escuela Mexicana de Pintura y los movimientos artísticos que se suscitaron a lo largo del siglo XX mexicano: Los grandes muralistas, como Diego, Orozco y Chávez Morado, se dedicaron a describir o interpretar el mundo prehispánico; tenían sus ojos hacia dentro del país (...) Había entonces como una sección en el limbo: los 300 años de la época colonial, con el arte virreinal, los altares, la arquitectura de los grandes conventos, la formación de ese México mestizo; entonces, me adentré en ese mundo
.
Evocaciones
Prosiguen los recuerdos en voz de Carmen Parra y afloran temas como su proyecto de ser antropóloga social, el cual dejó por la pintura; sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Roma y luego de diseño gráfico para cine en Londres; su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y tener que salir por esa causa a Brasil, donde estudió música; su matrimonio con el artista Alberto Gironella, con quien procreó a su único hijo, cuyo nombre hace honor a Zapata.
Asimismo, su estancia de tres años en Europa a inicios de la década de 1970, donde convivió con Carlos Fuentes, Juan Soriano, Pedro Coronel y Francisco Toledo, entre otros, además de conocer a Julio Cortázar y Milan Kundera; su regreso al país en 1976, porque mi raíz es muy profunda en este Valle de México
, y su participación en la fundación de La Jornada, en 1984.
La creadora llega dichosa
a esta etapa de su existencia, “porque la vida me ha regalado, en primer lugar, la posibilidad de conocer este increíble país; en segundo, estudié antropología, disciplina que en México es cotidiana, porque los dioses emergen a cada momento, y luego, por haber conocido a grandes maestros que me enseñaron mucho, como Manuel Álvarez Bravo, Héctor Azar, Fernando Benítez… He sido muy privilegiada. Eso me ha dado energía para proseguir y proponer con mi trabajo el rescate del patrimonio virreinal y natural del país”.
En su opinión, el arte no puede estar separado del compromiso social: Nunca he sido pintora de galería; sí me interesa vender mis obras, pero no las hago con ese fin. Mi propuesta es una reflexión de nuestras raíces, porque, mientras no las conozcamos, no tendremos alas para volar
.