Reino Unido vive una escalada de violencia a manos de los grupos de ultraderecha que desde hace una semana salen a manifestarse contra la migración y a favor de expulsar del país a las personas no blancas. Sus marchas han cobrado la forma de una verdadera cacería racista en la cual hostigan y golpean a toda persona de piel oscura que se encuentran por las calles, además de vandalizar y saquear negocios que (correcta o erróneamente) vinculan con los migrantes. Entre muchas acciones inquietantes, asaltaron un hotel donde son alojados solicitantes de asilo en espera de que se tramiten sus peticiones.
Desde el primer día, las hordas fascistas han arremetido contra agentes de policía y antimotines que intentan contener sus desmanes, y la pasividad de los uniformados pese a los repetidos ataques contrasta de manera elocuente con el ensañamiento que las fuerzas del orden despliegan contra quienes realizan protestas pacíficas para denunciar el genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino.
El domingo pasado se planteó en este espacio que la irrupción de la ultraderecha en las ciudades inglesas es un resultado previsible del discurso y las conductas deshumanizantes de los gobiernos conservadores hacia los migrantes.
En una perspectiva más amplia, se le puede enmarcar en la creciente normalización del fascismo que tiene lugar en gran parte del planeta. Con este término se denota a una ideología que exalta la pretendida superioridad racial de los pueblos caucásicos, hace un culto de la violencia, criminaliza o estigmatiza la pobreza y la diferencia –étnica, sexual, religiosa, política, por discapacidad o de otro tipo– y usa el racismo para convertir el malestar social con la desigualdad económica en odio hacia grupos marginados o marginables.
Tal como la Alemania nazi culpó a los practicantes de la religión judía de la precaria situación nacional en el periodo de entreguerras, hoy las ultraderechas occidentales azuzan y explotan la islamofobia y el racismo para culpar a los migrantes indocumentados de todos los males causados por el neoliberalismo. El paralelismo no es un recurso retórico, sino una realidad que las comunidades racializadas viven en carne propia. El Holocausto fue preparado por una propaganda ubicua que pintaba como infrahumanos a los judíos, y en la actualidad este operativo de deshumanización se ve en la masacre cotidiana de hombres, mujeres, ancianos y niños palestinos, tolerada, financiada y armada por Occidente; así como en los discursos de políticos y voceros de la ultraderecha que califican a los migrantes de plaga e invasión ante el silencio cómplice de las autoridades obligadas a sancionar las incitaciones al odio.
En el continente americano, figuras como Donald Trump, Javier Milei, Nayib Bukele, José Antonio Katz, Álvaro Uribe y Jair Bolsonaro se distinguen por glorificar la violencia de Estado y relativizar o negar los crímenes cometidos contra activistas de izquierda, pobres y personas indígenas o negras.
A uno y otro lado del Atlántico, la única forma de evitar un regreso del fascismo consiste en dejar atrás eufemismos como polémico o “ultraconservador” al referirse a estos individuos y desenmascarar los intereses oligárquicos que hay detrás de su inquina contra los diferentes.