La manera de dar por concluida una deliberación, que supone intercambio de ideas y reflexiones, es ignorar cualquier argumento. Tal ha sido el caso de la situación económica y financiera, tema que se ha convertido en una suerte de fetiche sobre cuyas aristas pocos o nadie se atreven a cuestionar. El Presidente de la República ha optado por “cerrar el caso”, no sin antes subrayar el éxito de sus políticas y exhibir “grandes números”.
Qué mensaje de aliento o compensación hay para miles de mexicanos en las “grandes cifras” cuando la salud pública no funciona adecuadamente, la seguridad laboral prácticamente no existe y, llegado el momento, tendrán un retiro que, en todo caso, estará en los mínimos y sin probabilidades serias de alguna mejoría en el corto plazo.
Desde luego, es mejor que la economía crezca por encima de cero o que la inflación esté amainando, pero de ahí a proponer que la economía va viento en popa, hay diferencias. Basta reparar en el hecho, por ejemplo, de que en 2023 la economía se encontraba únicamente 3.6 por ciento por encima de lo que estaba en 2018. Y que la inflación alimentaria, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), es la segunda más alta en el organismo, después de Turquía.
Es cierto que, dado el notable aumento al salario mínimo y el mantenimiento de las transferencias monetarias de muchos tipos pero de destino más o menos certero en poblaciones vulnerables o de plano pobres, ha habido un mejor y mayor consumo y que se ha podido sostener un crecimiento de la producción. No obstante, también es innegable que la trayectoria de México está poblada de damnificados; miles de jóvenes y de adultos jóvenes que no han tenido la oportunidad de acceder a buenos empleos y se han visto obligados a estar en ocupaciones de las que obtienen ingresos bajos y precarios, sin acceso garantizado y universal a la salud pública y la seguridad social.
Hace unos días, el distinguido economista Gerardo Esquivel escribió en su artículo de Milenio (“Cien mil pobres menos por mes”, 15/7/24): “De acuerdo con las cifras oficiales publicadas por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el número de personas en situación de pobreza multidimensional en México disminuyó de 51.9 millones en 2018 a 46.8 millones en 2022, una reducción de 5.1millones. Considerando que esta reducción ocurrió en un lapso de 48 meses, el número de pobres en México disminuyó a un ritmo de poco más de 100 mil personas por mes (106 mil 250 para ser precisos)”.
Numeralia que sería productiva si, en verdad, diera paso a reflexiones serias, rigurosas y plurales sobre el estado actual de la pobreza en México y sus perspectivas, reales y factibles, de superación duradera.
Advirtamos, por lo pronto, que las cifras pueden ayudar a explicar el resultado electoral, pero no borran las múltiples carencias en educación, salud y empleo formal, de las que sabemos cada vez más luego de que el cambio estructural, realizado al final de siglo pasado, auspició varias mutaciones tanto en la conformación productiva como en nuestra geografía humana; sin embargo, fue incapaz de generar mayores empleos y de elevar los ingresos. Tampoco mejoró la distribución del ingreso o el “consumo social”, en nuestro caso articulado por los ámbitos de la salud y la educación.
Renglones que acumulan rezagos y deficiencias, como lo ha documentado con empeño y calidad Gilberto Guevara en materia educativa, y lo han expuesto con excelencia Jaime Sepúlveda y Julio Frenk junto con varios colegas más en el tema del sistema de salud. Asignaturas en las que, como ha ocurrido con gobiernos anteriores, estamos un punto menos que reprobados.
Asumir que se trata de asignaturas pendientes, mal cursadas o de plano reprobadas es un primer paso imprescindible para despojarnos de telarañas y supercherías y afrontar así el gran desafío de construir un Estado social, de bienestar y protección de “la cuna a la tumba”, como prometieron los laboristas del “espíritu del 45” que diría el gran Ken Loach.
Gran acuerdo social que en gran medida se cumplió y ahora reclama a los laboristas del presente retomarlo como la gran promesa del presente siglo. Debería tocarnos a nosotros, sin pensar en Dinamarca, donde todavía manda aquel príncipe del ser y el no ser. Ahora México tiene que ser, pero no podrá serlo en medio de la enfermedad, el desamparo y el analfabetismo.