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El ferrocarril es la vida, es todo: Salvador Zarco

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Durante el tributo, el sábado pasado, Zarco se mostró conmovido por los aplausos y compartió anécdotas y experiencias.Foto cortesía Carolina Velázquez
26 de agosto de 2024 07:33

Puebla, Pue., El tren es poesía, el tren es la vida, porque el tren es como las venas de un ser vivo. Es historia, es todo, afirmó Salvador Zarco Flores (Ciudad de México, 1945), aguerrido líder sindical, incansable luchador social y férreo defensor del ferrocarril, de sus conductores y su patrimonio.

Sonriente, visiblemente contento y al mismo tiempo memorioso, quien fuera militante de la Liga Comunista Espartaco, estudiante de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, detenido durante el movimiento estudiantil de 1968 y preso en Lecumberri hasta 1971, donde se proletarizó, y luego se volvió conductor ferroviario, fue homenajeado en el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos (MNFM) el sábado pasado.

¿Cuántos amigos ha hecho en la vida?, preguntó la directora del MNFM, Teresa Márquez Martínez, a Salvador Zarco, en silla de ruedas y vestido con guayabera blanca, bordada finamente con chaquira con formas de cotorros y guacamayas multicolores.

Soy uno de ellos, respondió Eze-quiel Flores desde el público y ante la mirada atenta de Livier Jara García, de la Dirección de PatrimonioHistórico, Artístico y Cultural de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México; del novelista e investigador Francisco Pérez Arce; de la historiadora y promotora cultural Guadalupe Lozada; de Carolina Velázquez, del libro club Teodoro Larrey, del Museo de los Ferrocarrileros, y de Gilberto Silva, de la Federación Mexicana de Jubilados y Pensionados del Ferrocarril, entre otros asistentes al homenaje.

En el encuentro de amigos, familiares, ex compañeros de celda y de lucha, ex trabajadores del ferrocarril, e integrantes del MNFM y del Museo de los Ferrocarrileros, fundado por Zarco en 2006, en la Ciudad de México, el homenajeado fue definido desde la pluralidad de experiencias, miradas y anécdotas como terco, apasionado, promotor y defensor del patrimonio ferrocarrilero y de la vida sindical; congruente, directo, cómplice, impulsor de proyectos y dueño de un inquebrantable espíritu de lucha.

En el tributo, celebrado en la antigua estación del MNFM, Luis Hernández Navarro, coordinador de Opinión de La Jornada, aseguró que Salvador Zarco es uno de nuestros imprescindibles, porque resume etapas fundamentales de la lucha social de México: de los movimientos estudiantil y obrero, donde retoma las viejas luchas ferrocarrileras de más de un siglo, dando continuidad, forma y organización al vallejismo y al Movimiento Sindical Ferrocarrilero; después, porque emprende la lucha en contra de la privatización del sistema ferrocarrilero mexicano y la recuperación de la cultura rielera.

Congruente y valiente

No sólo eso: mientras era dirigente ferrocarrilero organizó, alrededor de la Asociación Obrero-Cultural Lázaro Cárdenas, grupos obreros, cine clubes, clubes de lectura, guarderías... un trabajo extraordinario que resume las luchas como insurgencia obrera y popular de la década de los años 60; después, una vez que fue inevitable la derrota del movimiento ferrocarrilero, encontró en la defensa del patrimonio de los rieleros una forma de dar vida y continuidad a esa lucha, refirió Hernández Navarro.

Asimismo, recordó cómo, después de casi dos años en la cárcel, en octubre de 1970, hizo la vista de la apelación al auto de formal prisión. Como los magistrados querían que se efectuara en privado, Salvador Zarco se negó. Escribió como documento de defensa un erudito memorial de agravios del México de abajo.

Nos recordó cómo las bayonetas del 2 de octubre en Tlatelolco fueron una prolongación de las que asesinaron a Hidalgo en Acatita de Baján o masacraron al proletariado en Cananea y Río Blanco; de las que acribillaron al general Emiliano Zapata en Chinameca y a Rubén Jaramillo en Xochicalco.

En su caso, Teresa Márquez, titular del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero, mencionó que conoció a Salvador Zarco de oídas, de boca de un trabajador o de un funcionario, de quien no podía estar de acuerdo con él y de quien hasta sentía coraje por su trabajo, pero todos “le tenían profundo respeto.

Salvador ha sido una de las personas más congruentes, honestas y fuertes que he conocido. Es un indispensable, efectivamente, afirmó, al tiempo que recordó que cuando habló con él, le impresionó la forma en que se sumó a la lucha por el patrimonio, de la misma forma que lo hizo por los trabajadores y por la comunidad ferrocarrilera.

Señaló que el ex militante del Movimiento Sindical Ferrocarrilero de Demetrio Vallejo fue parte activa en la formación del MNFM, como cómplice e impulsor, además de excelente fotógrafo, que le hacía llegar imágenes de las vías, estaciones, talleres y otros espacios que necesitaban ser atendidos.

Márquez Martínez destacó que, como ejemplo de su bonhomía, donó al MNFM su biblioteca personal, construida a lo largo de su vida con la misma pasión y fuerza que ha dedicado a cada uno de sus trabajos y acciones.

Al final, conmovido por los aplausos y el reconocimiento que le otorgó el museo adscrito a la Secretaría de Cultura federal y una copia a escala de Petra, una de las máquinas resguardadas en el Museo de los Ferrocarrileros, Salvador Zarco tomó la palabra para contar cómo llegó a ser lo que es, además de sucesos de su infancia y adolescencia que lo llevaron a luchar.

De manera anecdótica, narró que estudió en una escuela primaria extraordinaria, pues ahí se le inculcó el amor por la historia y las culturas originarias, hasta que cambió de dueños y bajó su nivel educativo. En su secundaria, en cambio, había un director alcohólico que no era profesor y maltrataba a sus alumnos.

En preparatoria enfrentó problemas académicos: reprobó varias materias que le valieron, previa amenaza de su padre, abandonar su casa para volverse un vago de profesión, que llegó de la Ciudad de México a Oaxaca, donde, fortuitamente, encontró a un tío que lo regresó a la capital, para volver a la escuela y pasar todas sus materias, gracias a un maestro de filosofía que le enseñó lógica y el abecé del marxismo, que lo animó a formar un grupo y a promover la cultura en la escuela, a ganar un curso de pintura y a viajar por el sureste del país.

Fue un viaje extraordinario; quedé marcado para toda la vida. Fue un camino en el que la cultura me cambió, concluyó Zarco entre sonoros aplausos, y, al final, pidió que no se eliminen las materias de crítica y filosofía en las aulas.

 
 

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