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Corrupción, explotación y dominación

25 de julio de 2024 00:04

Desde hace décadas, las corrientes socialdemócratas en gran parte del mundo fueron instalando en las agendas políticas la idea del combate contra la corrupción como causa prioritaria. Al mismo tiempo, marginaron a quienes insistían en hablar de explotación, dominación y lucha de clases, acusándoles de anacrónicos o dogmáticos. El problema de la corrupción, real y con afectaciones severas para las sociedades, se fue instalando como un consenso en el que también participaron las clases dominantes.

Con mayor presencia en programas de investigación y agendas políticas, la corrupción se fue convirtiendo en una especie de “comodín” que explicaba todo. Desde el intervencionismo estadunidense, por ejemplo, se recurría –y recurre– al calificativo de corrupto para golpear las experiencias de gobiernos alternativos que surgen en diferentes partes del mundo. Dicho intervencionismo suele acompañarse de supuestas investigaciones académicas o periodísticas que intentan explicar la pobreza y el subdesarrollo como resultado de la “cultura corrupta” de los países del tercer mundo.

Así, se intenta exculpar al capitalismo y su larga historia de colonialismo, imperialismo y explotación en la organización del mundo a través de metrópolis y colonias, de centros y periferias, de “nortes” y “sures”. El pensamiento crítico latinoamericano del siglo pasado echó mucha luz sobre estas ideas racistas y sinsentido: si existen países y regiones empobrecidas, no es por la “cultura corrupta”, por la “ignorancia” o por las particularidades físicas y de carácter asociadas con su población, sino porque otros países y regiones, con sus clases dominantes, los han saqueado e impedido su propio desarrollo.

Desde la ignorancia fomentada, combinada con un pensamiento negacionista y ahistórico, se intentó descalificar una larga tradición del pensamiento científico crítico que ha puesto al centro de sus análisis las relaciones de explotación y dominación que caracterizan al sistema dominante, llámese capitalismo.

Visto como un sistema de acumulación de poder y de riquezas, es decir, de dominación y explotación, el capitalismo se complementa con otras estrategias como la corrupción, la represión y la mediación, por mencionar algunas.

Como sistema complejo, el capitalismo debe entenderse en sus distintas manifestaciones: de manera aislada o combinada, va adquiriendo distintos rostros según la temporalidad y territorialidad en que se despliega.

En países como México es verdad que la corrupción ha servido de herramienta para la acumulación y reproducción de capital, e incluso desde la corrupción estatal se ayudó a construir o fortalecer burguesías que hoy se siguen enriqueciendo. Como se reportó en estas mismas páginas en días recientes, algunos actores de estas clases dominantes vieron incrementadas sus riquezas en el actual sexenio.

Este es el caso de Carlos Slim, que amasó importante fortuna con la privatización de Telmex, y que hoy es un empresario convocado y referenciado desde la actual administración.

Igualmente está Ricardo Salinas Pliego, beneficiado con la concesión de Televisión Azteca durante el neoliberalismo y que, a pesar de los reclamos mediáticos, sigue sin pagar la totalidad de los impuestos que le corresponden e incrementando sus riquezas.

German Larrea, enriquecido a través de la concesión de minas y vías férreas es otro de estos actores que se siguen beneficiando. En estos casos, la corrupción y privatizaciones del pasado se combinan con la explotación de la clase trabajadora, y también con la explotación de la naturaleza.

Interesante es que políticos y empresarios convergieran en esta agenda de combate a la corrupción, y mientras unos impulsan asociaciones como Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, otros comienzan a plantear que el problema de la desigualdad y la pobreza tiene como origen la corrupción.

Ambos discursos convergen en aislar la corrupción del sistema al que sirve, y sobre todo renuncian a hablar y a pensar en el fin de la explotación y la dominación, en el fin del capitalismo. En la cercenada imaginación política ha triunfado el viejo lema de Margaret Thatcher: “There is no alternative” (no hay alternativa). Quien se atreva a plantear algo distinto será descalificado como ultraizquierdista.

El panorama resulta todavía más complicado cuando no sólo se renuncia a luchar contra la explotación y la dominación, sino a asumir agendas del Banco Mundial, como la “prosperidad compartida”, o a recurrir a convergencias del coaching y el new age que derivan en ideas como la “riqueza holística”. La liberación y emancipación de los pueblos, sometidos a la dictadura del capital, no sólo deja de estar en el ideario, sino que ahora se pretende humanizar y maquillar esa misma dictadura.

Hoy, cuando la irracionalidad del sistema es cada vez más opresiva, depredadora y autodestructiva; cuando se ha comprobado que ese mismo sistema es el que nos ha llevado a la emergencia climática en que nos encontramos, es necesario rastrear en la historia, fomentar la imaginación política y propositiva, recuperar la utopía.

*Sociólogo.

X: @RaulRomero_mx



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