José Joaquín Fernández de Lizardi (15 de noviembre 1776-21 de junio 1827) debiera ser revalorado como precursor de la libertad de creencias en México. Iniciador de varias publicaciones periódicas, una de ellas (El Pensador Mexicano) se convirtió en el seudónimo por el cual fue más conocido el prolífico escritor.
Fernández de Lizardi fue observador agudo de los acontecimientos y transformaciones de la vida de la capital mexicana, donde nació y murió. Podemos acceder al abundante corpus lizardiano gracias al rescate de Rosa María Palazón, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
Además, ha prohijado dos antologías fundamentales para quienes deseen hacerse de una panorámica de la amplitud de temas sobre los que escribió El Pensador Mexicano. La investigadora mencionada es autora de una obra que, en forma novelada, narra la vida y aventuras de Fernández de Lizardi.
En septiembre de 1813 Fernández de Lizardi publicó Sobre la Inquisición, pieza en la que llamó fariseos a quienes lamentaban el cese del Santo Oficio, ya que el organismo represor era “un tribunal odioso en sus principios, criminal en sus procedimientos y aborrecible en sus fines […]. Un tribunal que siempre fue injusto, ilegal, inútil en la Iglesia y pernicioso en las sociedades”. Señaló Fernández de Lizardi que la secrecía con que actuaba la Inquisición y las excomuniones “eran los escudos que protegían las iniquidades e injusticias de este lúgubre y enlutado tribunal”. Su argumento central para descalificar al Santo Oficio descansaba en que el “tribunal es no solamente perjudicial a la prosperidad del Estado, sino contrario al espíritu del Evangelio que intenta defender”. Su osadía le valió ser denunciado ante la Inquisición, la cual ya no tenía el poder de antaño y El Pensador pudo librarse de sanciones graves.
Sólo tres días después de cometido el asesinato por intolerancia religiosa del protestante Seth Hayden, Fernández de Lizardi se ocupó del asunto. Lo hizo el 1º de septiembre de 1824, en una más de las conversaciones entre el payo y el sacristán, bajo el título “De aquí a tres meses veremos cómo va de independencia” (https://acortar.link/VseAPp).
El crimen tuvo lugar en la entonces calle del Empedradillo, actual Monte de Piedad, cuando al paso del “Sagrado Viático” a Seth Hayden lo reconvino “un hombre para que se hincara, no queriendo hacerlo (según dicen), lo atravesó con la espada y huyó”. Por medio de uno de sus personajes, el sacristán, Fernández de Lizardi argumentó sobre la necesidad de que cesaran los que llamó actos de fanatismo. Con Fernández de Lizardi coincidió José María Luis Mora, quien el 2 de septiembre denunció el caso de intolerancia en una sesión del Congreso Constituyente del estado de México.
Prácticamente al día siguiente de consumada la Independencia nacional, pausada, pero crecientemente, aumentan los debates sobre el porvenir del país en términos religiosos. Los conservadores buscaron afanosamente mantener inamovible la identidad religiosa católica de la nación. Para cumplir tal propósito edificaron un cuerpo legal que vedaba la práctica pública de cualquier religión distinta al catolicismo. Veían con temor la posibilidad de que el protestantismo incursionara en México.
La propuesta de apertura es defendida con fuerza, y de manera creciente entre 1813 y 1827 (año de su deceso), por Joaquín Fernández de Lizardi. En La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, él aboga por la instauración de un gobierno republicano. Subraya que “bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra”. Comenta que, ante lo que llama el tolerantismo religioso, “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […]. Ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.
El Pensador se atrevió a referirse en términos positivos a Martín Lutero, lo que le valió ser duramente descalificado por Juan Bautista Díaz Calvillo, doctor en teología e integrante del Claustro de la Real y Pontificia Universidad de México. El crítico advirtió que la reforma eclesiástica propugnada por Fernández de Lizardi y su apoyo a la tolerancia religiosa lo colocaban muy cerca del protestantismo, ya que “si no se reconoce la autoridad de la Iglesia se es obediente a las doctrinas de Lutero”.
Fernández de Lizardi enfrenta la intolerancia religiosa en el terreno de las ideas, también deja constancia de que en México eran residentes unos pocos protestantes, que representaban la posibilidad de una muy incipiente diversificación religiosa. Visualizaba que la nación mexicana tendría que abrirse a la libertad de creencias y dejar atrás el dominio clerical que tantos daños hizo al país y sus habitantes.