El 4 de julio se cumplió un año del fallecimiento de Adolfo Gilly, uno de los más importantes intelectuales de izquierda latinoamericanos. Es significativo que su obra más conocida y la que mayor impacto ha tenido, La revolución interrumpida (Ediciones El Caballito, 1971), la haya escrito durante los años que estuvo como preso político en Lecumberri a fines de la década de 1960. Las condiciones de su encierro hicieron que su investigación y su relato estuvieran construidos sólo a partir de fuentes secundarias.
Su propósito no era hacer un libro académico. Por el contrario, era un libro militante, como el propio Gilly escribió: “Los fundamentos teóricos de este texto, que son a la vez una historia y una interpretación marxista de la Revolución Mexicana, están en la concepción de la revolución permanente y en la idea esencial del marxismo de que la historia de las revoluciones es para nosotros… la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos [p. 5] […]. El objeto de esta obra no es hacer una investigación histórica ni exponer una tesis teórica. Es explicar y comprender para organizar una intervención revolucionaria [p. 399].”
Nada más alejado de la historia académica prevaleciente en esos años. Tal vez ese alejamiento de la academia mexicana le permitió ver la revolución desde una perspectiva muy distinta, porque las preguntas eran de otro carácter y por eso a los mismos acontecimientos y personajes estudiados por otros investigadores les encontró otro significado y produjo una nueva interpretación de ella.
El consenso historiográfico era, en la década de 1960, que la revolución había tenido un carácter popular, agrario, nacionalista y antimperialista. La corriente revisionista de las dos décadas siguientes cuestionó esa visión homogénea y propuso que no había una sola Revolución Mexicana, sino muchas, con múltiples actores y proyectos, a veces contrapuestos, que una de las corrientes había sido la ganadora y había construido el Estado posrevolucionario sobre la derrota de las otras.
En contraste, La revolución interrumpida había reafirmado el carácter revolucionario de lo ocurrido en México entre 1910 y 1940: se había destruido al Estado oligárquico y a su ejército; se habían creado nuevas instituciones; se había entregado la tierra a los campesinos y establecido una avanzada legislación social. Esos cambios profundos eran el resultado de la acción revolucionaria de los campesinos, particularmente, villistas y zapatistas. Esa fue la principal novedad del libro de Gilly, que por primera vez la Revolución Mexicana era explicada por lo que habían hecho los campesinos armados y los pueblos que seguían a Villa y Zapata. Los ejércitos campesinos construyeron su propia dirección política, tuvieron autonomía de la dirección carrancista y no solamente contribuyeron decisivamente a destruir al Estado porfiristahuertista, sino que avanzaron en construir un proyecto distinto.
Fueron capaces, en 10 años de guerra civil, de rehacer el país y de rehacerse a sí mismos, encumbrando a sus dos líderes emblemáticos a una dimensión más allá de las fronteras mexicanas.
El libro de Gilly tuvo una enorme repercusión. Se convirtió en un libro de texto para los CCH y preparatorias, y se leyó ampliamente en las universidades públicas. Tal vez fue el libro más leído sobre la Revolución Mexicana en las décadas de 1970 y 1980. Fue un texto muy polémico. Su caracterización de la Revolución Mexicana como una revolución interrumpida, en la que la acción de las masas campesinas había destruido al Estado oligárquico, pero que, por carecer de programa y de partido revolucionario, permitieron que la pequeña burguesía tomara el poder y los derrotara, así como su afirmación de que la acción de los campesinos era revolucionaria y formaba parte de la revolución mundial, pero que había quedado en suspenso, desató amplios debates.
Así resumió Gilly su interpretación: “La revolución quedó interrumpida. Quiere decir que no alcanzó la plenitud de los objetivos socialistas potencialmente en ella contenidos, pero tampoco fue derrotada; que no pudo continuar avanzando, pero sus fuerzas no fueron quebradas ni dispersadas ni sus conquistas esenciales perdidas o abandonadas. Dejó el poder en manos de la burguesía, pero le impidió asentarlo en bases sociales propias; le permitió un desarrollo económico, pero le impidió un desarrollo social. Dejó en cambio en las manos y en la cabeza de las masas una seguridad histórica inextinguible en sus propias fuerzas… se mantuvieron vivas, en la conciencia de las masas y en sus conquistas esenciales, la revolución y la posibilidad de continuarla. Eso fue después del periodo de Lázaro Cárdenas [ibidem, p. 394].”
Durante mucho tiempo lo más acartonado de la academia mexicana le restó méritos a Gilly, a quien consideraban periodista, no historiador. Se le llegó a descalificar porque La revolución interrumpida no tenía casi notas de pie de página, haciendo caso omiso de las condiciones en que había sido escrito.
A pesar de esas críticas, el libro de Gilly se defendió solo. Se convirtió en un clásico. Se leyó muchísimo, mucho más que las obras de sus críticos. Y alentó el debate. En los años siguientes se dio una intensa discusión sobre el carácter de la revolución. La propuesta de Adolfo fue y sigue siendo un referente indispensable en esa polémica.