La decisión del gobierno de Ucrania de enviar sus tropas al territorio de Rusia –no reconocida aún en el cuarto día de combates en la región de Kursk, pero que sus autoridades dan a entender, aparte de que es evidente por la magnitud de efectivos y armamento implicados: hasta ocho brigadas de su ejército (cada una con entre 4 y 5 mil soldados) de las 14 que se tardó un año en formar–, no deja de ser una arriesgada apuesta.
Por un lado, es claro que no se trata de una rápida y breve incursión de un reducido grupo de combatientes y el éxito o fracaso deesta operación va a depender de si consiguen quedarse en parte del territorio de Rusia, en una región que, por fallos de cálculo de la cúpula militar rusa, obsesionada con alcanzar la meta fijada por el presidente Vladimir Putin de liberar
la totalidad de los límites administrativos de Donietsk y Lugansk, es una de las menos protegidas del país, con destacamentos de guardafronteras y reclutas inexpertos que hacen el servicio militar.
El ataque resultó inesperado por la táctica diseñada por el mando militar ucranio: primero irrumpieron mil soldados, después una o dos brigadas que se repartieron en pequeños grupos con carros blindados y tanques por las localidades de los distritos de Sudzha y Korenevo, manteniendo bajo su control no menos de 100 kilómetros cuadrados y extendiendo los combates a un área de 661 kilómetros cuadrados. Y cinco o seis brigadas más esperan turno para entrar.
Para resolver este desafío a la imagen del Kremlin, el Estado Mayor del ejército ruso no cuenta con reservas disponibles y, mientras saca del frente de Donietsk soldados de refuerzo, recurre a la aviación y la artillería al tiempo que los ucranios minan los accesos y crean fortificaciones –y usan las abandonadas– en las localidades de Kursk que, como efecto colateral, corren el riesgo de ser reducidas a ruinas por bombas y proyectiles rusos.
Y por otro lado, al margen de si Ucrania tiene o no el derecho de hacer lo mismo que hizo Rusia en febrero de 2022, ocupar un sector del territorio internacionalmente reconocido como parte de Rusia es la enésima escalada de un conflicto que parece no tener fin y que puede dar argumentos al Kremlin para utilizar su arsenal nuclear táctico, de no poder expulsar a las tropas ucranias más allá de su frontera.