Moscú. Preparado durante largo tiempo en la más estricta confidencialidad por negociadores del Kremlin y la Casa Blanca, con la mediación de Turquía, finalmente se produjo este jueves en el aeropuerto de Ankara el mayor intercambio de prisioneros desde los tiempos de la llamada guerra fría.
El inusual canje, en uno de los momentos más tensos entre Rusia y Estados Unidos y aliados hizo posible que Moscú obtuviera la libertad de 8 rusos encarcelados en Estados Unidos, Alemania, Noruega, Polonia y Eslovenia, mientras Occidente, de 11 rusos y 5 alemanes recluidos en Rusia (uno de éstos en Bielorrusia).
Por la noche, de acuerdo con un reportaje de la televisión local, el presidente Vladimir Putin acudió al aeropuerto oficial Vnukovo-2 para recibir el avión que trajo a Moscú a los rusos que estaban presos, agradecerles “su lealtad a Rusia” y decirles que “la patria no se olvidó de ellos ni un solo minuto”. Putin anunció que los va a condecorar.
El resultado de esta suerte de partida con varias carambolas, en la cual las piezas a cambiar acabaron entre rejas por delitos tanto verdaderos como inventados por necesidad, satisfizo a los principales jugadores, Rusia y Estados Unidos, que consiguieron lo que querían más que nada –Moscú traer al agente del FSB recluido en Alemania y Washington, a los tres estadunidenses condenados en Rusia–, si bien aún quedan muchos presos de ambos que podrían ser parte de futuros canjes.
Washington pudo liberar a Evan Gershkovich, corresponsal del Wall Street Journal, Alsu Kurmasheva, editora de la versión para Tatarstán y Bashkiria de la emisora Radio Libertad financiada por el gobierno de EU, y Paul Whelan, ex marine, condenados ellos por espionaje y ella por difundir “noticias falsas” sobre el ejército ruso.
Obtuvo también la libertad de tres de los principales opositores rusos, Vladimir Kara-Murzá, acusado de extremismo y alta traición, poseedor de tarjeta de residencia en Estados Unidos, así como Ilia Yashin, uno de los mayores críticos del mandatario ruso, y Oleg Orlov, codirector de la ONG Memorial de derechos humanos, encarcelados por difundir “noticias falsas” sobre la operación militar en Ucrania.
Asimismo, se beneficiaron del pacto otros cinco rusos adversarios del Kremlin: Ksenia Fadeyeva, Lilia Chanysheva y Vadim Ostanin, considerados “extremistas” por encabezar oficinas regionales del Fondo de Lucha contra la Corrupción del desaparecido Aleksei Navalny, muerto en prisión en febrero de este año; Andrei Pivovarov, director de Rusia Abierta catalogada de “organización indeseable”; y Sasha Skochilenko, música y poeta cuyo delito fue distribuir folletos contra la guerra en un supermercado.
Por último, salieron de la cárcel tres rusos con doble nacionalidad alemana: Demuri Voronin (Dieter Woronin, según su pasaporte), politólogo; Kevin Lik, activista de 19 años, y Guerman Moishes, abogado, imputados de alta traición.
Y dos ciudadanos alemanes, Patrick Shebel, detenido en San Petersburgo por posesión de drogas, y el mercenario Rico Krieger, condenado a pena de muerte en Bielorrusia por “terrorismo” e indultado por el presidente Aleksandr Lukashenko.
Moishes y Shebel todavía no habían sido condenados y Krieger no estaba en Rusia, por lo cual Putin, según el servicio de prensa del Kremlin, firmó sólo trece indultos.
A cambio de estos cinco alemanes, Washington logró convencer a Berlín para que pusiera en libertad a Vadim Krasikov, agente del FSB (Servicio Federal de Seguridad, sucesor del KGB soviético), condenado a cadena perpetua por matar en un parque de la capital alemana a Zelimjan Jangoshvili, ex comandante de los separatistas chechenos. Entrevistado por Tucker Carlson el pasado febrero, Putin calificó a Krasikov de ”patriota”.
Los otros rusos intercambiados son Anna y Artiom Dultsev, que vivían en Eslovenia y confesaron ser espías con identidades falsas como argentinos (ellos pudieron viajar a Moscú con sus dos hijos menores de edad); Mijail Mikushin, académico de la Universidad de Tromso en Noruega que se hacía pasar por brasileño y admitió trabajar para una agencia rusa de inteligencia; y Pablo González (Pavel Rubtsov, según su pasaporte ruso), periodista español nacido en Rusia, retenido en Polonia sin cargos bajo sospecha de supuestamente espiar para la dirección de inteligencia militar de Rusia.
Como parte del entendimiento, de las cárceles estadunidenses salieron Roman Selezniov, hijo de un diputado de la Duma federal y hacker, arrestado en las Maldivas y condenado en Estados Unidos por robar 169 millones de dólares a personas e instituciones de ese país; Vladislav Kliushin, aparente ex agente de la inteligencia militar rusa, condenado por varios delitos relacionados con las nuevas tecnologías; y Vadim Konoschenok, detenido en Estonia y extraditado a EU por adquirir equipos y componentes electrónicos para la industria militar de Rusia.
Cual se tratara del guion de una película de suspenso que se estaba rodando en tiempo real, en días recientes se acumularon múltiples indicios de que se estaba gestando un importante canje de prisioneros, sin que ninguna de las partes implicadas lo confirmara ni desmintiera.
Primero, llamó la atención la casi simultánea “desaparición” de los rusos recluidos en distintos centros penitenciarios, sin que sus abogados pudieran averiguar dónde estaban sus clientes, para angustia de los familiares.
Después, los expertos empezaron a detectar extraños vuelos de aeronaves oficiales, vinculadas con el FSB, hacia ciudades cercanas a los lugares de reclusión de los ahora participantes en el canje, al tiempo que los tres rusos que estaban encarcelados en Estados Unidos dejaron de aparecer en la base de datos pública del sistema penitenciario de ese país.
Y este jueves sorprendió que no se publicarán los textos de varios decretos firmados por Putin, mencionándose únicamente sus números, que a la postre resultaron los de los indultos.
Confirmado el canje, la televisión rusa, al dar la noticia, se limitó al breve comunicado del FSB, donde informa que “regresaron a la patria 8 ciudadanos rusos, detenidos y encarcelados en distintos países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte)” y que “los ciudadanos rusos fueron intercambiados con un grupo de individuos que actuaban en interés de Estados extranjeros y en detrimento de la seguridad de Rusia”.
En Estados Unidos el presidente Joe Biden destacó como “hazaña diplomática” la negociación que propició el intercambio. “Algunas de estas mujeres y hombres han sido detenidos injustamente durante años. Todos han soportado un sufrimiento y una incertidumbre inimaginables. Hoy (ayer), su agonía ha terminado”, dijo Biden citado por las agencias noticiosas.