Lo he mencionado: apostar por la educación siempre será una de las opciones que nos brinde las mejores y mayores oportunidades para alcanzar nuestro más alto potencial de desarrollo, no sólo como personas. sino como sociedad. Sin embargo, a pesar de que a escala mundial la formación académica es una de las mayores preocupaciones, y sin duda, se han tomado urgentes e inminentes decisiones, quedan muchos retos a los que hay que hacer frente.
Claro que en muchas ocasiones es complejo destinar recursos suficientes a la educación, y no sólo hago referencia a los niveles gubernamentales, sino también al tema familiar, sobre todo cuando otras necesidades parecieran, si bien no más importantes sí urgentes, como salud, seguridad, alimentación, infraestructura o empleo.
Afortunadamente, con el paso de los años, hemos observado los enormes beneficios que implica la constante formación: es un motor del desarrollo social, aumenta las posibilidades laborales, reduce la pobreza, nos insta a la paz, brinda estabilidad, impulsa la democracia, mejora nuestra salud; sobre todo, nos hace replantearnos paradigmas y combatir miedos e intranquilidades, entre otros beneficios.
Han existido miles de personas que han dedicado gran parte de su vida a colaborar e impulsar temas educativos, remodelar los procesos de enseñanza y reformular las teorías que se han generado; una de las figuras que ha luchado incansablemente por la formación académica ha sido el papa Francisco, desde joven en su natal Argentina ha colaborado en diversos sectores de esta importante área.
Su llegada al Vaticano se ha traducido en un importante impulso a la educación, tal ha sido su interés que dos años después de ser elegido sucesor de San Pedro, en 2015 desde una de sus más importantes encíclicas, Laudato si’, abordó la trascendental relación entre conciencia ecológica y educación; siendo uno de los más arduos defensores de nuestra casa común y el trabajo orientado desde la escuela para su protección.
Dice un refrán africano que “se necesita un pueblo entero para educar a un niño”, y es que la labor no puede afrontarse desde una sola área o desde un único enfoque; es así que, siendo plenamente consciente de que la formación académica es un trabajo de todos, el 12 de septiembre de 2019, el Papa emitió un mensaje para invitar, sobre todo a los jóvenes, a asistir a un evento mundial el 14 de mayo de 2020, bajo el tema: “reconstruir el pacto educativo global”.
A partir de aquí durante eventos y conferencias se ha buscado poner en el centro de la atención global la importancia de la educación, incluso Francisco, mediante la constitución apostólica Praedicate evangelium (19/3/22), reformó la curia romana e instituyó el Dicasterio para la Cultura y la Educación, dirigido por el prefecto monseñor José Tolentino de Mendonça, ferviente amante de las letras y la cultura. Esta importante instancia comenzó formalmente su operación el 1º de junio de ese año, asumiendo los cometidos que hasta ese momento eran llevados por el pontificio Consejo de la Cultura y por la Congregación para la Educación Católica.
Pero, ¿cuál es el principal mensaje del Pacto Educativo Mundial? Claro que el tema requiere más de un artículo para ser examinado; cuenta con siete compromisos: 1) poner a la persona en el centro; 2) escuchar a las jóvenes generaciones; 3) promover a la mujer; 4) responsabilizar a la familia; 5) proteger a los más vulnerables y marginados; 6) renovar la economía y la política, y 7) cuidar la casa común.
Uno de los elementos más significativos sobre la labor del Papa radica en impulsar a que la escuela deje de verse como lugar limitado, tanto en horarios como en un espacio geográfico, sino más bien como plataformas de apoyo, donde, además de temas escolares, el amor y comprensión sirvan como vehículos de un diálogo empático, como organismos que trabajen a puertas abiertas fraternalmente.
Además, se debe reconocer que uno de los rasgos más relevantes de la educación es que indudablemente, nos ayuda a ejercitar nuestro potencial y salir de nuestra limitada visión y motivar cambios que a su vez se conviertan en esperanza; en una oportunidad para romper círculos viciosos, paradigmas y patrones negativos de conducta.
Cuestionarnos constantemente es una de las mejores herramientas para destruir la hegemonía, por lo que se debe reconocer que espiritualidad y cultura o educación, al contrario de lo que podría creerse, no deben ser abordados de manera separada, sino más bien como elementos conjuntos que al fusionarse nos permiten reconceptualizar nuestras relaciones.
De lo que sí podemos también estar convencidos, sobre todo tras la pandemia de 2020 y que se ha convertido en una de las batallas más complejas de los últimos tiempos, es que la solución se encuentra en el trabajo mancomunado, en poner la esperanza siempre como una guía que nos enseñará el mejor camino, en volver a los valores que hemos olvidado y comenzar así una verdadera reconstrucción del tejido social y por supuesto en reinventar la educación para que se centre en el diálogo abierto, la comprensión del prójimo y reconectar familia, Estado y sociedad.
*Consultor en temas de seguridad, inteligencia, educación, religión, justicia y política