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¿La fiesta en paz?

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Tinta del maestro Pancho Flores que plasma la intensa naturalidad del llamado ‘Niño Sabio de Camas’. Foto Archivo
04 de agosto de 2024 08:53

Alguien llamó, afligido, para informarme de la partida física del maestro del toreo Paco Camino, acaecida el martes 30 de julio en un hospital de Cáceres.

–¿A qué edad?

–Creo que a los 83.

–Más que suficientes para pasar a la inmortalidad pues lo que hizo fue de una enorme trascendencia tauromáquica y artística en una época competitiva de gran verdad taurina –respondí.

Lo que despoja a la muerte de su aplastante ordinariez no es el miedo ancestral que infunde sino lo opuesto: la determinación con que se haya sabido vivir y la audacia de que se haya echado mano para enfrentar, a diario, el asombro intransferible de cada uno ante su propia existencia. En el caso de los toreros, no se trata sólo de esfuerzo y valentía sino del grado de conciencia que alcancen de sí mismos y la capacidad para transformarla en un quehacer específico y, si se puede, inimitable, a través de una expresión tan personal como convincente.

Francisco Camino Sánchez, Paco Camino para la historia universal del toreo, fue un superdotado que a lo largo de su carrera evitó las falsas disyuntivas de arte o valor, temeridad o exquisitez, severidad o gracia, sentimiento o técnica, etcétera, e instalado en la certeza de una talentosa precocidad supo darle a su tauromaquia un sello que borró esquemas convencionales hasta volverse un diestro personalísimo e incopiable por su sencilla intensidad.

Paradójicamente, la tauromaquia poderosa, elegante y natural de Camino abonaría en mi antihispanismo taurino cuando, después de ver interrumpida su exitosa carrera en ruedos mexicanos sucesivos paisanos del diestro, instalados en figuras o en desfiguros, no sólo quedaban lejos de la personalidad del sevillano sino que venían con aires de maestros y pretensiones de artistas sin serlo. Fue cuando empezaron los excesos administrativos, el ventajismo y los salarios exagerados. Luego de Manolete, Paco Camino como el último ídolo español de la afición mexicana, no los toreros-marca que luego han hecho su agosto.

Si en Sevilla Paco nunca salió por la Puerta del Príncipe, en Las Ventas lo hizo en 12 ocasiones por la Puerta Grande. En cosos mexicanos los estilistas sevillanos Curro Romero y Rafael de Paula pasaron inadvertidos, al igual que Palomo Linares, Paco Ojeda o Espartaco, sin el ángel cautivador de quien imprimió a la verónica, a la chicuelina, al pase natural, al de pecho, a la trinchera y al volapié un sello prodigioso. Su sentimiento, elegancia, temple, geometría y naturalidad delante de los toros me acabaron previniendo contra el figurismo comodón y especulador que continúan importando las colonizadas empresas.

No fueron únicamente sus modélicas faenas en la Plaza México y el Toreo de Cuatro Caminos de la capital del país, sino además La Luz de León, Guanajuato, El Progreso de Guadalajara, y la Santa María de Querétaro, entre otros cosos, los que repletos atestiguaron las indelebles escenas de aquella maestría apabullante que estructuraba faenas con una gracia sobria, sin afectaciones ni acarmenamientos, y con la que el fino diestro parecía no tener toro aborrecido no obstante su juventud. Todo ello en algo más de dos temporadas.

Gracias Paco Camino por tu arte y tu inteligencia privilegiadas siempre a tu aire, a tu ritmo más íntimo, por esas obras magníficas delante de los toros, tan efímeras como perdurables, de una hondísima expresión en las que fondo y forma consiguieron un perturbador equilibrio, inolvidables y referenciales para quienes pudimos presenciarlas. Ya compartiremos con el lector fragmentos de una entrañable entrevista con tan excepcional maestro.

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