“Venezuela va directo a convertirse en Cuba y de ahí seguimos nosotros, ¡carajo!”, vocifera angustiado, furioso, con ligero acento español un hombre mientras se lleva a la boca un vaso de cristal cortado que contiene enfriándose con hielos un líquido rojo que bebe pausadamente para inmediatamente retomar el lamento agorero: ¡como Cuba vamos a acabar, para allá vamos!
–¿Adónde, perdón?, ¿a Cuba?, ¿conoces Cuba? –pregunta una mujer dentro del mismo grupo que comparte la mesa.
–Pues no –responde el hombre irritado–, ni a qué ir, es el infierno, no hay derechos.
–Pero –interrumpe la mujer– abolición de derechos, en la España de Franco, de donde llegaron exiliados tus abuelos y padres a México, ¿no?
–Cuba es peor –afirma el hombre–, hoy ayer y siempre; tener que hacer fila por un pan, y en pleno siglo XXI; porque en Cuba, para tener un pan te tienes que formar, eso sí lo sé y no tengo que ir para averiguarlo, ni a Venezuela. Y para allá vamos nosotros, lo bueno es que tengo pasaporte español, allá sí hay democracia, derechos, no me tengo que formar por un pan.
El hombre –piensa la mujer– presume ser ciudadano de un país miembro de la Comunidad Europea en el que supuestamente la democracia y los derechos son materia “resuelta”, pero al mismo tiempo parece no entender lo democrático que resulta el que varias personas se coloquen detrás de quien llegó primero para conseguir un fin específico, como sucede en cualquier tienda, cine, teatro, en los aeropuertos, restaurantes de comida rápida y hasta en la tortillería. Como no ha ido a Cuba –reflexiona–, no tiene idea de la existencia de la cartilla que garantiza el derecho universal a la alimentación a través de una canasta básica familiar que incluye 19 productos de primera necesidad, respuesta para enfrentar un criminal bloqueo impuesto desde hace décadas. Armada de paciencia, la mujer se dio a la tarea de explicarle un par de cosas sobre Cuba al hombre que olvidó las causas del exilio de su abuelo.
Carencias hay en Cuba, Europa, Estados Unidos, en todos lados, pero existen niveles que debido a cercos informativos y un discurso que pone al dinero como Dios y al paraíso como promesa que a través del consumo podemos gozar en la tierra, no son observados por una población demasiado ocupada en poseer lo que la sociedad le reclama: objetos que realmente no necesita. Para ellos la salud pública, el abastecimiento de alimentos, la educación de calidad o el acceso a la cultura son secundarios, y su carencia se considera un castigo a quienes, sin importar su contexto, son pobres. Una buena economía, creen, se mide por la cantidad de personas que tienen un auto y no por la cantidad de ciudadanos que utilizan el transporte público; pretenden que una economía sana es la que permite que un sector muy reducido posea teléfonos de mil 500 dólares al mismo tiempo en el que millones no cuentan con servicios de salud y padecen hambre.
En Cuba no hay grandes supermercados ni vistosas tiendas comerciales. No existe variedad de harinas para hacer pasteles, tampoco selección de bebidas isotónicas, sus habitantes no tienen iPhone ni visten de marca, por ello millones aseguran que los cubanos viven en un pobreza que en sus países es ajena, ¿será?
Van algunos datos: 12 millones de españoles, 25.3 por ciento de la población, están en riesgo de pobreza o exclusión social; 45.2 por ciento de la población tiene alguna dificultad para llegar a fin de mes. En Estados Unidos la desigualdad de ingresos es muy alta: 10 por ciento de los que más ganan acapara casi la mitad de todos los ingresos, y el 50 por ciento inferior obtiene sólo 13 por ciento. La tasa oficial de pobreza en 2022 fue de 37.9 millones de personas, y la tasa de medición suplementaria de la pobreza representó un aumento de 4.6 por ciento.
Cuba no mide la pobreza de la misma manera en la que lo hacen otras naciones, a diferencia suya la intención no es que el pueblo gaste, sino que el pueblo tenga. De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el Índice de Pobreza Multidimensional que identifica carencias en los ámbitos de la salud, la educación y el nivel de vida, coloca a Cuba como el segundo país con menor índice de pobreza multidimensional. Las personas no mueren de hambre, cuentan con la oportunidad de recibir educación superior y salud publica, algo que parece que la sociedad neoliberal desestima para anteponer en su lugar papel de baño, jeans Levi’s o un pomo de whisky.
Todos los cubanos tienen garantizado el derecho a la salud, por ello son el país con más médicos por habitante en el continente.