–Tapizado corazón de orquídeas negras, mi primera novela, fue publicada por la editorial Tusquets en junio de 2023, y es la primera novela de una escritora trans mexicana.
–¿Qué es eso de trans?
–Ser trans se refiere a la identidad de género. Nací hombre, pero nunca me identifiqué con mi género. A mí nunca me gustaron los deportes, y sobre todo rechacé las expectativas de machito
que se imponen a quien nace –como en mi caso– con el sexo masculino. Mi abuelo, mis tíos eran muy bruscos, muy machos, me daban en la espalda con su mano dura y me causaban pavor. Eso hacía que me arrinconara tanto en la casa como en la escuela. Claro que en la escuela era peor.
–¿Nunca practicó usted en ningún deporte?
–Me gustó el tenis y la natación, los practiqué y hasta destaqué, pero yo quería jugar con muñecas, ponerme vestidos, pintarme los labios. Cada rasgo mío era reprendido por mis padres y mis compañeros de la escuela primaria Carlos Hank González, en Toluca, en el estado de México. Sufrí bastante porque cada uno de mis ademanes era censurado.
“Tanto en la primaria como en la secundaria y la prepa, los niños son muy crueles con quienes llaman jotitos, afeminados y creo que en mi novela retrato ese gran rechazo y, sobre todo, mi sufrimiento.”
–¿Evolet, cuál era entonces su realidad?
–Ser un niño distinto con una sensibilidad mayor y muy aguda. Saberme diferente a los demás me lastimaba. Su rechazo era evidente.
–¿No podía evitar ser distinto?
–No quería que me obligaran a ser un niño común y corriente, pero saberme distinto me hacía sufrir. Sin embargo, yo quería seguir adornándome como mujer y me ponía un trapo sobre la cabeza y jugaba a que ése trapo era mi cabello largo. Sentía el peso de la tela sobre mis hombros y eso me hacía feliz. A mi hermano mayor le describía detalladamente todo mi atuendo cubierto de joyas, como las heroínas de las caricaturas de Batman o X-Men, que veíamos juntos.
–¡Qué rara su actitud, Evolet, porque todos queremos pertenecer a una comunidad, todos buscamos que nos acepten y, por tanto, evitamos confrontaciones!
Evolet Aceves de pequeño. Foto cortesía de la entrevistada
–Mi papá se enojaba muchísimo conmigo; mi hermano no, él ni me rechazaba ni me decía nada, aunque tal vez se le hacía que yo era raro. Todos notaban que yo era distinto, porque era muy sensible, lloraba con facilidad, me arrinconaba; era muy solitario. A pesar de que yo quería pertenecer, los niños me rechazaban en la escuela. Me armé de un caparazón, que me dura hasta el día de hoy. Ahorita tengo 29 años y comencé a maquillarme hace cuatro años.
–Pero, Evolet, usted trae pantalones, aquí frente a mí tengo a un hombre, yo no lo veo maquillado...
–Sí, pero traigo mis zapatos de tacón.
–¿Cuáles?
–Es que usted, Elena, es muy distraída.
–Se supone que una periodista no lo es (sonrío y me devuelve la sonrisa).
–Disfruto mucho fluctuar en el género, me visto como me da la gana. Mi novela tiene mis dos personalidades. Primero soy un niño que se llama Leonardo, y luego me convierto en Cayetana, una mujer escritora en sus veintes que detallo en la novela que también sucede en los años 20. A Cayetana la convierto en amiga de Nahui Ollin, Lola Álvarez Bravo, María Izquierdo, María Asúnsolo... A Cayetana la creé en honor a todas las mujeres trans de su época.
–¿Cómo se enteró usted de que eran trans? Ninguna de ellas declaró que lo era porque en esa época no se usaba
–Por eso quise que Cayetana fuera amiga de las grandes figuras de la época. No se sabe de las mujeres trans en la historia de la cultura de México, no hay nada en las artes y en la literatura. Inventé a Cayetana a mi imagen y semejanza. Una pequeña semilla de esta novela la sembré en un taller de Biografía Novelada, que dio la escritora Rosa Nissán. Tomé otro taller de minificción con Alberto Chimal, que es de Toluca, como yo. Tengo muchos escritos de poesía y de cuento aún sin publicar.
–¿Cuál es el bien que usted se hace y cuál es el bien que hace a México al ser trans? Lo observo con gusto sentado aquí a mi lado y no puedo imaginarla más que como es en este momento con blue jeans y saco, y sorpresivas manos cuajadas de anillos, y una cadena colgada del cuello. Me pregunto, Evolet, si no se obligó hoy en la mañana a colgarse todos los chunches que ahora trae puestos...
–El bien que yo misma me hago es mi transparencia y quitarme de encima ese costal tan pesado que es el machismo. Hasta este momento, usted Elena, me ha hablado en masculino y cada vez que yo me refiero a mí misma en femenino; yo le hablo como mujer, usted insiste en dirigirse a mí en masculino...
–Es que yo lo siento mucho más simpático y atractivo como hombre que como mujer Recuerde además que tengo 92 años y a esta edad se aprende más despacito...
–Yo soy un dulce, Elena, yo le hago un bien a México, porque he aceptado totalmente ser lo que usted ve en este mismo momento y estoy aquí sentada a su lado. Usted me ve tal como soy. Tengo el rostro maquillado, traigo aretes largos, me colgué varios collares para venir a su casa. Vea usted mis blue jeans, que son de mujer con bragueta, muchas mujeres usan pantalones de bragueta. Creo que a México le hace falta dar un apapacho a las travestis como yo.
–¿No lo estoy apapachando?
–Claro que sí, porque yo no le he leído a usted una entrevista con una mujer trans como yo... Usted es periodista y yo soy poeta, como su tía Guadalupe Amor, a quien también dediqué mi novela, Tapizado corazón de orquídeas neg ras, y competí con ella al escribir décimas, sonetos, liras y otros poemas en verso libre. En mi poesía, vuelco mi erotismo y mis cuestionamientos acerca de mí misma y del universo. Hablo de la soledad, del desamor, de la burla, de la crueldad.
También me fascina el atuendo. Esos temas se repiten mucho en mis cuentos y en mis poemas. Presenté mi novela en El Péndulo, en la librería Utópicas, en el Estanquillo, en la Feria del Libro de Oaxaca, y estoy por viajar a Los Ángeles para participar en una mesa redonda sobre la diversidad en la literatura mexicana actual. Además es una gloria pertenecer a la editorial Tusquets, donde publican a José Emilio Pacheco, a Annie Ernaux, a Haruki Murakami.
–¿Quiénes han sido sus modelos femeninos en la vida?
–Nahui Ollin, Guadalupe Amor, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo. Entre los hombres están Francisco Rojas González injustamente olvidado; Salvador Novo; Carlos Monsiváis; Xavier Villaurrutia, y ahora mismo estoy leyendo a Margo Su, y me gustan muchísimo sus crónicas de Alta frivolidad.
–Quise mucho a Margo porque reía conmigo y comíamos juntas cada mes en casa de Iván Restrepo. Por ella también asistí en varias ocasiones a su teatro Margo. Cuando Monsiváis enfermó, al grado de tener que hospitalizarse, Margo lo cuidó día y noche...
–También Monsiváis es una de mis grandes influencias, compartimos el apellido Aceves.
“De sus libros me gustó mucho Que se abra esa puerta, en el que habla de homosexualidad y travestismo en México. Es un libro póstumo que celebraron Braulio Peralta y Marta Lamas. También en su último libro Apocalipstick, Monsiváis habla de homosexualismo... A México le hace falta ‘salir del clóset’ con el arrojo de las travestis... Mi libro primero contribuye a liberar a la industria editorial mexicana llena de prejuicios y personas cisgénero, pero también enseña al mundo una realidad distinta. Así hicieron antes que yo Carlos Pellicer, Salvador Novo, Elías Nandino, Xavier Villaurrutia, pero tengo que aclararle, Elena, que ellos eran gays, no trans ni travestis.”
–¡Qué bueno que me lo aclara, porque Monsiváis me dijo que yo no sabía nada, a diferencia de Marta Lamas!
–Elena, también me dedico a la fotografía e hice dos exposiciones individuales en Toluca, hace ocho años. Admiro la fotografía de Mariana Yampolsky y de los Álvarez Bravo. También he escrito sobre las bellas artes, entre ellas cine y literatura. Me encantó entrevistar a Lila Downs, a Paz Alicia Garcíadiego, a Arturo Ripstein, a Ángela Gurría, cuyas esculturas me fascinan. Creo que mi poesía tiene influencia de Pita Amor. He leído mucho y conozco la obra de casi todos los escritores mexicanos del siglo XX.
Evolet me sonrió y me doy cuenta de que hace tiempo que yo no sentía tanta simpatía por alguien. Evolet Aceves, aunque a cada instante olvido feminizarla, creo que a Mariana Yampolsky, mi hermana del alma, le caería muy bien y su forma de enfrentar la vida, y que mi hermana Kitzia, en Tequisquiapan, también reiría de gusto al tenderle la mano. Tapizado corazón de orquídeas negras estalla de creatividad, y da vuelta y media no sólo a nuestras convenciones, sino a todos nuestros malos pensamientos.