Los grandes ausentes en esta crítica coyuntura latinoamericana son los pueblos organizados, los movimientos y organizaciones de los de abajo. Todo el escenario lo ocupan los Estados y los gobiernos, los de arriba, haciendo malabares geopolíticos para colocar sus intereses a resguardo de las potencias adversarias que luchan por la hegemonía.
No es un escenario nada agradable. Hacen bien los movimientos que eluden pronunciarse por unos u otros porque la defensa de la vida corre por otros carriles, mal que les pese a quienes intentan atraerse a multitudes que luego serán defraudadas, como ya sucedió luego de las guerras de independencia. Algo deberíamos aprender de la historia, y de eso se trata el conflicto actual.
La región aparecía profundamente dividida ya antes de las elecciones venezolanas, pero ahora se profundizan los disensos. La Argentina de Milei hace flamear la bandera de la subordinación a Estados Unidos junto a varios países, mientras en el bando opuesto se sitúan los gobiernos de Bolivia, Nicaragua y Cuba. En el medio, Brasil, Colombia y México buscan mediaciones sin demasiado éxito.
Los pueblos no tienen lugar en este conflicto. Se menciona el fraude electoral en Venezuela y la no aparición de las actas de votación, pero se deja de lado lo básico: la violencia del Estado contra los sectores populares. El informe del año 2023 de Provea (Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos) aporta cifras tremendas sobre el balance de la década de Nicolás Maduro en el gobierno: entre 2013 y 2023, al menos 10 mil 85 personas fueron asesinadas por agentes de seguridad del Estado (https://goo.su/OQxikWN).
Puede argumentarse con entera razón que en muchos países aliados de Estados Unidos, como varios de Medio Oriente y en particular Arabia Saudita, los defensores de derechos humanos son condenados a prisión y la discriminación de las mujeres es brutal, limitaciones que no existen en Venezuela.
Lo cierto es que la geopolítica aplasta a los pueblos y a los movimientos, los condena a una prisión conceptual y política. Como la lógica de los bloques se está imponiendo (Norte global y Sur global, por ejemplo), quienes no se suman a alguno de los bandos desaparecen de los grandes medios.
Quienes desde la derecha denuncian a los países aliados de China y Rusia, a los que se califica como autoritarios que violan los derechos humanos, deberían tener en cuenta lo que sucede en Estados Unidos. La policía mata más de mil personas cada año, entre tres y cuatro personas cada día.
El banco de datos de The Washington Post dice que “más de la mitad de las personas asesinadas a tiros por la policía tienen entre 20 y 40 años” y que una persona de piel negra tiene dos veces más posibilidades de morir como resultado de la acción policial (https://goo.su/KJ1DG). Además, “la policía de Estados Unidos ha matado a personas a un ritmo tres veces superior al de Canadá y 60 veces superior al de Inglaterra”, destaca el portal de estadísticas statista.com (https://goo.su/FVUFxdR).
Como hemos visto en el caso venezolano, los progresistas tampoco salen bien parados, a lo que habría que sumar las permanentes violencias y agresiones contra las diversas minorías en Rusia y China, así como las restricciones a los movimientos sociales.
En la medida que vamos ingresando en los momentos más álgidos de la transición de un mundo unipolar a otro multipolar, las posibilidades de que los conflictos se resuelvan mediante guerras va aumentando. Ni en Ucrania ni en Rusia pueden expresarse los movimientos sociales y populares. En Europa, donde los movimientos han jugado un papel relevante en el pasado, la polarización guerrera y un estado de excepción no declarado, limitan a menudo las posibilidades de manifestarse y de protestar. Estado de excepción que es la regla en la América Latina militarizada.
Son muy pocos los pueblos y movimientos que siguen resistiendo y construyendo en medio de la creciente militarización. El EZLN en Chiapas, los grupos autónomos mapuches en el sur de Chile y de Argentina, los pueblos originarios y negros del Cauca colombiano, y varios pueblos amazónicos en Perú y Brasil, además de comunidades valientes y decididas en muchos rincones de nuestra América Latina.
Cada uno con modos y tiempos propios y diferentes, pero todos en la defensa colectiva del territorio. No es casualidad que sean los colectivos que optaron por la autonomía los que están resistiendo en primera línea la guerra de despojo, como hacen estos días los guaraníes y kaiowás en Douradina, Mato Grosso do Sul, enfrentando las milicias del agronegocio con sus cuerpos y espíritus, como viene denunciando Teia dos Povos (https://goo.su/QyFzK).
La impresión es que sólo los pueblos y sectores sociales muy bien organizados, enraizados en territorios y barrios, anclados en memorias largas y en identidades potentes, serán capaces de resistir los embates del capital y de los estados sin aliarse con ninguno de los bandos en pugna.