La unidad dialéctica de sujetos individuales y colectivos, expresada en la entrega anterior como una comprensión modificada de la intersubjetividad en las obras tempranas de Marx, se descompone en sus trabajos tardíos en “un determinismo de los sujetos empíricos y un finalismo (teleología) del sujeto colectivo (o la humanidad como el sujeto del ‘progreso’ histórico), señala György Márkus (GM). “Este dualismo se reproducía constantemente bajo las formas polarizadas del cientificismo positivista y de la filosofía de la praxis. Incluso la transformación más importante dentro de la teoría marxista –el remplazo tácito del proletariado como único vehículo del cambio revolucionario por la ‘humanidad’ encarnada en el mundo de los valores y las objetivaciones culturales, realizado por muchos representantes del marxismo occidental (el Lukács tardío, Benjamin, Adorno, Marcuse, etcétera), dejó intacta esta estructura básica”. La consolidación de la sociedad neocapitalista hizo que la perspectiva de una revolución basada en la inseguridad de la simple subsistencia se volviera en su mayor parte irrelevante para las realidades de las sociedades occidentales desarrolladas. El surgimiento de movimientos con objetivos radicales convirtió la cuestión de las motivaciones radicales en un asunto de orientación política directa. La posibilidad de la teoría crítica (TC) volvió a ser una cuestión; la ‘crisis’ del marxismo es ahora abierta y explícita, sostiene GM. Es necesario considerar que Language and Production fue publicado en 1986, cuando el derrumbe de la civilización capitalista y de toda civilización por el calentamiento del planeta no estaba todavía en la conciencia colectiva. La sobrevivencia no estaba en riesgo, como lo ha vuelto a estar ahora. Volviendo con GM, éste pregunta ¿cómo es posible conciliar el postulado teórico de un historicismo radical con la exigencia y la actitud prácticas de una trascendencia radical respecto a la etapa presente de la historia? Responde que “una teoría de la revolución social es posible sólo si logra vincularse con la realidad actual no sólo como objeto de análisis y explicación, sino también como sujeto, a la vez limitado-‘condicionado’ y activo- poiético, caracterización dual-unificada de ‘ sufriente’ y ‘ combatiente’. Sólo así se puede desarrollar, a partir de la realidad existente, la realidad verdadera como su deber, como su fin último”. Continúa GM: “La TC adopta un supuesto empírico real: la existencia en la sociedad de ‘fuerzas subjetivas radicales’ que reconocen en la TC la articulación de sus propias aspiraciones, que no pueden ser satisfechas bajo las condiciones de vida imperantes”. El marxismo, añade GM, volvió a ser (desde La ideología alemana) una teoría en el sentido clásico de la palabra, una teoría de la realidad social como una ciencia determinista de la reproducción social y una teoría finalista (valorativa) del progreso histórico. La radicalización que GM propone del paradigma de la producción (PP) significa que la precondición trascendental de la posibilidad de una TC es la existencia, la realidad empírica ‘vivida’ de necesidades radicales (NR) que, en su contenido, ‘trascienden’ el presente y apuntan hacia una nueva organización social y nuevas formas de vida. La explicación de las N como efectos de una estructura social y su interpretación como potencialidades de su transformación, se unifican en la teoría en la presentación de las NR como factores causales de las disfunciones (sentidas y eliminables) de la sociedad.
Las NR también condicionan el contenido conceptual de la TC en la medida en que la distinción entre ‘condiciones materiales’ y ‘relaciones sociales’ sólo se puede trazar en función de ellas. Las ‘condiciones materiales’ son los elementos de la vida social que, en relación con las N, representan una precondición necesaria de la vida humana, tienen el significado práctico de una objetividad indiscutible no investida de valor. Las ‘relaciones sociales’ son los mecanismos institucionales que regulan la reproducción de las condiciones materiales y que pueden ser cambiados, y por ello tiene sentido cuestionarlos y desafiarlos, en cuanto a su carácter bueno o malo, justo o injusto. La validez de la TC presupone el cumplimiento tanto de la pretensión teórica de ofrecer un modelo ‘confirmable’ de reproducción de la totalidad social desde el punto de vista de sus tensiones y disfunciones estructurales, como de la pretensión práctica de apuntar a una alternativa de organización social tal que los sujetos a los cuales se dirige puedan reconocer en ella la expresión de sus propias aspiraciones. El PP implica la presuposición práctica de que el terreno más decisivo está constituido por la organización económica productiva. La TC no puede construir su propio sujeto, sólo puede evocarlo, y aunque está fuera de su alcance garantizar el éxito de un diálogo práctico con sus posibles sujetos, “puede abrir, volver imaginable, un futuro alternativo, tratando así de dar voz a la miseria muda del presente y transformarla en aspiraciones radicales conscientes. La pretensión de validez de la TC es ante todo práctica, una apuesta a la continuidad y a la fecundidad del diálogo, del ‘proceso de aprendizaje’ y no a la inmutabilidad de una doctrina verdadera”. La TC, continúa GM, al analizar el presente desde el punto de vista de un alternativa social futura basada en la interpretación de NR definidas, tiene que pensar y probar esta perspectiva práctico-histórica bajo el postulado de su posibilidad de universalización, de su capacidad de conducir la unificación práctica del género humano”. No puede existir garantía, añade GM, de la compatibilidad y coherencia mutuas de todas las NR que cuestionan ‘legítimamente’ el sistema existente al expresar sufrimientos humanos reales y, en principio eliminables. Si uno toma en serio la idea de que la pluridimensionalidad del individuo es una NR en las sociedades industriales actuales, entonces la pluralidad de sujetos radicales tiene que presentarse para la TC no sólo como una posibilidad empírica, sino también como un postulado confirmado. Si la pluralidad de valores se plantea como valiosa en sí misma, entonces la unidad del género humano ya no se puede pensar ni bajo la categoría de un sujeto ni bajo la noción de un consenso alcanzado (que una teoría única pudiera prefigurar en abstracto). Por el contrario, tal unidad se tendría que entender como el proceso continuo de un diálogo ininterrumpido, basado en la solidaridad práctica y la tolerancia creativa, entre diferentes culturas y formas de vida. La TC que articule esta perspectiva no puede asumirse como la teoría de la emancipación; para ella, la pluralidad de teorías radicales no es algo lamentable que habría que superar, sino una precondición de emancipación (puesto que es la articulación de ‘intereses emancipatorios diversos’) –si es que un diálogo de solidaridad entre distintos puntos de vista puede ser posible.