Monterrey, NL. “¡Presidente, presidenteeeeeee! ¡Fírmeme el libro por favor!”, gritaba con desesperación Fernando Miguel Chávez, un pequeño de siete años de edad al ver muy cerca a Andrés Manuel López Obrador.
Con el niño sobre sus hombros, su padre se fue abriendo paso entre la caótica muchedumbre para tratar de acercarlo hasta donde el mandatario federal que saludaba a cientos de simpatizantes.
“¡AMLO, AMLO!”, vociferaba el niño. Tenía en sus manos un ejemplar de “¡Gracias!”, el más reciente libro del jefe del Ejecutivo.
El pequeño y su familia viajaron el sábado desde el municipio de García, a más de 36 kilómetros de esta capital, con la esperanza de obtener la rúbrica del mandatario.
Una convención de cocineros saturó y encareció los hoteles de Monterrey, por lo que a falta de un espacio económico durmieron en la Macroplaza, a la intemperie.
Con el apoyo de su padre, Juan Diego Chávez, Fernando se acercó hasta la valla por la que el tabasqueño se retiraría tras encabezar una evaluación del programa Jóvenes construyendo el futuro en la Explanada de los Héroes, en el centro de esta ciudad.
A empujones y con muchas dificultades, lograron llegar casi frente al mandatario. “¡Fírmeme el libro!”, insistió el pequeño.
En ese instante, el presidente se dio media vuelta para subir a su camioneta. Fernando rompió en un genuino llanto de decepción y frustración.
Su padre no dejó de insistir, había una última oportunidad. Detectó en qué lugar viajaba el tabasqueño y se atravesó entre dos camionetas para intentar cumplir el sueño de su hijo.
En medio de la masa, el hombre consiguió llegar hasta la ventanilla por la que se asomaba López Obrador y firmaba, uno tras otro, decenas de libros.
Fernando estiraba su brazo, gritaba, hacía señas. Hasta que por fin logró que el mandatario tomara su ejemplar y se lo firmara.
Al conseguir su objetivo, el niño levantó su puño izquierdo en señal de victoria y su llanto pasó de la decepción a la emoción.
“¿Cómo te sientes?”, le preguntaron varios. Las lágrimas y la impresión apenas le permitían articular palabras: “Muy dichoso… emoción”, respondió.
“Después de esto, ya no puedes pedir nada, ni juguetes”, le dijo su padre en tono de broma cuando se retiraban. Fernando, que no atinaba a reír o llorar, lo tomó muy en serio: “Nada, lo juro”.