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Argentina: Defender a Fernández

18 de agosto de 2024 00:04

Es un hecho: Alberto Fernández usó su investidura presidencial para obtener beneficios personales, tales como la manera en la que se relacionó con no pocas mujeres. Las filtraciones a los medios de los chats encontrados en el teléfono celular de la mano derecha del ex presidente argentino, en el marco de una investigación judicial por contubernios durante su gestión, cuajaron en lo que hoy acapara portadas y titulares de medios argentinos e internacionales: Alberto Fernández está denunciado por violencia de género y la denunciante es su ex esposa, madre de su hijo menor y ex primera dama argentina. Inédito.

Lo que son las coincidencias. El estallido mediático del caso por violencia contra Alberto Fernández prácticamente coincidió en la agenda con la fecha programada para la toma de declaración de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por el intento de asesinato del que ella fue víctima el 1º de septiembre de 2022.

Lamentable coincidencia. Para la fecha del atentado, valga la aclaración, gobernaba Argentina Alberto Fernández, quien se hizo de la presidencia luego de que el espacio político conducido por Cristina Fernández decidiera decantarse por él y, en consecuencia, lograr el retorno de la administración pública al peronismo después del mandato derechista de Mauricio Macri.

Contra Cristina Fernández existe una sistemática persecución judicial que busca, en términos formales, sacarla del escenario político y electoral. Esto, en palabras sencillas, es lo que perseguía el alegato público y violento de los días previos al atentado por parte de un fiscal de apellido Luciani: 12 años de cárcel y la inhabilitación, de por vida, para ejercer cargos públicos. Sí, de por vida.

En este contexto, detractores del peronismo protagonizaron disturbios en inmediaciones del domicilio de Fernández de Kirchner, los que a falta de una acción estatal de protección contra la ex presidenta –y compañera de partido de Alberto Fernández– fueron respondidos con concentraciones de militantes en los alrededores, gente que acudía a demostrar su apoyo a Cristina Fernández.

Legalmente puede no haber responsabilidad ni compromiso alguno, pero es lógico que el gobierno de Alberto Fernández tendría que haber garantizado un esquema de seguridad para la conductora de un espacio político, de una vicepresidenta y de una ex presidenta; no lo hizo. La militancia llegaba a diario al residencial barrio bonaerense de Recoleta, donde se ubica el departamento de la ex presidenta.

La noche del 1º de septiembre fue diferente porque entre la gente reunida en las inmediaciones al domicilio de la ex presidenta se encontraba Sabag Montiel, quien logró acercarse a una distancia de medio metro de Cristina Fernández, donde gatilló frente a ella un arma de la que no salió la bala que la iba a matar. Clarín, un diario argentino conocido por su antikirchnerismo, tituló luego del atentado: “La bala que no salió y el fallo que sí saldrá”.

Para hacer una línea se necesitan dos puntos, Clarín publicó lo que ya se sabía: que el atentado contra Fernández de Kirchner estaba en la misma línea que la sentencia que estaba persiguiendo el fiscal Luciani, a quien por cierto Sabag le pidió que sea su abogado defensor.

Cristina Fernández, tiempo después, sentenció con la claridad que la caracteriza: “Me quieren presa o muerta”, frase que daría el título al libro de Irina Hauser, obra que escudriña en los elementos que hicieron al ataque felizmente fallido, producto de la violencia política, judicial y mediática.

En el banco de los acusados se sientan Sabag, su novia y un miembro más de su organización. La justicia argentina no tiene interés alguno en saber quién financió este atentado, tampoco se sientan en el banco de los acusados los autores intelectuales de este hecho. La primera presidenta argentina en estrado aún está obligada a aclarar que fue víctima de un atentado no por culpa de su equipo “que no la cuida”.

Pero en la sala judicial donde se dieron las últimas declaraciones estaba una muestra de quienes sí la van a defender: sus compañeras y compañeros militantes por dentro –y de todas las alas del kirchnerismo– y por fuera del PJ, las Madres de Mayo, Hijos, Pérez Esquivel. En exteriores, agolpados, las familias y la militancia de base llegó a demostrar que el odio no paraliza todo.

Cristina Fernández, quien expuso elementos de su causa hace pocos días en México y quien fue la primera ex presidenta en visitar formalmente a Claudia Sheinbaum Pardo, próxima primera presidenta de México, tiene quien la defienda. Que Cristina Fernández haya escogido México para salir de su país a desarrollar una agenda política deja entrever que en Latinoamérica hay un proyecto esperanzador más allá de las fronteras y de las banderas.

Nada en política es irreversible y hasta lo que se firma en piedra puede ser modificado, Argentina y la política feminista de ese país son una prueba de aquello. Pero el oxígeno que le ha dado a la política la participación y la conducción de las mujeres no se evaporará por uno o dos Albertos, aunque la vorágine mediática quiere instalar la contrario.

* Analista de temas internacionales

 



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