Este 7 de agosto se cumplen 50 años de la muerte de Rosario Castellanos Figueroa, una de nuestras más importantes escritoras del siglo XX, quien destacó por la calidad literaria de su obra y por la forma en que abordó dos temas: la situación de las comunidades indígenas y la condición de las mujeres, siendo pionera del feminismo mexicano. Nació en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1925. Recién nacida, su familia, dueña de una gran hacienda en Comitán, regresó a Chiapas. Un año después nació su hermano Mario, quien era el preferido de sus padres. Quien la cuidó en su infancia fue su nana, Rufina, una mujer tojolabal, por quien conoció la vida y la cultura de los indígenas chiapanecos.
Su hermano Mario murió a los siete años de una infección intestinal. Esa pérdida la marcó. Su familia le hizo sentir que hubieran preferido que muriera ella y no su hermano. La pequeña Rosario se sintió mucho tiempo culpable. Se hizo más tímida e introvertida. Desde entonces, encontró en los libros su refugio.
Comenzó a escribir un diario y sus primeras poesías. En la literatura encontró su verdadera vocación. Su familia, afectada por la reforma agraria cardenista, regresó a la Ciudad de México cuando tenía 16 años. En 1945 se inscribió en la escuela de filosofía de la UNAM.
Poco antes de cumplir 23 años, quedó huérfana. Por entonces había concluido sus estudios de filosofía. A los 23 publicó su primer libro de poesía, Trayectoria del polvo, de carácter autobiográfico. Ese mismo año, 1948, apareció Apuntes para una declaración de fe, donde describe la crisis religiosa de su adolescencia.
Su tesis de maestría, Sobre cultura femenina, es punto de partida para el feminismo mexicano. Critica a filósofos occidentales, como Schopenhauer o Simmel, así como San Pablo y Santo Tomás, un coro de hombres que sostenían la inferioridad intelectual de las mujeres y su incapacidad para generar cultura. Rosario cuestiona el papel que les ha asignado la cultura patriarcal como responsables de la procreación, del cuidado de los hijos, del hogar y marginadas de la creación cultural. Y afirma: “El mundo que para mí está cerrado se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino”. Y pregunta con ironía: “¿Es que las mujeres carecen de espíritu? ¿Es correcto pensarlas como el eslabón perdido entre el mono y el hombre? ¿No sufren esa necesidad de eternidad que atormenta a los hombres y los impulsa a crear?” Sin embargo, las mujeres han creado importantes obras culturales, como Safo, Virginia Woolf, Santa Teresa y Gabriela Mistral.
En 1952 publicó Tablero de damas, obra en que narra una reunión de siete escritoras, donde la rivalidad, los celos profesionales y la disyuntiva entre escribir o ser madre se desarrollan en diálogos ásperos, llenos de sarcasmo. En 1955 publicó su más famosa novela, Balún Canán, donde recrea su infancia, sus vivencias y el mundo indígena chiapaneco. Está situada en una hacienda durante el cardenismo y describe la llegada del agrarismo y las tensiones que provocó. Narra no sólo la condición marginal de los indígenas, sino sobre todo la opresión de las mujeres y más aún de las indígenas. Al mismo tiempo, contrasta su situación privilegiada y la de su familia, con las carencias y miseria de las comunidades. Trabajó después en el Instituto Nacional Indigenista de Chiapas, llevando teatro guiñol a los pueblos, educando a las infancias en higiene y cuidados.
En 1958 se casó con el filósofo Ricardo Guerra. Un año después publicó Salomé y Judith, una dura crítica a la condición de madres e hijas que les impone la sociedad patriarcal. En fuertes diálogos, la madre, Judith, expresa a su hija Salomé su dolor por la infidelidad y el desprecio de su esposo.
En 1960 publica Lívida luz, un libro lleno de dolor, afectada por la muerte de su pequeña hija Adriana, fallecida a los tres días de nacida. Rosario seguía atrapada por el dolor, el miedo a la soledad, a la soltería. Reflexiona sobre el duro papel que la sociedad patriarcal impone a las mujeres sin pareja, sin hijos.
Ese mismo año apareció Ciudad Real, donde narra con crudeza la complejidad de las relaciones de dominación/subordinación entre los blancos, ladinos y los indígenas. El racismo, la discriminación, la violencia, la explotación con que los ladinos tratan a los indígenas y la complicidad y la violencia que los indígenas ejercen en sus comunidades, con sus mujeres y familias son contados sin romanticismo, sin idealizarlos. En Oficio de tinieblas (1962) relata el levantamiento de los tsotsiles en San Cristóbal de las Casas en 1867 contra los blancos, los coletos, una furiosa rebelión contra la injusticia y opresión que padecían, trasladando la acción al cardenismo. Nuevamente expresa la denuncia contra la injusticia, la opresión y la exclusión, tanto a los indígenas, como a las mujeres
Escribió también Los convidados de agosto (1964), Álbum de familia (1971), Mujer que sabe latín (1973) y El eterno femenino, obras en las que siguió hablando de la condición de las mujeres mexicanas y particularmente las indígenas. Escribió también iluminadores ensayos y artículos periodísticos sobre estos temas. La belleza de sus textos y la profundidad con que narró el mundo femenino y criticó a la sociedad patriarcal, la hicieron una de las más grandes escritoras y pensadoras mexicanas.
Falleció en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974.