A falta de más o menos dos meses para que, en pleno otoño, empiecen –en los escenarios principales de los combates tanto en el Donbás (Donietsk y Lugansk) como en la región rusa de Kursk– las lluvias y la tierra sea lodazal dificultando el desplazamiento de tropas y armamento, todo indica que la actual correlación de fuerzas sólo podría cambiar a partir de quién resulte electo presidente de Estados Unidos, principal sostén de Ucrania.
De si la demócrata Kamala Harris o el republicano Donald Trump se instala como nuevo inquilino de la Casa Blanca, al margen de lo que puedan o quieran aportar los países europeos, depende cuánto apoyo en finanzas y armamento de Washington podrá recibir Kiev para hacer frente a los embates militares de Moscú. Pero incluso en caso de ganar Trump, Ucrania no tiene por qué tirar la toalla, simplemente volverá a vivir una situación de carencias de todo tipo, similar a la que tuvo esta primavera cuando la demora de medio año en el Congreso estadunidense para autorizar el enésimo paquete de ayuda facilitó el comienzo de la ofensiva rusa en el Donbás.
A las puertas del otoño, parece claro que las tropas ucranias frenaron a las rusas a 10 kilómetros de Pokrovsk, formando con refuerzos varias líneas fortificadas, mientras el Estado Mayor ruso lleva semanas reportando a diario la toma de insignificantes aldeas por los flancos que, en una perspectiva distante, podría derivar en el golpe táctico de rodear a las unidades ucranias que defienden esa zona.
Y las tropas ucranias, que un mes después de cruzar la frontera ocupan mil 300 kilómetros cuadrados de Kursk, afrenta al Kremlin más que victoria militar, tampoco pueden, tras volar los puentes sobre el río Seim, cerrar el cerco de los entre 2 y 3 mil soldados rusos que hay en el distrito de Glushkovo, pues es muy arriesgado intentarlo en tanto no logren destruir los seis pontones que tendió Rusia para mantener la logística de su efectivos ahí.
Visto con realismo, la guerra no va a terminar cuando los rusos logren ocupar Pokrovsk ni tampoco si no son capaces de expulsar a los ucranios del territorio de Kursk que controlan. Tanto Moscú como Kiev esperan el desenlace electoral en Estados Unidos para poder pensar en sus operaciones bélicas ya, con mayor o menor alivio, en el invierno siguiente.