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En sus obras, Diego Zelaya busca atrapar un pedazo de noche, de oscuridad

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La nueva producción de Zelaya se origina en la lectura del libro 'Nuestra parte de noche', de la argentina Mariana Enríquez, y de las tradiciones místicas de América Latina. Foto José Antonio López
02 de septiembre de 2024 07:56

La pintura de Diego Zelaya es de bordes y fronteras. Pero, sobre todo, de dicotomías. En ella caben, dice, la figuración y la abstracción, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, lo nuevo y lo viejo, el mundo real y el imaginario.

Es una propuesta que no da tregua al observador, sustentada en una tensión permanente entre opuestos: Mi trabajo es de contrastes entre las cosas, pero la pintura ofrece un espacio donde todo puede coexistir de alguna manera, aunque con ciertos sacrificios. Es algo que me llama mucho la atención.

En El abismo que devoró al sol, su primera exposición individual, que permanecerá hasta el 10 de octubre en la Galería de Arte Mexicano (Gobernador Rafael Rebollar 43, San Miguel Chapultepec), el artista, nacido en la capital del país en 1990, da cuenta de todo lo anterior mediante 22 cuadros y dos piezas de cerámica de su serie más reciente, elaborada el año pasado.

Esta nueva producción pictórica de Diego Zelaya tiene un origen doble. Por un lado, la lectura de Nuestra parte de noche, en el que la argentina Mariana Enríquez habla de un elemento que proviene del tiempo nocturno, que él buscó capturar mediante la pintura al tratar de plasmar un pedazo de la noche, un fragmento de oscuridad.

El otro punto de partida de esta serie es la investigación que emprendió el pintor de las tradiciones místicas, principalmente de América Latina, en libros y películas.

Me gusta mucho todo ese mundo fantástico que crecí leyendo; por ejemplo, a Lovecraft, todo eso que está situado en un ambiente que no era el mío. Investigar lo que se ha hecho en Chile y Argentina, pero sobre todo en México, me resultó muy inspirador para hacer una propuesta de un mundo ficticio que se sintiera ligeramente místico, pero también que no apelara a una narrativa, agrega en entrevista.

Retomo elementos de las tradiciones de América Latina a partir del deseo de apropiarme de manera visual de todo ese mundo fantástico para resignificarlo.

El imaginario del joven artista en esta exposición está conformado por seres con rostros difuminados, sin ojos, inertes, como si estuvieran dormidos o muertos; personajes espectrales u oníricos; manos difusas y evanescentes; flores marchitas o en proceso de marchitarse. Es parte de esa dicotomía del autor entre los universos figurativo y abstracto.

Me han hecho ver que hoy día son pocos los artistas que presentan algo figurativo, y me parece muy padre poder incluir aquí algo de ello, de cosas representativas; pero, a la vez, me gusta mucho la pintura abstracta, explica.

Entonces, llevar un poco la figura al borde de la abstracción se me hace muy interesante. De eso trata mucho mi pintura, un intento de mezclar esos dos idiomas, pero en ese proceso se tienen que sacrificar cosas, de uno y otro lado, y lo que busco es lograr un equilibrio en esa tensión, así como causar un poco de misterio, de duda sobre qué es todo esto.

La mayoría de las obras de la exhibición tiene de rasgo en común ser, en apariencia, monocromáticas, al predominar el verde talo: “El color en esta serie refiere a un horario nocturno. Es un color que viene de noches sin dormir, del insomnio, de estar despierto a las 3 o 4 de la madrugada y observar.

Se me hacía muy interesante cómo en la noche o en la madrugada los objetos se ven en una tonalidad café; pero un color que siempre notaba era un ligero verdoso y un ligero morado muy oscuro; la posibilidad que me ofrece la pintura es hacerlos más extremos.

Otro aspecto en común en las piezas es que la mayoría presenta al menos una mancha oscura en forma de círculo, como aquella que se forma cuando una impresión fotográfica es quemada por un producto químico. Se trata, como ya se dijo, de un elemento deliberado con el que el pintor quiere hacer patente ese pedazo de noche, de oscuridad que emerge de sus obras.

Aunque gran parte de los cuadros tienen de referente el mundo del cine, e incluso varios pueden parecer cinematográficos o provenientes de novelas gráficas, dado la variedad de sus formatos, Diego Zelaya reitera que su afán dista de crear una narrativa lineal y lo que persigue es que cada uno sea el fragmento de una historia independiente.

Las piezas de El abismo que devoró al sol forman parte del retorno de este artista, hace un lustro, a la pintura de caballete, carrera que estudió en el Reino Unido, en Gales, y luego de haber incursionado alrededor de una década en el muralismo.

Refiere que comenzó a hacer murales a los 18 años, cuando inició sus estudios de arte en aquella nación europea, motivado por la tradición de los grandes muralistas mexicanos del siglo XX, pero también con la idea social que provenía de nuestro país de llevar el arte a la vida cotidiana de la gente.

Tiene obras de ese tipo en México, Cuba, Estados Unidos, Alemania, Portugal, Francia y el Reino Unido. Hace unos días, después de tres años de estar alejado de ese ámbito, volvió a hacer un mural, en la alcaldía Iztapalapa.

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