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Lograr la paz en la nueva era multipolar

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Los líderes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, respectivamente, ostentan dos de los polos del poder global. Foto Afp
01 de septiembre de 2024 08:49
Con la desaparición de la Unión Soviética, en 1991, Estados Unidos dio por sentado que dominaría el mundo como potencia hegemónica sin rival. Sin embargo, el momento unipolar estadunidense resultó breve. El dominio geopolítico de ese país terminó con el ascenso de China, la recuperación de Rusia después del periodo de colapso soviético, y el rápido desarrollo de India. Hemos llegado a una nueva era multipolar.

Estados Unidos lucha aún por conservar la hegemonía mundial, pero se trata de un engaño y está condenado a fracasar. Washington no está en posición de liderar al mundo, incluso si el resto del orbe lo deseara, cosa que no ocurre. La parte de Estados Unidos en la producción mundial (a precios internacionales) está en 16 por ciento y va en descenso, respecto a alrededor de 27 por ciento en 1950 y 21 por ciento en 1980. La proporción de China es de 19 por ciento. La producción manufacturera de China es alrededor del doble de la estadunidense, y el país asiático rivaliza con el americano en tecnologías de punta.

Estados Unidos está extendido de manera desproporcionada en materia militar, con unas 750 bases en 80 países. Está envuelto en guerras de larga duración en Yemen, Israel-Palestina, Ucrania, Siria, Libia y otras partes. Las guerras estadunidenses y su lucha por la hegemonía son financiadas con deuda, contraída incluso con potencias rivales, como China.

Una deuda del total de su PIB

Además, la política fiscal estadunidense está paralizada. Los ricos, que financian las campañas políticas, quieren impuestos más bajos, mientras los pobres quieren mayor gasto social.

El resultado es un punto muerto, con un crónico déficit presupuestal (ahora equivalente a 5 por ciento del PIB). La deuda pública se ha expandido del equivalente a 35 por ciento del PIB en 2000 a 100 por ciento en la actualidad.

Estados Unidos sostiene un dinamismo tecnológico en áreas como inteligencia artificial y diseño de microchips; sin embargo, sus avances son rápidamente alcanzados por China mediante la diseminación del conocimiento y los progresos logrados por el propio país oriental. La mayor parte de la tecnología verde y digital del planeta –incluyendo módulos solares avanzados, turbinas de viento, plantas de energía nuclear, baterías, chips, vehículos eléctricos, sistemas 5G y transmisión de energía a larga distancia– se fabrica en Asia, en gran parte por China o por cadenas de suministro dominadas por esa nación.

En vista de sus déficit presupuestales, Estados Unidos elude las cargas financieras del liderazgo global. Exige que sus aliados de la OTAN paguen por sí mismos la defensa militar, y se muestra cada vez más tacaño en sus contribuciones al sistema de Naciones Unidas para el financiamiento de programas referentes al clima y al desarrollo. En suma, mientras en la Casa Blanca se engañan con que siguen teniendo hegemonía mundial, nos encontramos ya en un mundo multipolar. Esto plantea la pregunta de qué debe significar esta nueva multipolaridad. He aquí tres posibilidades.

La primera, nuestra trayectoria actual es una lucha continua por el dominio entre las grandes potencias, que coloca a Estados Unidos contra China, Rusia y otros. El principal experto estadunidense en política exterior, el profesor John Mearsheimer, ha propuesto la teoría del realismo ofensivo, según la cual las grandes potencias luchan inevitablemente por el dominio; sin embargo, las consecuencias pueden ser trágicas, en forma de guerras devastadoras. Sin duda, nuestra tarea es evitar esos desenlaces trágicos, en vez de aceptarlos como algo fatal.

La segunda posibilidad es una paz precaria, mediante unequilibrio de poder entre las grandes potencias, que a veces se denomina realismo defensivo. Puesto que Estados Unidos no puede derrotar a China o Rusia, y viceversa, las grandes potencias deben mantener la paz evitando conflictos directos entre ellas. Estados Unidos no debe tratar de empujar a la OTAN en Ucrania, contra las enérgicas objeciones de Rusia, ni tampoco armar a Taiwán en contra de la vociferante oposición de China.

En resumen, las grandes potencias deben actuar con prudencia, evitando las líneas rojas que cada una trace. Sin duda es buen consejo, pero no basta. Los equilibrios de poder se convierten en desequilibrios que amenazan la paz. El Consenso de Europa, que equilibró el poder entre las grandes potencias europeas en el siglo XIX, sucumbió con el tiempo a los cambios en el equilibrio del poder a finales de ese siglo, lo cual condujo directamente a la Primera Guerra Mundial.

La tercera posibilidad, desdeñada en los 30 años pasados por los gobernantes estadunidenses, pero que representa nuestra mayor esperanza, es una paz verdadera entre las grandes potencias. Esta paz se basaría en el reconocimiento compartido de que no puede haber hegemonía y que el bien común requiere cooperación activa entre las grandes potencias. Existen varias bases para este enfoque, entre ellas el idealismo (un mundo basado en la ética) y el institucionalismo (un mundo basado en el derecho internacional y en instituciones multilaterales).

Hacia una paz sostenible

Una paz sostenible es posible. Podemos aprender mucho de la larga paz que prevaleció en Asia oriental antes de la llegada de las potencias occidentales en el siglo XIX. En su libro Chinese cosmopolitanism, la filósofa Shuchen Xiang cita al historiador David Kang, quien señaló que, “desde la fundación de la dinastía Ming hasta las guerras del opio –es decir, de 1368 a 1841–, sólo hubo dos guerras entre China, Corea, Vietnam y Japón. Estas fueron la invasión china de Vietnam (1407-1428) y la invasión japonesa de Corea (1592-1598)”. La larga paz de Asia oriental fue hecha pedazos por el ataque británico a China durante la Primera Guerra del Opio, 1839-1842, y por los conflictos Oriente-Occidente (y, más tarde, sino-japoneses) que vinieron después.

La profesora Xiang atribuye ese medio milenio de paz en Asia oriental a las normas de Confucio referentes a la armonía, que sustentaron el arte de gobernar en la región, en contraste con la lucha por la hegemonía que caracterizó al manejo del gobierno en Europa. La doctora Jean Dong, experta en política exterior china, expresa opiniones similares respecto a las diferencias entre la forma de gobernar en China y Europa en su libro Chinese Statecraft in a Changing World: Demystifying Enduring Traditions and Dynamic Constraints.

En fecha reciente he propuesto 10 Principios para la Paz Perpetua en el siglo XXI, a partir de los cinco principios chinos para la coexistencia pacífica, más otros cinco pasos prácticos; por consiguiente, una mezcla de la ética de Confucio y el institucionalismo. Mi idea es conjuntar la ética de la cooperación con los beneficios prácticos del derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas.

Al reunirse el mundo en septiembre, en la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Futuro, el mensaje clave es éste: No queremos ni necesitamos un poder hegemónico. No necesitamos un equilibrio de poderes, que se puede convertir fácilmente en un desequilibrio de fuerzas. Necesitamos una paz duradera, basada en la ética, en intereses comunes y en el derecho internacional y las instituciones.

* Profesor y director del Centro para el Desarrollo Sustentable en la Universidad Columbia y presidente de la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU. www.jeffsachs.org

Publicado originalmente en New World Economy

Traducción: Jorge Anaya

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