Nadie pudo vaticinar que la hora cumplida del PRI no iba a ser la pérdida de la Presidencia de la República, sino la pérdida de la identidad, la ideología, el proyecto y la propia seriedad, arrastrado por una dirigencia nacional caótica, extraviada y mezquina, agotada en los intereses inmediatos de una pequeña cofradía. Las elecciones del 2 de junio, las peores cuentas en la historia de este partido, no fueron el piso de la caída. Sólo precipitaron el acabose, lo que nos hizo recordar la principal de las ocho leyes de Murphy: nada es nunca tan malo que no pueda empeorar.
Ni las mentes más lúcidas del país, de Octavio Paz a Carlos Fuentes, de Carlos Monsiváis a Gabriel Zaid, vislumbraron que el sepulturero del PRI sería no un agente externo, no una fuerza política emergente, no en todo caso el arribo de una nueva generación de mexicanos, sino su propia dirigencia nacional.
Ya de por sí las cuentas electorales de esta elección presidencial y parlamentaria, concurrente con muchas más de carácter estatal y municipal, no fueron la mejor carta de presentación de nadie, sino el rostro desnudo de la derrota. Pero eso no fue lo peor.
Comencemos por las frías cifras, el comparativo entre el pasado inmediato y el presente en marcha, el corte de caja de la dirigencia en funciones y, todo parece indicar, la dirigencia de temporalidad infinita.
1) Sólo en cuatro años, la actual dirigencia nacional ha perdido 11 gubernaturas. Hoy sólo gobierna dos, y eso que tuvo que sumar sus exiguos votos con los de sus aliados de ocasión. Hoy el PRI, además, no gobierna ninguna de las seis ciudades más pobladas del país: la Ciudad de México, Tijuana, Ecatepec, León, Puebla y Guadalajara.
2) En la elección presidencial el partido que gobernó México durante la mayor parte del siglo XX y parte del XXI, apenas consiguió 5 millones 400 mil votos, frente a los más de 9 millones que consiguió en 2018; es decir, casi perdió la mitad de los que entonces registró.
3) En términos porcentuales, de una elección presidencial a otra el PRI pasó de 17 por ciento de la elección a menos de 10 por ciento, superado por tres partidos: Morena, PAN y MC. El PRI, cuarta fuerza electoral, se convirtió en un partido de un solo dígito en eficacia electoral, reduciéndose a un partido satélite de la derecha, un sector corporativo del PAN.
4) Esas cuentas no son fortuitas, ¿Alguien pudo haber imaginado que el PRI, en una negociación que sólo sus dirigentes entendieron, llegaría a un momento de genuflexión lastimosa donde no tendría candidato presidencial propio ni candidato de sus filas al gobierno de la Ciudad de México? Cuan do tenía precandidatos más capaces a la Presidencia, más sólidos ideológicamente, de mayor experiencia de gobierno y electoralmente más competitivos, como Beatriz Paredes y varios más, se entregó a una ficción de mercadotecnia.
5) Contaminada la elección parlamentaria por este error histórico en la candidatura presidencial, el PRI será quinta fuerza en la Cámara de Diputados y, en el mejor de los casos, cuarto grupo legislativo en el Senado de la República.
6) La peculiar candidatura presidencial, con la cual la militancia de base no se identificó nunca, pues la propia abanderada se dedicaba a denostar, o cuando menos abjurar, las siglas tricolores, también impactó territorialmente: el PRI no ganó un solo distrito de mayoría de los 300 que cubren toda la geografía nacional. Un descalabro sin precedentes.
Pero, decíamos al inicio de esta reflexión, los resultados electorales, por negativos que sean y se vean, no fueron lo peor en esa comedia de equivocaciones y dislates históricos y monumentales.
Cuando el sentido común indicaba que el siguiente paso sería la autocrítica y la aceleración de la entrega de la estafeta partidaria a otras opciones, como se ha hecho siempre en México y como se hace en todo el mundo, la decisión fue perpetuarse en el cargo. Lo que parecía una broma de mal gusto, ya cubrió las etapas decisivas y está por consumarse.
Con la atropellada reforma a los estatutos del partido histórico, que nació para evitar la relección porfiriana, la concentración del poder en pocas manos y propiciar la renovación generacional en el poder, la actual dirigencia no sólo prolongará el mandato ocho años más, sino que concentrará el poder a niveles sin precedente, pues ahora desde la presidencia del CEN se podrá nombrar y remover a los líderes de los grupos parlamentarios, federales y estatales, y decidir unilateral y personalmente las candidaturas y dirigencias estatales de toda la geografía nacional.
Del partido Movimiento Ciudadano podemos decir que hizo una campaña exitosa, que creció significativamente en eficacia electoral y, a diferencia del PRI, ha dejado de ser un partido de un solo dígito, pues alcanzó 11 por ciento de la votación nacional en la elección presidencial.
Así llega el PRI, el partido constructor del México moderno, a un destino ya no incierto, sino muy perfilado a la luz de las últimas decisiones de su dirigencia: un partido testimonial, simbólico, sin contacto con la base y sin interlocución con la sociedad. Se ha diluido este importante referente del sistema de partidos políticos en México, un vacío que están cubriendo, y cubrirán, fuerzas emergentes.