El nombre original de la película es Brutti, sporchi e cattivi, y en México se estrenó en 1978. La vi entonces, por primera vez. Por el tema y maestría en su realización está emparentada con otra obra maestra, Los olvidados, de Luis Buñuel, y también con Los hijos de Sánchez, basada en la obra etnográfica de Oscar Lewis. De las tres cintas me quedo con Sucios, feos y malos, porque Scola aborda en forma no sólo artística, sino didáctica, la dinámica del círculo de la pobreza: fenómeno en el que las familias quedan atrapadas por varias generaciones el tiempo suficiente para que ya no queden ancestros supervivientes que posean y puedan transmitir el desarrollo intelectual, social y capital
.
La película empieza con una adolescente casi niña embarazada
, que está llenando su cubeta en el chorrito de agua de la única llave disponible en la zona. Después nos envuelve con humor
en la vida cotidiana de las relaciones muy conflictivas de una familia de cuatro generaciones, cuyos miembros viven todos juntos en una casa de lámina, en un barrio marginal de Roma. Lejos, al fondo, el Vaticano. La escena final: otra adolescente casi niña embarazada
con su cubeta en el chorrito de la misma llave.
El círculo de la pobreza sólo se rompe con auténticos programas sociales –no electorales–, que ofrezcan muchísimo más que limosnas corruptoras. Los programas sociales –salvo para la tercera edad pobre y discapacitados– no deben dar dinero, sino asegurar derechos reales a nutrición, salud y educación de calidad, especialmente para infancia y juventud. La pobreza es trágica y lacerante, invisibiliza y aniquila. Es causa de repudio y vergüenza para gobiernos de países en los que, como aquí, hay enormes fortunas y riquezas naturales que se despilfarran, mientras se otorgan millonarios sueldos y privilegios a una clase política que no los vale ni los merece. Urge redefinir prioridades. La infancia es primero, porque es la única etapa en que se puede romper el fatídico círculo de la pobreza.