Si algo se debe decir sobre la ultraderecha es que aunque su tamaño sea marginal, nunca es irrelevante. Menos aún cuando pretende intentos de organización trasnacional cuya pretensión es construir una agenda común y alentar la construcción de vías electorales que busquen imponerla desde espacios de poder institucional.
Esa es más o menos la esencia de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que se llevará a cabo en México el 24 de agosto, donde sobresale como invitado el presidente argentino, Javier Milei. Hay un antecedente reciente. En noviembre de 2022 esa misma organización estuvo en México y sus conferencistas estrella fueron de nuevo Milei y Lech Walesa, un premio Nobel que suele dedicar su prestigio a lavar la cara a personeros del conservadurismo más rancio (igual que Vargas Llosa hace con engendros como Bolsonaro o George W. Bush).
En ese foro de la CPAC de 2022 fue resaltable la presencia del ex actor Eduardo Verástegui. Podría pensarse que el otrora integrante del grupo musical Kairo fue ahí a encabezar una coreografía que aligerara el ambiente, pero no. Verástegui en ese momento figuraba como autoproclamado candidato presidencial empecinado en esta agenda: defensa de la desigualdad económica; una jerarquización de género y defensa del derecho a portar armas.
Ahí radicó lo esencial de aquella reunión. Fue un exhorto a que esa corriente ideológica construyera una alternativa electoral hacia 2024. Cuestión que falló no sólo por falta de insumos legales –pues Verástegui apenas logró 5.9 por ciento de las firmas que requería–, sino también, a juzgar por las elecciones de junio pasado, por el momento ideológico que vive el país.
¿En qué consiste ese momento? El mensaje de las urnas apunta cierta claridad: la candidatura de Claudia Sheinbaum ganó con la ventaja más contundente en la historia mexicana, de 60 por ciento de votos contra 27 de su más cercana rival. Más a fondo, esa proporción se repite en casi cualquier sector que se analice: voto por género, por edad, por nivel de ingreso y de educación. No es exagerado decir que hoy existe un consenso en favor de la llamada Cuarta Transformación, cuyos ejes centrales (inclusión económica y agenda simbólica en favor de la equidad) pueden criticarse en su ejecución, pero implican un viso progresista, antípoda de la agenda de la extrema derecha.
Así, la sesión de la CPAC en México parece jugar en cancha ajena, en un país donde, en este momento, no parece tener una oleada de adeptos. ¿Qué se puede esperar entonces de ese foro este año? La nómina de invitados principales da una clave, pues los conferencistas serán una mezcolanza predecible: el pinochetista chileno José Antonio Kast; la preconizadora de la “mano dura” uribista Fernanda Cabal; los trumpistas Mercedes y Matt Schlapp; cruzados contra la “ideología de género” como Sara Huff o el diputado costarricense Fabricio Alvarado. Completan la lista algunos peones locales, como el ex diputado neoleonés Carlos Leal o Ferdinand Recio, personajes fanatizados a favor de la familia nuclear o contra el molino de viento de la “conspiración progre”, esa que, según ellos, mediante cromáticas de películas de Disney podría definir la sexualidad de la humanidad.
La cereza del pastel será Javier Milei, quien encarna el “libertarismo”, que, junto con los demás “guerreros” –como se nombran los conferencistas– preconiza una sola libertad: aquella de pasar por encima de los demás. Así, se esperan discursos que pugnen a favor de violencia simplista contra problemas complejos; a favor de la “incorrección política” (que no es otra cosa que acendrar prejuicios sexistas o supremacistas); reavivar el espectro anticomunista posguerra fría (contra “amenazas” ya no globales sino regionales, como Venezuela o Cuba), todo envuelto en visiones conspirativas (contra lobbies LGBT o migrantes). En suma, reafirmar el rasgo de las extremas derechas de siempre: ser victimarios con discurso de víctimas.
Quizá destaque en la CPAC la preocupación central de esta derecha marginal mexicana, que es considerar al PAN una “derecha cobarde” que sucumbió a la oleada progre que insta “ayudas” para ninis; e hizo candidata a una mujer “abortera”, como Xóchitl Gálvez (preocupación que, por cierto, en parte suscribe hoy Marko Cortés, en su confesión de que el PAN no debió apoyar programas sociales en la campaña pasada, sino más bien debió “enseñar a pescar”).
Pareciera que el objetivo de la CPAC es una cuestión vieja de las extremas derechas, misma que, como documenta Thomas Weber, ya tenía cabida en las cervecerías de Munich donde discutían Karl Harrer y Hitler antes de su conversión nazi: ¿cómo hacer popular un movimiento reaccionario? ¿Cómo volver masivo un ideario esencialmente elitista? Su desventaja no estará, sin embargo, en que juegan en una cancha ideológica donde hoy son visitantes, como México.
Su desventaja está en la paradoja que anida y anidará siempre en la extrema derecha: convencer a pobres de que es buena la inequidad; convencer a mujeres de que es bueno el sexismo; convencer a la diversidad sexual de que no amerita derechos. En suma, su obstáculo está en promover una agenda excluyente que necesitaría de los excluidos para hacerse popular. Así, lo preocupante no está en la oquedad de ese ideario, sino en la desesperación, o sevicia, de sus adeptos.
*Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional