Las elecciones venezolanas del pasado 28 de julio, en las que se presentaron 10 contendientes, en realidad se jugaron en dos campos. Por un lado, la oposición de derecha en la figura de Edmundo González, y por el otro, el actual chavismo en la figura del presidente Nicolás Maduro. Los poderes internacionales –por supuesto, Estados Unidos en la figura de Anthony Blinken, y la Unión Europea con Josep Borrell, y luego en forma unánime los 27 países de la Unión Europea– dudaron de los buenos los resultados presentados por Maduro, es decir, los datos del órgano electoral venezolano CNE, que le dio 51.9 por ciento y 43.1 para González, y otorgaron más credibilidad a los presentados por la oposición.
En ese marco se presentó la propuesta de los presidentes Gustavo Petro de Colombia; Lula da Silva, de Brasil, y Andrés Manuel López Obrador, de México, que piden calma y esperar a que se muestren las actas con los resultados desglosados, y sugieren a Maduro que esto se realice cuanto antes para que la incertidumbre no alimente escaladas violentas.
Y si bien en los primeros días las posiciones de Estados Unidos y la Unión Europea eran tajantes contra los datos de Maduro, de pronto parece que han reculado y se muestran cautelosos señalando: “hasta que las actas salgan a la luz, no deben adelantarse”. Esta posición, tan cautelosa, claro que ha llamado la atención y las explicaciones van, por un lado, a la participación de los tres presidentes que piden cordura y calma. Por otro lado, a que Nicolás Maduro insinuó que, como lo que quiere Estados Unidos es el petróleo, entonces él está dispuesto a pasar los bonos de ese recurso a los llamados BRICS.
Desde mi punto de vista, la presencia y unidad de los presidentes de los tres países más grandes del continente, sin fisuras en cuanto al mensaje en el sentido de resolver las controversias a partir del diálogo y la diplomacia, además de ser una propuesta razonable, inteligente, indicaría un ejercicio de incipiente integración latinoamericana con el objetivo bien claro de evitar la injerencia de las potencias occidentales –Estados Unidos y sus aliados incondicionales la Unión Europea– y proponer soluciones latinoamericanas y entre los latinoamericanos.
No se puede olvidar que Estados Unidos ha sido y es una verdadera amenaza para cualquier país de la región que intente revertir las estructuras de la dependencia y la subordinación, y su arma más poderosa ha sido precisamente evitar por todos los medios y a cualquier costo que un proyecto de unidad e integración regional se consolide.
El segundo elemento que parece haber sido capaz de moderar los comentarios de esos personajes, cuyas posiciones podrían escalar hacia “un golpe blando”, ha sido el llamado a los BRICS y la mención del petróleo. Venezuela es el primer productor mundial de esa materia, punto lo suficientemente importante para que Estados Unidos, que considera que los recursos de América Latina son un asunto de “seguridad nacional”, haya reconsiderado su tajante primera posición.
Pero, como señala Ingrid Urgelles, lo que sucede en Venezuela va más allá de ella, y es que se están produciendo un conjunto de procesos alternativos en el sur global que buscan revertir las condiciones geopolíticas dominadas por Occidente, particularmente por Estados Unidos, cuya hegemonía está en crisis.
Por un lado, se está desplazando la dinámica económica hacia la región euroasiática, en la que se destaca la Nueva ruta de la seda del presidente chino Xi Jinping, a la que Estados Unidos busca obstaculizar y frenar por todos los medios. Por otro lado, hay una búsqueda de la multipolaridad y de la necesidad de cambiar los términos de los intercambios internacionales señalando la importancia de la desdolarización, en la que los BRICS, con su nuevo Banco de Desarrollo con sede en Shanghái parecen estar involucrados.
Por otro lado, se empieza a discutir una política de no alineamiento activo que supone rechazar la política exterior de subordinación a Estados Unidos, por una política proactiva efectivamente no alineada que ponga por delante la soberanía nacional.
En este marco, las amenazas de María Corina Machado advirtiendo al presidente Andrés Manuel López Obrador que se desataría una gran ola migratoria como nunca hemos visto, de 3, 4, 5 millones de venezolanos si Nicolás Maduro se aferra al poder (La Jornada 11/8/24), lo único que se confirma es la complicidad de esa derecha con las sanciones unilaterales e ilegales aplicadas por Estados Unidos que han provocado una enorme tragedia económica afectando en forma dramática a la población que se ha visto forzada a migrar.
Por eso, los cambios que se están dando en el orden internacional, a pesar de los deseos de Joe Biden (dixit), no será Washington quien las lidere.