Hace 20 días se conmemoró un aniversario más de la catástrofe ocasionada por las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Prácticamente fue desapercibida tan importante fecha, con excepción de algunos programas de televisión que mostraron videos y películas transmitidos en años anteriores. También reconocemos la publicación de noticias al respecto en diversos medios impresos y, especialmente, en redes sociales. Sin embargo, no fue suficiente.
Sería muy grave olvidar esta fecha, independientemente de la posición política o de la relación diplomática que se mantenga con Japón. Fue un crimen contra la humanidad. Crimen que ninguno de los responsables ha pagado hasta el momento.
Agradezco el material sugerido y las reflexiones que Mijaíl Blandino, de la carrera de Filosofía de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, me hizo llegar. Es un tema que no podemos dejar de estudiar, ya que las políticas belicistas están a la orden del día.
Lo sucedido en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki el lunes 6 y el jueves 9 de agosto de 1945 se ha mantenido en todo el mundo como una permanente alerta del peligro que se corre si las corrientes belicistas siguen adelante.
Para quienes nos hemos dedicado al estudio de la energía nuclear, la divulgación del uso y su aprovechamiento, en beneficio de la sociedad, es una tarea obligada y permanente. La información tiene que darse a conocer en todos los sectores de la población, así como en todos los grados escolares, incluidos los más elementales, para valorar la importancia de la paz mundial y las relaciones diplomáticas y comerciales sanas.
Sería imperdonable que, a estas alturas del desarrollo tecnológico, continúe la manipulación del conocimiento para seguir beneficiando a empresas que no tengan como objetivo el aprovechamiento de esta fuente limpia de energía.
La detonación de las primeras bombas en las ciudades japonesas ha sido uno de los capítulos imperdonables en contra de los derechos elementales, como es el de la vida y el de la oportunidad de vivir sin amenazas de ningún tipo, mucho menos las bélicas.
No se trató de una estrategia militar para acabar con la amenaza nazi ni de un método para lograr el fin de una guerra, o el castigo a un régimen como el del imperio japonés, sino de un masivo asesinato de gente inocente que ni siquiera sabía que existía un artefacto de tales proporciones de destrucción.
Lo imperdonable es que se lanzaron las bombas para demostrar un poderío bélico que, de hecho, ya estaba demostrado. Alemania ya se había rendido y Japón, aunque su emperador irresponsable defendía su absurdo honor imperial, fue sometido también, a base de múltiples bombardeos que causaron profundo daño entre la población de diversas ciudades. Lanzar una bomba de tal magnitud lo único que demostró fue la enorme irresponsabilidad, barbarie y falta de todo sentido humano.
Lo que vino después de la rendición de Japón, también fue sumamente destructivo. La política estadunidense se dedicó a esconder los desastres que dejó su criminal determinación de lanzar las bombas y los daños a la salud física y mental de miles de personas y el desastre ambiental que perduraron por décadas. Trataron de ocultar las secuelas que dejó el uso de la energía atómica.
Por las circunstancias bajo las que se dio la orden desde el Pentágono y de la Casa Blanca con Harry Truman al frente, y cuando, prácticamente, la Segunda Guerra Mundial había terminado con la rendición de Alemania, la masacre en Japón debió considerarse como crimen de guerra, pero hasta la fecha, Estados Unidos se ha mantenido impune ante ese hecho.
¿Por qué lo hicieron? Para los interesados en detonar las bombas fueron más importantes los 2 mil millones de dólares invertidos y la demostración del alcance destructivo. Fueron cuatro toneladas de material explosivo que acabaron en segundos con la vida de alrededor de 120 mil personas. Se considera que más de 130 mil fueron heridas y mutiladas durante la explosión. Las personas afectadas sufrieron posteriormente las secuelas de la contaminación nuclear. ¿Es esto motivo de orgullo para la política exterior de Estados Unidos? ¿Para quiénes trabajan los gobiernos demócratas y los republicanos que se han perpetuado en el poder?
La conducta política de nuestros vecinos del norte sigue en la mira de la comunidad internacional. Para el historial de destrucción de dicha política el Ni perdón ni olvido debe continuar. No se trata de mantener una enemistad irracional, se trata de no olvidar que tenemos un compromiso ético: seguir pugnando a fin de que los avances en la industria de la energía nuclear se apliquen absolutamente para fines pacíficos y en beneficio de la población mundial.
Ojalá que el embajador de Estados Unidos en México revise la historia belicista de su país y se dé cuenta de los estragos que acarrean una política injerencista. Ya es hora de que el país más guerrerista de la historia de la humanidad ponga fin a su política bravucona.
Colaboró Ruxi Mendieta
X: @AntonioGershens