Cuando ha pasado una década sin sentir la euforia de un campeonato hay algo como una impaciencia contenida. No desbocada, porque eso suponía el riesgo de cometer caros errores, por eso Diablos Rojos del México trataron de mantener la serenidad de quien tiene bien fijo lo que quiere: conseguir su título 17 de la Liga Mexicana de Beisbol. Un anhelo que tardaron 10 años en alcanzar, pero lo conquistaron. Aunque: ¡vaya novena entrada!, repleta de angustia escarlata y en la cual parecía que la barrida al Monterrey se les escurría de las manos.
Ayer vencieron a Sultanes en el estadio Mobil Super con pizarra de 4-2, pero con la contundencia de cuatro victorias consecutivas que no dejaron duda de que los Rojos venían con la inspiración de ser monarcas de la Zona Sur, apoyados en un equipo que hace años no armaban y con la joya de pitcheo de Brooks Hall con sólo dos hits en siete episodios.
Primera entrada y esos Pingos no querían esperar a que los motores entraran en combustión. Un jonrón de José Marmolejos, nombrado el jugador más valioso de la noche, impulsó las tres carreras de inicio con Franklin Barreto y Robinson Canó. Estaban con los maderos calientes.
Cuando los signos además envían mensajes poderosos, hay algo que le hace trampas a la razón y le susurra al oído a la superstición, esa lógica oculta que mueve los corazones de los aficionados. Si no, hay que ver cuando Julián Ornelas produjo la carrera que anotó Juan Carlos Gamboa. Sí, el mismo Harper que el 11 de septiembre de 2014 se vistió de héroe al darle a los Rojos el que por una década fuera su último campeonato.
En el montículo de los Sultanes, Julio Teherán tenía el rostro del espanto de quien ve materializadas sus pesadillas. La visita a la lomita hizo evidente lo que todos suponían: que debía bajar de ahí, pues había perdido el control. Jared Lakind se hizo cargo de los lanzamientos y se combinó con los relevistas para cumplir con su trabajo con disciplina.
A Sultanes los llaman los fantasmas grises, pero en esta Serie del Rey sólo fueron los fantasmas a secas porque ni se aparecieron y tardaron 29 entradas en anotar. Todo cambió en el noveno inning, cuando pusieron el drama y la posibilidad de una voltereta.
Al cerrador de los capitalinos, el japonés Tomohiro Anraku, se le complicó ese último rollo. Le anotaron dos carreras, se le embasaron en primera y antesala, además de que su confiable segunda base Robinson Canó cometió el error que puso todo en llamas. Cuando parecía que la voltereta estaba al alcance de los locales con pizarra de 4-2 y dos outs, el mismo Canó se encargó de consumar la victoria. El campeonato 17 de unos Diablos llegó al fin después de una larga década de espera.