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Gabriel Vargas Lozano: el trabajo de la filosofía

31 de agosto de 2024 00:01

Buscaba otra cosa, pero me topé con la filosofía. En México, 40 millones de personas trabajan en educación. Es un sistema enorme, pero también es centralizado y vertical; es la materialización mexicana de una idea de educación planteada por un filósofo alemán (Johann Fichte) indignado porque después de la humillante derrota que sufrieron las fuerzas prusianas en la batalla de Jena a manos de los franceses, fueron los mismos habitantes de Prusia quienes aplaudieron a los vencedores. Sacudido por lo que vio, Fichte entonces propuso la creación de un sistema educativo obligatorio para todos los alemanes que enfatice la unidad y superioridad de la nación germana.

Casi un siglo después, también en México se construyó un sistema educativo nacional, único y obligatorio. Lo diseñó un político y filósofo, Justo Sierra, quien cuando apenas tenía 13 años pudo presenciar el recibimiento y aplausos que habitantes de la Ciudad de México ofrecían a Maximiliano y Carlota. “Apenas se puede creer que los mismos mexicanos… acepten un emperador de procedencia francesa”, se refiere que dijo el joven Justo en 1861.

Fue él, Sierra, quien entre 1890 y 1910 establecería el sistema educativo. Al inicio de ese periodo, al inaugurar lo que sería la primera escuela normal federal, el ministro Joaquín Baranda no tenía otra cosa que alabanzas para un avance educativo capaz de ganar guerras. “Prusia, vencida y humillada en 1806, fue vencedora y exigente en 1871… La victoria de la Alemania la decidieron las armas en el campo de batalla, pero los soldados vencedores salieron de las 60 mil escuelas de instrucción primaria que tenía esa nación, con una concurrencia de 6 millones de alumnos. Los laureles no fueron únicamente para los guerreros”, sino también para “el modesto maestro de escuela”.

Porfirio Díaz –que vestía a sus generales con los prusianos cascos de pico– debió haber aplaudido, satisfecho, de que en educación se seguirían las huellas de aquella admirable nación. Surgía así en México un modelo educativo basado en un sistema único nacional y en una institución universitaria, cuyos tres rasgos principales definió Justo Sierra en la universidad y en la educación nacional que entonces nació:

1.- El primero y más importante rasgo es que debe existir una autoridad única, central nacional, y en su caso institucional, que centralice las decisiones. Así, el presidente Porfirio Díaz, según el diseño creado por Justo Sierra, es quien nombra a la autoridad central a cargo del sistema educativo y también al rector universitario, mismo que se define como “colaborador íntimo” del presidente.

2.- El segundo rasgo es que debe ser un sistema selectivo: luego de la educación básica (primaria, en aquel tiempo) el acceso es altamente selectivo, pues sólo los mejores cursan “las ciencias abstractas” y las carreras profesionales, porque “es necesario al bien de todos que haya buenos abogados, buenos médicos, ingenieros y arquitectos, [pues] así lo exige la paz social, la salud social y la riqueza y el decoro sociales” y, en la cumbre, muy pocos tendrán acceso, está la Escuela de Altos Estudios, donde estarán “las cumbres de la sabiduría” y “los príncipes del saber”.

Finalmente, 3.- Esta educación tiene una orientación básicamente elitista del saber: porque, dice, que el pueblo mexicano “en su base es una masa pasiva, que tiene en su cima un grupo de ambiciosos y de inquietos” y no descarta que se cree así, “una casta científica” que prefiera el microscopio y el telescopio en lugar de mirar hacia abajo, “al suelo que le da sustento.”

Este sistema y esta universidad ya estaban fundados cuando surgió la Revolución de 1910 y aparecieron las grandes expectativas de un pueblo hasta entonces oprimido y excluido. Sin embargo, no tenían filósofos a su lado que les advirtieran sobre la problemática futura de mantener básicamente el mismo sistema educativo e institución creados por Porfirio Díaz, y los gobiernos posrevolucionarios –pese a las protestas de maestros y estudiantes– desde entonces han mantenido un profundo desinterés en salir del siglo XIX y crear un nuevo tipo de educación. Es ventajoso, ofrece control.

Por eso, ni siquiera la muerte de cientos de estudiantes en un siglo de protestas ha podido cambiarlo. Mantiene sus rasgos fundamentales con escasas modificaciones que buscan su democratización y reorientación. Por eso, la insistente defensa de mantener la filosofía como parte de la formación que desde hace años lleva a cabo el colega filósofo Gabriel Vargas Lozano es tan trascendental.

Hoy, los jóvenes necesitan aprender a trabajar y ver al país desde la filosofía para que desde ahora comiencen a pensar su propia educación y país de otra manera, opuesta a la decimonónica y militaresca de Fichte, Sierra y Porfirio Díaz.

*UAM-X



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