Cada cuatro años, cuando se realiza una elección presidencial en Estados Unidos, regresa esa sensación muy rara para los que no somos de aquí: la gran mayoría de estadunidenses no tienen en cuenta que su voto (o no voto) tiene consecuencias –a veces de vida o muerte– para el resto del planeta. Es como si muchos no estuvieran conscientes de que viven en el centro del poder imperial. ¿Sucedía lo mismo con los ciudadanos de Roma, Londres, Madrid u otros aún más antiguos, cuando eran imperios?
No es que no estén enterados de que viven en el país más poderoso del mundo –eso se les repite en los discursos de todo político nacional–, pero cuando votan no toman en cuenta que también están tomando una decisión que afectará a miles de millones de personas que no tienen ni voz ni voto aquí.
En las convenciones de los dos partidos nacionales este verano se repitieron las frases que subrayan el gran poder de Estados Unidos: somos la nación indispensable
, somos los líderes del mundo
, somos la fuerza que lucha por el bien
en el mundo, y que así será siempre según firmes promesas de que se mantendrá la fuerza militar más poderosa y letal del mundo
(Kamala Harris) y que nadie se atreverá a desafiarnos (Trump).
Mientras la cúpula política y sus cómplices (hay disidentes notables) afirman que Estados Unidos es el líder democrático del planeta, nadie ha preguntado al planeta si está de acuerdo, eso nunca ha sido sometido a un referendo mundial para legitimarlo. De hecho, Washington repetidamente rechaza las decisiones tomadas democráticamente en el ámbito mundial. Por ejemplo, la gran mayoría de los países expresaron en la Asamblea General de la ONU su condena de Israel por la guerra en Gaza y la abrumadora mayoría votó por trigésima primera vez para condenar el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba (en 2023 sólo Estados Unidos e Israel votaron en contra).
En gran medida, en las elecciones nacionales, nada de lo que tiene impacto real y potencial sobre el resto del mundo está en debate, y mucho menos el papel imperial de este país está presente durante las elecciones.
Se ha escrito mucho sobre si una democracia puede ser un imperio, o al revés. El historiador William Appleman Williams exploró este asunto hace más de 40 años en su libro Empire as a way of life, donde argumentó que desde sus inicios este país tuvo un proyecto imperial. Incluye una cita extraordinaria de Thomas Jefferson: estoy convencido de que ninguna Constitución anterior fue tan bien calculada como la nuestra para el imperio extensivo y el autogobierno
. Ese proyecto imperial, dice, es lo que está disfrazado detrás de la retórica oficial de libertad
, que en realidad implica expansión constante, y todo desafío a este proyecto como una amenaza a la libertad. Empezamos a definir la seguridad como un derecho natural al imperio
, escribió.
Las consecuencias domésticas de mantener un imperio con fuerza militar están a la vista: Estados Unidos es número uno como potencia militar, pero muy por debajo de otros países avanzados en casi todos los otros rubros de bienestar social. Y fue el reverendo Martin Luther King, promotor de la no violencia en el movimiento democratizador que encabezaba, quien declaró en 1967 en su famoso discurso antimperial contra la guerra en Vietnam que ya no podría abordar la violencia de los pobres dentro de Estados Unidos sin primero hablar claramente ante el proveedor más grande de violencia en el mundo hoy día: mi propio gobierno
.
Aunque el papel de Estados Unidos como poder imperial no es tema en esta elección, es parte inevitable del trasfondo de lo que está en disputa. Tal vez la solución democrática
es otorgar el derecho al voto al resto del mundo que será impactado por los resultados de la elección este 5 de noviembre.
Randy Newman. Political Science & A Few Words in Defense of our Country. https://www.youtube.com/watch?v=Kg_LDeUEiWY; https://www.youtube.com/watch?v=E0EAwSpTcM4
PD: Hasta siempre a nuestro compañero jornalero Jorge Enrique Botero (https://www.jornada.com.mx/2024/09/01/mundo/019n1mun)