Sergio Valdez Rubalcava, conocido como Checovaldez, nació en la década de 1940, en un barrio popular de la colonia Moctezuma del entonces Distrito Federal. Hijo de obreros de las artes gráficas, comenzó a trabajar desde niño. Dada su prematura rebeldía al sistema educativo, su madre lo envió a trabajar a los 11 años a la imprenta, después laboró en el fotograbado, en un estudio de dibujo y como vendedor de libros.
En su vida adulta fue caricaturista, profesor, muralero, editor… Su trayectoria es larga y no me alcanza este espacio para enumerarlas una a una, pero quizá la mejor definición de su trayectoria la hizo él mismo al autonombrarse como un homo faber. Desde esa posición entre broma y sarcasmo siempre ponía en jaque a las pretensiones teóricas y artísticas de quienes desdeñaban la potencia de la creatividad, pues Checo sostenía que el crear no era un don exclusivo de los genios e hijos elegidos del Renacimiento; por el contrario, él planteaba que la creatividad estaba en toda aquella persona que ejerciera su capacidad de transformar, y precisamente de ahí nacieron cientos de pinturas con el método mural comunitario participativo (MCP), promovidas por colectividades, movimientos sociales y organizaciones nacionales e internacionales, cuya fuerza creativa provenía de la convicción de transformar a las sociedades injustas, desiguales, racistas y clasistas que aún seguimos habitando.
Checo siempre se escabulló de las vanidades intelectuales, académicas y artísticas. Exploró la creatividad en colectivo. El método mural comunitario participativo fue resultado de su largo andar en los convulsos momentos políticos de nuestro país y del mundo. Sobre todo, el método nació en territorios indígenas en rebeldía. No en vano el famoso mural Vida y sueños de la Cañada del Río Perla trazó un horizonte político a finales del siglo XX justamente cuando las izquierdas del mundo atravesaban el fin de la historia.
Como parte de ese movimiento telúrico altermundista provocado por el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, el mural de Taniperla se empezó a replicar desde 1998 en diferentes geografías al unísono de la tonada “ya se mira el horizonte combatiente zapatista…”
Personalmente, siendo una joven nacida en el neoliberalismo de los 90, disfrutaba escuchar sus anécdotas como si fueran lecciones de historia, en especial aquellas que remitían a las guerrillas de los años 70. La de su entrañable amiga Lourdes Uranga, militante del Frente Urbano Zapatista y la de muchos otros amigos suyos que vivieron la clandestinidad y la represión. Pero la suya no era una anécdota épica sino cómica, sarcástica y crítica.
En su paso por París conoció a Lucio Urtubia, el histórico internacionalista solidario con las guerrillas latinoamericanas, quien, en medio de una cena convocada por las redes francesas de solidaridad con Chiapas, le dijo: “Checo, tú eres un anarquista, porque el mejor anarquista es el que no se define a sí mismo como anarquista”; pero Valdez, como buen hacedor, nunca se definió ni como anarquista ni como marxista.
Nuestro Checovaldez fue un rebelde de muchos tiempos. Su muerte también duele porque en ella acontece la partida de toda una generación de las últimas décadas del siglo pasado, quienes idearon todo tipo de protestas para impugnar el autoritarismo del régimen priísta. Nunca olvidaremos el movimiento estudiantil de 1968, cuando Checo coordinó la producción masiva de gráfica y la ágil logística para pegar miles de carteles en las paredes de la Ciudad de México.
Tras haber librado las convulsas décadas de 1970 y 1980, Valdez se embarcó en la utopía indígena y fue en el marco de la inauguración del municipio autónomo zapatista Ricardo Flores Magón cuando un operativo militar reprimió la celebración y apresó a Checovaldez y a una decena de zapatistas. En la cárcel se sumó a la organización La Voz de Cerro Hueco, desde donde emprendieron huelgas de hambre y jornadas de lucha hasta logar la libertad.
El mural de Taniperla regresó a las cañadas en 2005 y después decenas de murales fueron promovidos por el colectivo Pintar Obedeciendo bajo la metodología MCP, pero siempre fueron las comunidades las que decidieron plasmar su historia, sus episodios de insurgencia y sobre todo sus sueños y deseos.
El corazón de Checovaldez se detuvo, pero sus semillas se quedaron en la formación de generaciones de muraleros que se hacían llamar Pintar Obedeciendo (PO), son decenas de personas anónimas quienes han sembrado murales comunitarios participativos en pueblos indígenas de tierras fértiles, en metrópolis asfaltadas y hasta en zonas de fronteras.
De si los murales promovidos por Chechovaldez son la continuación del muralismo mexicano, eso ya es tarea de los críticos y de la historia, lo que puedo decir con certeza es que la cosecha de su siembra será necesaria para lo que viene.
Sergio Valdez Rubalcava fue maestro de varias generaciones y antes que nada fue nuestro compa, el compa Checo, como le decían los promotores de educación zapatista, allá en las cañadas teñidas de colores insurgentes.