Los grupos opositores –los de dentro y los de fuera– insisten, porque ya no hay más, en advertir que la presidenta Sheinbaum será una mandataria dependiente de López Obrador y claman por una ruptura pública y escandalosa entre los personajes de la izquierda.
Afortunadamente, ni a Sheinbaum ni a López Obrador les preocupan, en lo más mínimo, esas opiniones que pretenden presionar porque tienen muy claro que la intención es ganarle una al gobierno y nada más.
Las cifras con que cerrará el gobierno son, se quiera o no, las mejores desde hace muchos sexenios. Las crisis económicas repetidas una tras otra desde el final de la administración de Luis Echeverría, si la memoria no nos traiciona, rompieron su cadena de desgracias con este gobierno.
Con eso debería ser suficiente si lo que pretendemos es marcar la diferencia de aquellos años y el gobierno actual, pero hay mucho más, por eso la calificación para López Obrador entre sus gobernados llega ya a 70 por ciento, otra cifra casi insuperable.
Por eso, como ya hemos dicho, sería un suicidio político que CSP le hiciera la guerra a su antecesor, como se acostumbraba en los gobiernos anteriores, en los que cada mandatario entrante rechinaba contra el saliente porque la herencia era crisis y más crisis.
Y ¿qué se quiere? ¿Qué pretenden los opositores? ¿Suponen que CSP debe tomar como ejemplo al descerebrado gobierno del loco Fox, o la corrupción y la subordinación a las órdenes extranjeras a las que se sometió Calderón, o tal vez la deshonestidad y superficialidad que inundaron al país con Peña Nieto? Nada de eso sucederá. No habrá crisis al final del sexenio, esa es la noticia.
Durante todos los años de la administración de la 4T se hicieron los peores augurios. Desde la tan anunciada devaluación del peso hasta la expropiación de los bienes particulares, pasando por todas las medidas absurdas que imaginó la oposición. Ninguno de esos presagios se cumplió y la oposición ha perdido toda credibilidad.
Del otro lado, López Obrador ha ido cumpliendo con casi todos los compromisos que se hicieron al principio del encargo y con ello se impidió la aparición de la crisis recurrente, situación que ahora debe reconocerse como un activo para este gobierno.
Claudia Sheinbaum es una mujer de decisiones. Desde muy joven –mucho antes de conocer o saber de López Obrador– abrazó las ideas de izquierda. De ninguna manera se puede decir que se trepó en la 4T porque milita desde siempre.
Romper con López Obrador sería tanto como romper con todo lo que ha creído desde siempre, pero sobre todo sería como querer buscar el fracaso, como traicionar a quienes en su gran mayoría votaron para que gobierne desde la plataforma de la 4T.
Irse a La Chingada es un compromiso muy serio de López Obrador, y como ya sucedió en ocasiones anteriores, cumplirá su promesa y otra vez, como desde el inicio del sexenio, la oposición volverá a fracasar.
De pasadita
Hace no muchos días escuché una entrevista que Martí Batres concedió a una radiodifusora. Fue una muy larga entrevista en la que expuso una serie de obras que desde luego él no inició, que casi estaban completas, pero las presumió como si fueran suyas, muy a su estilo.
Todos sabían, cuando Claudia Sheinbaum muy a su pesar lo nombró secretario de Gobierno, que Batres podría servir como un elemento contestatario a los ataques de la oposición, pero también se sabía que Batres nunca trabajaría para la ahora Presidenta, porque sólo trabaja para sí mismo.
La confirmación se dio en esa entrevista, en la que nunca, ni por equivocación, se acordó de la ex jefa de Gobierno y hoy Presidenta. Que a nadie se le olvide.