El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, logró su segunda relección en una reñida contienda en la que tuvo como principal contrincante al candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), el diplomático de carrera Edmundo González Urrutia. Con este triunfo, en el que obtuvo 51.2 por ciento de los votos, el mandatario permanecerá en el cargo hasta 2031, cuando se cumplirán 35 años del proceso revolucionario iniciado por el fallecido Hugo Chávez Frías.
La victoria del Gran Polo Patriótico Simón Bolívar y de la principal fuerza política que lo integra, el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), se da en un contexto de crecimiento económico y de cierta distensión social que contrasta con la violencia desatada por las derechas en cada ciclo electoral de la década reciente.
El principal factor que explica el cambio de comportamiento opositor reside en que los sectores que desde 2002 han ensayado diversas modalidades de golpe de Estado para descarrilar a los gobiernos bolivarianos se sintieron, esta vez, con la suficiente fuerza para derrotar al chavismo en las urnas y llegaron hasta el final del proceso electoral. Sin embargo, nada garantiza que respeten la voluntad popular, puesto que su abanderado fue el único de los 10 aspirantes que no se comprometió a acatar los resultados oficiales.
La importancia histórica de este desenlace reside en que desarma por completo los pretextos de la derecha golpista para desconocer la institucionalidad vigente y llamar a la intervención extranjera en los asuntos venezolanos.
Si antes renunciaron a participar en los comicios para ocultar el repudio mayoritario al regreso de la oligarquía entreguista, ahora González Urrutia; la líder máxima de la oposición dirigida desde Washington, María Corina Machado, y todos los sectores nucleados en el PUD están moralmente obligados a deponer definitivamente sus maniobras desestabilizadoras, reconocer su carácter minoritario y trabajar de la mano con las autoridades elegidas en democracia para resolver las fracturas sociales y los serios problemas económicos que afronta el país.
El primer paso hacia la superación de la crisis radica en que la oposición se alinee con los intereses nacionales en exigir a Washington el levantamiento inmediato e incondicional del bloqueo comercial y financiero, que es la principal causa de las carencias que padece la población: está claro que ninguna medida gubernamental resolverá las dificultades que padecen millones de venezolanos mientras el imperialismo estadunidense impida a Caracas la obtención de divisas y la adquisición de todo tipo de bienes, incluidos alimentos y medicinas.
Desmarcarse del sabotaje homicida de la superpotencia es ineludible para la reconciliación nacional y para dar paso a un sistema de partidos basado en un acuerdo mínimo en torno al respeto a la voluntad popular y a la inviolabilidad de la soberanía.
Esos mismos principios deben regir el trato de gobiernos, organismos multilaterales y medios de comunicación foráneos con el pueblo y las autoridades de Venezuela. El enésimo triunfo democrático del bloque bolivariano debe mostrar a Occidente que su injerencismo y sus insolencias neocoloniales no hacen sino fortalecer la convicción del pueblo venezolano de transitar su propio camino, y de que sólo ellos pueden definir el destino de su país.