Hace 40 años, un día de agosto como hoy, se publicó mi primer texto sobre derechos humanos de la infancia, en el Semanario Punto, de Benjamín Wong. Seis meses antes, el 5 de febrero, Manuel Buendía apadrinaba en su bautizo a mis hijas gemelas. El 30 de mayo siguiente lo asesinaron. Fue el primer periodista víctima de narcopolíticos. El 19 de septiembre del mismo año nació La Jornada; aquí empecé a publicar con apoyo de doña Carmen Lira y Miguel Ángel Granados Chapa.
Mientras hacía la carrera de sicóloga en la UNAM, entre 1973 y 1978, tuve la fortuna de trabajar en la mejor etapa del Conacyt, con sus dos primeros directores, los doctores Gerardo Bueno y Edmundo Flores. Yo escribía guiones para divulgación de la ciencia en radio y televisión, y junto con Alejandro Aura éramos locutores. Manuel Buendía era director de Comunicación y Difusión y nos daba grandes lecciones de vida y de periodismo. Se hacían libros extraordinarios y una revista de colección.
Fueron años dorados. Con el inolvidable periodista forjamos una amistad entrañable. En 1982 terminé mi maestría en ciencias de la educación y estaba convencida –lo estoy aún– de que la educación es el único camino para el desarrollo de la niñez y del país. Entre 1982 y 1985, don Jesús Reyes Heroles estuvo al frente de la SEP. Aunque sabio y culto, poco sabía de desarrollo infantil: decidió reducir la educación prescolar de tres a un año, con intención de darle menos a más
. Me pareció una decisión errática porque los niños deben ser atendidos lo más temprano posible, y porque si no había más alumnos de cinco años de edad en ese nivel no era por falta de lugar, sino porque muchos no tenían cerca –ni lo tienen todavía– un jardín de niños. Le hablé de eso a don Manuel y me dijo: Escribe algo que no haga ruido al caer en mi escritorio y lo vemos
.
Publicó dos columnas sobre el asunto en su ilustre Red Privada de Excélsior. Días después, me avisó que ya tenía respuesta de Otto Granados, como secretario particular de Reyes Heroles. La revisaremos juntos y si tienes razón, seguimos
–me dijo gentil.
No volvimos a vernos. Lo asesinaron por la espalda, a quemarropa. En medio de un duelo profundo decidí hacerme cargo con mi propia pluma, y aquí sigo 40 años después.
(¡Oh, Venezuela, Valiente y Verdadera!)