México es un equipo repleto de preguntas que Javier Aguirre se esfuerza en contestar. Su respuesta automática es el equilibrio. Sin ese valor, que se ha vuelto tan recurrente en sus conferencias de prensa, el seleccionador nacional no imagina que las cosas mejoren en el Tricolor. La victoria contra Nueva Zelanda (3-0), en el inicio de su tercera etapa en el banquillo, despejó la tensión acumulada por los fracasos en la Copa América y la Liga de Naciones de Concacaf.
Aunque se trataba de un encuentro amistoso, el alivio de ganar fue un botín de valor incalculable para los mexicanos, el primer eslabón de una fase reconstructiva. Lo que queda por resolver aún es el ánimo de la gente. Los organizadores en el estadio Rose Bowl, en California, invitaron al pugilista tapatío Saúl Canelo Álvarez para ser el encargado de lanzar el volado inicial, a sabiendas de la poca demanda de boletos. Pero ni eso pudo ocultar las gradas vacías en un inmueble acostumbrado a estar lleno en las visitas del Tricolor.
La primera gran emoción de la noche fue el gol de Orbelín Pineda, un jugador cuya destreza es capaz de generar espacios donde parece que no existen. El mediocampista del AEK de Atenas cerró una triangulación que iniciaron Luis Romo y Roberto Alvarado para lograr el 1-0 con un remate raso y pegado al poste (4). Si el futbol es un estado de ánimo, como dice el ex futbolista argentino Jorge Valdano, México derribó la poca moral de la débil Nueva Zelanda.
Con ayuda de Rafael Márquez y Tony Amor en la toma de decisiones, Aguirre arregló los desperfectos actuales. En cada saque de banda o tiro de esquina hubo al menos un comentario de El Vasco que hizo reír al abanderado, una indicación de Márquez a los zagueros centrales o el grito de apoyo de Amor a los mediocampistas. Todo fue ejecutado con el rigor necesario de las urgencias. Prueba de que la suerte jugó de su lado, el seleccionador nacional ingresó al campo a César Huerta en el complemento y, en seguida, encontró el segundo gol (53).
El Chino se olvidó de sus tareas habituales en Pumas, muy pegado a la banda, y definió como un centrodelantero en la primera oportunidad que tuvo frente al arquero Max Crocombe (53). Jugadores e integrantes del cuerpo técnico mexicano saltaron desde la banca para celebrar a todo grito, mirando hacia la tribuna. El golpe definitivo llegó poco tiempo después, cuando Luis Romo coronó un nuevo ataque de su equipo con la puerta abierta (57).
La única nota mala en la libreta de Aguirre fue la lesión del colombianomexicano Julián Quiñones, quien no pudo terminar el partido debido a una molestia en el muslo de la pierna derecha.