Para reflexionar sobre los estados realmente existentes, es necesario dejar de lado ideologías y juicios previos para centrarnos en lo que verdaderamente están haciendo o dejando de hacer, en su relación con los pueblos originarios, negros y mestizos. Pensar el Estado desde lo que el Estado viene haciendo en los últimos años, es mucho más útil que remontarnos a teorías que, a menudo, parten de otras teorías abstractas que no interactúan con la realidad.
Días atrás la revista Science difundió un estudio sobre el acceso de la población mundial al agua potable: alrededor de 55 por ciento de la población del mundo no tiene acceso al agua potable segura, o sea 4 mil 400 millones de personas que viven mayoritariamente en los países del Sur global. “La contaminación fecal afecta a casi la mitad de la población de zonas de ingresos bajos y medios”, reza el informe comentado por El País, lo que causa más de medio millón de muertes al año por diarreas (https://goo.su/8zgGpzl).
Del total, mil 200 millones viven en el sur de Asia, casi 950 millones en África subsahariana, unos 850 millones en el este de Asia, casi 500 millones en el sudeste asiático y más de 400 millones en Latinoamérica y Caribe. ¿Qué hacen los estados para solucionar semejante drama? La respuesta es: poco o nada.
En realidad, se limitan a promover el extractivismo/acumulación por despojo (minería, monocultivos, grandes obras de infraestructura, especulación inmobiliaria, etcétera) que no hacen más que agravar el caos climático y la escasez de agua para quien no pueda pagarla.
Aunque el estudio mencionado no recoge datos del Norte global ni de algunos países del Sur como Chile y Uruguay, sabemos que en esas regiones existen enormes desigualdades en el acceso al agua. En grandes ciudades de América Latina como Buenos Aires, San Pablo y Ciudad de México, existen barrios enteros con agudo déficit de agua, cuestión que no está siendo atendida por los estados.
En el país donde vivo, Uruguay, siempre hubo abundancia de agua potable de excelente calidad. Pero en los últimos 30 años el deterioro ha sido evidente, al punto que hoy el agua que consumimos no es segura. Ninguno de los gobiernos de estas tres décadas, donde se han turnado progresistas y conservadores, tomó en serio las consecuencias de los monocultivos y de la ganadería que son los responsables de que todos los ríos estén contaminados.
Los estados se están limitando a facilitar la acumulación por despojo, de muy diversos modos. El sociólogo William I. Robinson sostiene en reciente artículo que “en esta era del capitalismo global, el sistema produce una multiplicación históricamente sin precedentes de humanidad excedente”, personas “demasiado numerosas para ser útiles al capital como ejército de reserva, incapaces de consumir, inquietas y en constante movimiento” (https://goo.su/9IzjUX). Para contenerlas, porque los de arriba ya no aspiran a integrarlos, se acude al “Estado policial global cuyo objetivo final contingente es el exterminio”.
Estamos, entonces, ante estados para el exterminio, cuyo mayor ejemplo es Gaza, que para Robinson “aparece como una forma de acumulación primitiva a través del genocidio”. Es el espejo en que el resto de la humanidad deberíamos mirarnos.
Lo importante es comprender que estamos ante una realidad estructural, que ya no depende de quién gobierne, o sea quién administra el Estado, que de eso se trata el arte de gobernar. Aunque nos venden “cambios”, tanto la derecha como la izquierda cuando están arriba se limitan a gestionar lo que existe. Y lo que existe es el despojo, las guerras para el despojo.
Lo anterior no quiere decir que no existan alternativas, sino que no podemos seguir confiando en los estados para que provean los servicios que les corresponden. Mientras en la Ciudad de México varios barrios siguen sin agua porque se privilegia a las zonas de alta renta y a las industrias, en La Polvorilla (Comunidad Habitacional Acapatzingo) la comunidad organizada ha conseguido su autonomía de agua a través de la construcción de tres fuentes diferentes. No dependen del irregular servicio estatal.
El gran problema que enfrentamos es que la inmensa mayoría de la población, por lo menos en nuestro continente, sigue confiando en los estados y en los gobiernos para resolver sus problemas más urgentes. Cuando no lo hacen y toman las riendas del agua, como hizo Pueblos Unidos en la región de los volcanes de Puebla, la respuesta del Estado es la represión para que la multinacional Bonafont retome las fuentes.
Incluso en las grandes ciudades, el escenario más difícil para los sectores populares, es posible avanzar en las autonomías de todo tipo si somos capaces de organizarnos y mirar lejos, rehuyendo el inmediatismo y sorteando las trampas estatistas del sistema. Es posible, pero para hacerlo es necesario navegar contra la corriente, desafiar la rutina y el desorden capitalista, en particular el que replicamos a diario con total indiferencia.