Tras la Revolución rusa de 1917, el bando bolchevique lanzó una ola de detenciones y ejecuciones masivas contra los “enemigos de la contrarrevolución”, conocidas como el Terror Rojo. Entre 1918 y 1922, se estima que unas 200 mil personas fueron ejecutadas sin juicio. Hoy, bajo la bandera tricolor de la Federación Rusa, la administración de Vladimir Putin ha heredado lo peor de la Unión Soviética, transformando el Terror Rojo en terrorismo estatal moderno, dirigido contra sus vecinos y más allá.
Desde 2014, el Kremlin ha insistido en retratar a Ucrania como un país donde supuestamente prolifera el neonazismo, un esfuerzo transparente por justificar la agresión militar de Rusia. Después de lanzar una invasión a gran escala en 2022, Moscú ha utilizado tácticas terroristas contra la población civil ucrania: bombardeos sistemáticos de infraestructuras civiles y energéticas, la destrucción de la presa de Kajovka y el chantaje nuclear en la Central Nuclear de Zaporiyia. Después de esto, Moscú no supo hacer nada más original que implementar su vieja táctica favorita que se describe integralmente con la frase “cualquier acusación es una confesión” y echarle la culpa a Ucrania, asimismo agregando una nueva etiqueta para los ucranios a su arsenal de desinformación.
Sin embargo, esta narrativa se derrumba bajo el peso de los hechos. No existe evidencia creíble de que Ucrania haya perpetrado actos terroristas en ninguna parte del mundo. Lo que hemos visto es una lucha decisiva por la supervivencia ante una invasión brutal.
Detrás de tal comportamiento también se esconde el oscuro papel que ha jugado Rusia en su propia historia reciente de terrorismo. En 1999, justo antes de que Vladimir Putin asumiera el poder, una serie de explosiones en edificios residenciales en Moscú y otras ciudades rusas dejó cientos de muertos. Estas explosiones, oficialmente atribuidas a separatistas chechenos, sirvieron como justificación para la segunda guerra chechena. Sin embargo, investigaciones independientes sugieren que estas explosiones podrían haber sido un acto de terrorismo autoinfligido para consolidar el poder de Putin.
Rusia tampoco ha demostrado ser un socio confiable en la lucha global contra el terrorismo. Un ejemplo evidente es el atentado en el maratón de Boston en 2013. Las autoridades rusas advirtieron a la FBI y a la CIA sobre Tamerlan Tsarnaev, uno de los terroristas, pero luego permitieron que viajara libremente dentro y fuera de Rusia, a pesar de considerarlo una amenaza. Este tipo de acciones pone en duda la sinceridad de Rusia en la lucha contra el terrorismo y sugiere una política de manipulación y oportunismo.
Un caso que ilustra la hipocresía de Rusia y sirve como ejemplo de terrorismo estatal es el derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines en 2014. El avión fue derribado por un misil antiaéreo Buk de fabricación rusa sobre el este de Ucrania, controlado por fuerzas prorrusas, causando la muerte de las 298 personas a bordo. A pesar de la evidencia contundente que vincula el misil con una unidad militar rusa, Moscú ha negado repetidamente su implicación, difundiendo desinformación para desviar la atención.
Un ejemplo reciente es el caso de Vadim Krasikov, un ex agente del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB), condenado en Alemania por el asesinato de un ex combatiente checheno en Berlín en 2019. Krasikov, bajo el alias de Vadim Sokolov, cometió el asesinato en pleno día en un parque de Berlín, acto que las autoridades alemanas calificaron de un asesinato ordenado por el Estado ruso. En un intercambio de prisioneros más reciente entre Moscú y Occidente, fue liberado y vimos a Putin venir a recibirlo personalmente en el aeropuerto. Este incidente no sólo subraya la disposición del Kremlin para llevar a cabo asesinatos extrajudiciales en suelo extranjero, sino que también refuerza la imagen de Rusia como un estado que recurre al terrorismo para eliminar a sus enemigos.
La relación de Rusia con organizaciones terroristas como los talibanes y Hamas subraya aún más su doble moral. A pesar de que los talibanes proporcionaron refugio a Al Qaeda, Rusia ha mantenido canales de comunicación con ellos y facilitado negociaciones. En cuanto a Hamas, organización considerada terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, Rusia ha sostenido reuniones y relaciones diplomáticas con sus líderes, desafiando las sanciones internacionales y socavando los esfuerzos globales para aislar a grupos extremistas.
Es hipócrita que Rusia hable de terrorismo cuando ha sido acusada repetidamente de patrocinar el terrorismo de estado y de utilizar tácticas terroristas para silenciar a sus oponentes, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Desde el envenenamiento de disidentes en suelo extranjero hasta el apoyo a regímenes brutales en Siria y otros lugares, el Kremlin ha demostrado que está dispuesto a utilizar cualquier medio para mantener su influencia y control.
Es esencial que la comunidad internacional permanezca vigilante y no se deje engañar por las tácticas de desinformación del Kremlin.
*Embajadora de Ucrania