La presente batalla por la conservación del Poder Judicial tal cual ha funcionado por décadas es la mayor de todas las habidas en estos beligerantes años. El esfuerzo transformador emprendido por el gobierno, con su propuesta de reforma jurídica, alineó todas sus fuerzas y concurrió al enfrentamiento directo. Ninguno de sus soldados quedó fuera, todos se han sentido afectados de manera directa.
Se trata, en efecto, del mayor bastión de poder, acumulado desde lejanas épocas y férreamente conservadoras. Un enorme tinglado de jueces, magistrados y ministros, con sus batallones de burócratas, adoctrinados durante la prolongada hegemonía neoliberal. A su derredor se alinea un conjunto de bufetes de abogados litigantes que venden sus relaciones con los togados y a los que conocen a la perfección.
Aparatos jurídicos de empresas que aprendieron a usar los resortes de tribunales, emparentados ideológicamente con ellos y deciden de acuerdo con sus peticiones. La defensa de los intereses populares no avanzan en este proceso de hacer justicia, pues la ley escrita y sus interpretaciones contrarían sus ambiciones, casi como regla inamovible.
El campo en que se dirime el resultado es nada menos que el nuevo Congreso de la Unión. Ahí, una mayoría de legisladores, con un mandato popular masivo y consciente llega armado con su modelo justiciero. Enfrenta a una oposición, minoritaria, de corte clasista, con su ya tradicional, y casi derrotado, modelo acumulador. Se trata de dirimir quién ha de prevalecer en este duro enfrentamiento final. La oposición no ha escatimado en llamar a todos sus posibles aliados.
Trátese de gobiernos extranjeros, bancos de alcance mundial, centros de investigación, medios de comunicación, hasta tocar a organismos internacionales, ante quienes ocurren en pos de ayuda. Por estos movidos días, le han sumado, a sus posturas, algunos centros de estudios universitarios públicos y privados. Decidieron llevarlos a la calle con la tradicional energía estudiantil. Y ahí están ahora, aunque no alcancen los números convenientes para mostrar el músculo suficiente que pueda inclinar, a su favor, la pelea dentro del Congreso.
El punto de confluencia de los afanes opositores es conservar, tal cual han sido expuestas durante décadas, las determinaciones del Judicial. Saben que ello los auxilia de manera definitoria en conservar y prolongar sus intereses. El Presidente les obstruye el camino y también, aunque no lo reconocen todavía a cabalidad, la firme decisión de respaldo proclamada por la presidenta electa.
Insisten, con toques delicados, en la conveniencia que suponen obtendrá si se separa de la actual y firme línea de izquierda. Al menos sugieren una táctica dilatoria, de prudente espera, para llevar a cabo, en tiempo conveniente, la reforma jurídica. Una que ya contenga ciertas modificaciones que la haga aceptable, inofensiva y, a la vez, reparadora de sus tradicionales empeños.
Críticos opositores no creen que AMLO se retire, tal como lo manifiesta repetidamente. Creen que, en todo caso, seguirá actuando tras bastidores, impidiendo que el nuevo gobierno se desvíe de la ruta marcada por él. Saben y temen ese hálito popular acumulado que ha ido ganando con los años y las aventuras conjuntas con los de abajo. No se irá, aseguran, sino que seguirá actuando a través de las organizaciones de masas que ha formado con su incansable trabajo que, aunque forzadamente, le reconocen.
Los alcances de sus programas sociales caen como pesados triunfos sobre el negativo y temeroso pasado neoliberal. El daño infligido por mirar y atender hacia arriba de los conservadores es inmenso. Producían con su accionar convenenciero 100 mil nuevos pobres de manera continua. Ahora se topan con los 100 mil pobres mensuales que abandonan tan penosa situación. De esta magnífica manera, se han acumulado casi 10 millones de nuevos seres humanos que podrán dar cuenta de su nueva vida.
Pero los aguerridos, temerosos y belicosos conservadores no se rinden. Han estado pronosticando variadas y graves crisis por ocurrir. Las formulan cuan espadas de palabras altisonantes. Quiebres financieros, retracción de inversiones, huidas empresariales, corridas contra el peso, enfrentamientos por doquier, inseguridad creciente. Es decir, inestabilidad rampante que detendrá el crecimiento, incluso el desarrollo y desembocará en una crisis sexenal, tal y como se acostumbró en el pasado.
El balance de fuerzas en el Senado impide, por la terminal renuencia de la oposición a negociar, llegar a un acuerdo que forme mayoría calificada. Los cambios constitucionales quedarían truncados. La búsqueda de un senador que cambie la situación es frenética. Tal parece que, finalmente, el oficialismo lo logrará y habrán reformas sucesivas.
La oposición, con toda la estigmatización que ha asegurado a los llamados “traidores”, tendrá que aceptar, una vez más, su derrota. El modelo justiciero podrá terminar su tarea transformadora sin el bloqueo acostumbrado del Poder Judicial.