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Juárez y los indígenas

06 de agosto de 2024 00:03

Sin sal no es posible la cultura humana, o no como la conocemos. Algunos seres humanos son la sal de la tierra, como lo fueron los rebeldes de Juchitán, zapotecos del istmo que entre 1834 y 1853 defendieron sus derechos al usufructo de la sal y a la propiedad colectiva de sus tierras. Salinas tan valiosas que Hernán Cortés las puso a su nombre cuando se inventó el marquesado del Valle.

Sin comercio a gran escala no es posible el capitalismo. Algunos seres humanos son los depredadores de la tierra, como los imperialistas que a toda costa querían construir un canal interoceánico en el istmo de Tehuantepec, destruyendo a su paso las comunidades zapotecas que ahí vivían. La historia de los rebeldes juchitecos, que se entrecruzó con la vida de Benito Juárez, contribuyó a impedirlo.

Va la historia: en 1833-4 Valentín Gómez Farías nacionalizó parte de las haciendas “marqueseñas” (la herencia de Hernán Cortés), incluidas las productoras de sal de la actual Salina Cruz, y trató de cobrar impuestos a los indígenas de Juchitán que tenían el derecho inmemorial a extraer la sal para su consumo y venta a las comunidades cercanas. En 1842 el presidente Santa Anna (que esa vez llegó al poder con el programa de los “hombres de bien” que gobernaban a nombre de la Iglesia, el Ejército, los agiotistas, grandes comerciantes y hacendados) las privatizó en favor de un socio y prestanombres suyo (el fugaz ex presidente Francisco Javier Echeverría, su coetáneo y coterráneo, bisagra entre el mandato del conservador Bustamante y este intento dictatorial de Santa Anna).

El nuevo dueño quitó a los juchitecos su derecho a la sal. Al año siguiente, Santa Anna entregó a otro agiotista de su amistad (operador del gran capital británico) la concesión para construir la vía interoceánica, despojando a los juchitecos de las tierras sobre las que pasaría el canal. Y en 1844 “desaparecieron” de las casas consistoriales de Juchitán los títulos y mapa que amparaban las tierras y derechos del pueblo (hoy no habría pasado, pues los custodiaría el Archivo General Agrario).

Por esas razones los indígenas se levantaron en armas. Los encabezó un liberal que había sido oficial del inmortal Mariano Matamoros y que luego fue partidario de los federalistas populares Vicente Guerrero y Valentín Gómez Farías: el coronel José Gregorio Meléndez (zapotequizado como Che Gorio Melendre).

Ahora la conexión: Che Gorio se alió con Benito Juárez en 1847, y el flamante gobernador lo nombró jefe de la Guardia Nacional de Tehuantepec, pero como el dueño de las salineras insistió en negar a los indígenas sus derechos, Melendre volvió a sublevarse. La documentación demuestra que Juárez intentó reiteradamente conciliar con los rebeldes y dar una solución política al conflicto, y logró que Melendre aceptara una tregua. Don Benito trató de obligar al dueño de las salineras que permitiera a los juchitecos explotar las salinas, pero el gobierno federal dio la razón al agiotista.

Por ello Che Melendre retomó las armas en 1850: el agiotista no sólo impedía que los indígenas explotaran la sal, sino que empezó a destruir los excedentes para mantener un alto precio. Una vez más, los documentos muestran a Juárez negociando con los rebeldes y comprendiendo las razones de su rebeldía. No aparece en la documentación ninguna condena a la propiedad comunal. Al año siguiente don Benito se trasladó a Tehuantepec para buscar la salida del conflicto, insistiendo en la devolución de los derechos ancestrales de las comunidades. Dictó un indulto y una amplia amnistía.

Fue en 1853, con Juárez exiliado y Santa Anna en el poder, que la privatización de las salinas se hizo irreversible, se entregó una nueva concesión a estadunidenses para la construcción del ferrocarril interoceánico, y acaeció la misteriosa muerte de Che Gorio (al parecer, perpetrada por alguien que unos meses antes intentó matar a Juárez).

Ahora bien: hay documentos del gobernador muy duros contra los rebeldes, documentos que fuera de contexto se usan para fortalecer la leyenda de Juárez antindígena, lo mismo que la acusación que se le hizo de ordenar incendiar el pueblo, que Juárez rechazó con energía. Sin embargo, Juárez terminó acorralando a los rebeldes y no a los agiotistas y hacendados: las cosas son más complicadas de lo que parecen. Y es que para Juárez era una cuestión de Estado, de soberanía, pues la rebelión fue simultánea a las pretensiones imperialistas sobre la proyectada vía interoceánica. Juárez cerró el paso a los intentos de enviar comisiones “científicas” y proyectos de colonización; y en ese marco debe entenderse su respuesta a la “inestabilidad” causada por la rebeldía juchiteca. Nos detuvimos en este caso particular, porque su estudio puntual mostraría a Juárez mucho más comprensivo hacia la comunidad y el problema indígena de la que nos pintan tanto sus epígonos porfiristas (a los que seguimos demasiado sus biógrafos posteriores: tendré que revisar mis propios escritos a la luz de lo que descubrí en mis viajes a la Sierra Norte de Oaxaca) como los falsificadores de la derecha.

Pd: todos los datos (aunque no necesariamente su interpretación), en un estudio de Margarita Guevara Sanginés que puedes descargar aquí para profundizar en el tema (capítulo 9): https://acortar.link/XTIBSr

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